Intervención en el marco de la Permutación del buró de la FAPOL, 25 de Junio de 2022.

Agradezco a Viviana Berger por haberme invitado a hablar hoy, y también a la Fapol por su acogida. Es una acogida cordial, amistosa, que cuenta mucho en el vínculo social analítico, pero también es una acogida intelectual, una acogida para el trabajo propiamente dicho: tenemos todos los textos que circularon desde hace tiempo, que me fueron enviados y que prepararon el trabajo de hoy. He apreciado mucho esto. Leyendo esos informes, podemos medir que la cuestión planteada sobre la libertad de expresión nos interesa, no desde el punto de vista sociológico, sino desde el punto de vista del psicoanálisis. Es una exigencia que habremos de mantener si no queremos contentarnos con disertar en el cielo de las ideas.

Los observatorios, si entendí bien su función, su misión, intentan responder a la cuestión: ¿en qué contexto los sujetos demandan un análisis hoy? La cuestión debe ser planteada seriamente si el psicoanálisis quiere hacer una oferta que esté a la altura de la civilización. Lo que está en juego implica a la civilización misma, ya que se trata del impacto del discurso analítico en el mundo.

El contexto de la libertad de expresión hoy revela una paradoja interesante. En efecto, funcionando como un principio en los estados de derecho, los juristas están de acuerdo para decir que nuestra época es inédita: la afirmación según la cual los sujetos son libres e iguales en derecho, en tanto hombres, en tanto pertenecen a la comunidad del género humano, se transforma hoy en una exaltación de las diferencias para reivindicar una diferencia de identidad, no bien un trozo de cuerpo se transforma en ser: el color, la sexuación, la raza. A tal punto que, si un sujeto se siente ofendido en esa identidad, puede hacer denuncia de esa herida “herida a convicciones intimas”. Toda palabra, en ese contexto, es potencialmente blasfematoria, como lo indica justamente Eve Miller Rose en su intervención en la “Gran Conversación de la Escuela Una”). La cuestión se extiende a todo el ámbito de la sexuación, que fue abordado aquí a través de la cuestión trans.

 

El cuerpo al mando

Lo vemos, ¿cuál es el cambio radical que está experimentando nuestra civilización? Es el cuerpo que toma el mando. El más pequeño rastro que se pueda leer en el cuerpo, se transforma en identidad, endureciéndose, el más mínimo plus-de-goce tiende a transformarse en comunidad. Y la ley corre detrás del cuerpo para intentar legislar, cada vez que una nueva reivindicación aparece en él. Pero, ¿de qué cuerpo se trata? Es un cuerpo separado de la palabra: el caso del autismo es ejemplar aquí. Predominio del cuerpo, desaparición de la dimensión psíquica. Es el cuerpo que habla, un cuerpo en piezas sueltas que son escuchadas sin mediación de la palabra. El misterio del cuerpo hablante es otra cosa: el cuerpo es un enigma para el sujeto mismo, un lugar de opacidad, de cuestionamiento. A tal punto que Lacan lo convierte en la estructura misma de la neurosis: una cuestión planteada por el sujeto a nivel de su existencia misma: “¿qué quiere decir tener un sexo?” [1] Y bien, el saber misterioso del cuerpo hablante desaparece de la ideología dominante. Es un cuerpo paradójicamente reducido al silencio. Este es incluso el secreto de la autodeterminación y de su éxito: el “sé lo que soy, sé lo que quiero” es un saber en el que el cuerpo está al mando, sin la mediación del deseo del Otro. La cuestión toca en particular al ámbito de la infancia, ya que tendemos a hacer del niño un ciudadano sin mediación parental: el tiempo de la infancia, con los balbuceos de la sexualidad, tienden a ser borrados, “Lo insoportable de la infancia”, silenciado.

Y, a través del testimonio de los observadores, podemos tomar la medida de que, correlativamente, la función de la palabra está afectada, escotomizada. Es una palabra en la que lo dicho esta tomado al pie de la letra, sin incluir la dimensión de lo inconsciente: el sujeto equivale estrictamente a lo que dice, mientras que el psicoanálisis enseña que el sujeto siempre dice más de lo que sabe. Cuando habla, se traiciona a sí mismo: en las fallas de su palabra, que no domina, hay un más allá de lo que dice. Es ahí que la interpretación encuentra lógicamente su lugar. Hoy, el margen de la interpretación no está asegurado, ya que lo dicho se reduce a lo dicho. Las normas plurales están ocupando el lugar de la interpretación. Por eso, la cuestión de la verdad no se mantiene, salvo como una verdad falsa, tautológica. Fake. Sabemos cuál es el lugar del fake en nuestro mundo.

Es por eso que el tema de la libertad de expresión se plantea en un contexto inédito, en el que la cuestión de la verdad tiene un interés especial. Nosotros mismos, psicoanalistas, tenemos que recordar esta dimensión que Lacan sostuvo a lo largo de su enseñanza, incluso en su última parte en la que avanza sobre la verdad mentirosa. Mantiene la cuestión de lo verdadero y lo falso del fake. Es importante no perder de vista que el análisis es una experiencia de verdad, el sujeto ha de volver sobre lo dicho, sobre lo que hay de mentira en lo que dice. La cura es una experiencia en la que se toma posición en cuanto a la mentira, verdad y mentira no son equivalentes. Que la verdad sea mentirosa no impide esperar del análisis una relación directa con la verdad.

 

El mensaje freudiano: aletheia

En cierto modo, el mensaje freudiano se hizo un paso en la civilización. En el sentido de que la libertad de expresión se volviera un bien absoluto. Hablar liberaría. La opinión retuvo la idea de una catarsis freudiana: se liberan ficciones íntimas que serían perjudiciales y tanto más activas por ser desconocidas. Esa es una versión del psicoanálisis sin fundamento, que Freud mismo abandonó, ya que ocultaba la dimensión de la transferencia: ¿a quién se habla? El sujeto no es el autor de lo que dice, es del Otro de la transferencia que recibe su mensaje.

Es cierto que hay en la cura una noción de revelación (aletheia): el psicoanálisis es una experiencia de verdad bajo transferencia, es el sentido de la asociación libre, más allá de los prejuicios del yo, de la conciencia tranquila: se trata de contrarrestar el “no quiero saber nada”. Favorecer el descongelamiento de la palabra más que el silencio o la mentira. El sujeto que consiente a la deriva de lo inconsciente tiene que volver sobre lo que ha dicho. Una palabra que instaura una relación con la verdad.

Pero el amor freudiano de la verdad tiene un límite esencial: toda verdad no es buena de decir. Se trata de recordar esto en la interpretación: no equivale de ninguna manera a devolver al sujeto su verdad cruda en plena cara.

El despertar que está en juego en la experiencia de la palabra en el análisis desnuda, en efecto, un real que está muy lejos de ser pacificador y con el que el sujeto tiene que contar. El punto que se toca es el de una verdad mortal y en ese sentido no es promesa de ninguna reconciliación armoniosa, ni de ningún bien.
La verdad como punto de horror para un sujeto queda totalmente olvidada en los llamados a la libertad de decir todo y de decir toda la verdad. Se promociona una verdad enteramente jurídica y se olvida que la verdad subjetiva no es ni amable ni deseable.

 

De la verdad como cosa a la verdad como lugar

Quisiera subrayar aquí la subversión que realiza Lacan en cuanto a la verdad. ¿Cuál es el destino radical que Lacan le reserva? Y bien, ese destino radical que Lacan reserva a la cuestión de la verdad es de no situarla en el registro del pensamiento o del conocimiento, sino de situarla como cosa. La verdad pertenece al registro de la cosa que habla.“Yo la verdad, hablo”. ¿Es decir? La verdad no pasa más por el pensamiento sino por las cosas dice Lacan en “La Cosa freudiana”: comunica por medio de rébus (acertijos), como el sueño [2]. El rébus como cosa es el signo de un decir verdadero, auténtico. Porque la verdad de la que se trata no es buena de decir, y necesita travestirse. “Nuestros actos fallidos son actos que triunfan, nuestras palabras que tropiezan son palabras que confiesan. Unos y otras revelan una verdad de atrás.”[3]. En el síntoma, en las imágenes del sueño, se manifiesta una palabra que trae una verdad de atrás.

Insistamos: si planteamos con Lacan la cuestión general, como él lo hace: ¿Quién habla? Entonces, no es el sujeto sino la verdad. “La cosa habla por sí misma”. Ya que el sujeto dice más de lo que sabe decir. No se lo puede obligar a decir toda la verdad. Es una verdad que no dice necesariamente toda la verdad, pero lo que la hace verdad, es que habla.

Lacan complejiza esta forma de abordar la verdad situándola como lugar: pasa de la verdad como cosa a la verdad como lugar: el lugar de la verdad, como una verdad escondida. Situándola como lugar exterior al discurso, se puede entender que no pueda englobar todo, no puede ser toda e incluso que puede estar simplemente ausente. Sólo puede ser medio-dicha, ser leída entre líneas, queda velada porque toca lo real. Es una consecuencia de su conexión con lo real. Cuando se la quiere mostrar toda, es un monstruo que aparece, es un torrente de odio que le sigue, en la proliferación del fake. Cuidar del lugar de la verdad es esencial, para no saturarlo, para dejar libre el lugar de la verdad, según la feliz fórmula de Eric Laurent [4], dejar libre el lugar más allá de lo que se dice, de “una verdad de atrás”.

De la verdad al saber

Hay un límite entonces para una verdad toda, es lo real. Pero esta conexión con lo real solo adquiere su alcance en el análisis a través del saber.

Partamos de una resonancia clínica: podemos encontrar en el análisis algunos momentos de aparición de la verdad (con respecto a un sueño) que no tienen verdadero efecto en nosotros, sólo se perciben sus consecuencias cuando pasan al saber, más allá de una simple revelación. Esta es la diferencia entre una verdad que produce efectos de alivio, pero de corta duración, y un progreso del saber.

El saber cuestionado aquí es aquel que puede depositarse en la cura como un modo del goce, con su aparato fundamental: el sinthome. Es un saber que no tiene nada de universal, que no vale más que para UNO, ya que se aprende el psicoanálisis en el cuerpo propio. Se aprende sobre el goce en tanto es indecible, sin forma, ni razón. Sin parangón con los ideales.

Por fortuna para el psicoanálisis, que los partidarios de todos los rechazos o desmentidos de lo inconsciente lo sepan o no, sólo por hablar, se experimenta un límite: el de poder decir la verdad sobre la verdad. Este límite se sostiene de un único encuentro con una experiencia de goce, que deja una marca indeleble, a la que Lacan llama “espina en la carne” [5]. Jacques-Alain Miller citó esta expresión en su presentación de Lacan Redivivus, en la librería Mollat: esta espina vuelve a recordarnos su presencia, manifestándose de una manera más o menos dolorosa. En un análisis, se aprende a servirse de ella.


[1] Jacques Lacan, Seminario IV, página 393

[2] Jacques Lacan, Escritos 1. Página 387

[3] Jacques Lacan, Seminario I, página 386.

[4] Laurent É. «  Parler et dire le faux sur le vrai », Quarto 128, p. 68-69. 2021

[5] Jacques Lacan, Juventud de Gide, Escritos 2, página 719