Lo real sin ley moviliza y apremia, desamarra al sujeto y lo lleva a la deriva en un mundo hecho de empuje y palabra aplanada. La caída de los semblantes regulatorios y de contención en el Otro, como la familia, la escuela o instituciones de salud, han bajado umbrales que han dejado a la infancia y adolescencia con efectos de desamparo frente a imperativos como la medicalización, es decir el abordaje farmacológico de diferencias incómodas o dolores propios de la existencia.

El malestar es inherente a la cultura, pero desde esta perspectiva, se reduce a un abordaje bio-molecular.

A esta situación hay que complementarla con dos componentes fundamentales que acompañan a todos los fenómenos de generalización del modo de vivir actual, que son la aceleración del tiempo –no se propicia el tiempo para subjetivar- y por otra parte el borramiento de las fronteras etarias a la hora de prescribir psicofármacos, si bien carecemos de estudios científicos confiables sobre los márgenes de seguridad en el uso de estos en niños y adolescentes.

Con respecto a la eficacia, tendríamos que preguntarnos a que respondería un criterio de eficacia?

Como bien se describe en el informe del Observatorio de la Infancia Medicalizada –FAPOL-, en el Congreso de Río de abril de 2016, habría dos modelos de acción del fármaco, uno centrado en la enfermedad, es decir que sería de suponer que los fármacos corregirían un estado alterado del cerebro. El otro modelo es el centrado en el fármaco, es decir, este compensaría una alteración por la que se consulta.

Pero lo que tenemos que saber es que la validez científica es poco fiable, ya que se ha puesto en evidencia que hay una ruptura entre la investigación y la aplicación clínica.

Con la crisis del DSM 5 se ha develado, entre tantas «fallas», clausulas de confidencialidad, retraso en los ensayos clínicos, etc. Al laxismo de los diagnósticos debemos sumarle la sobre-medicación.

El psicoanálisis no pone en cuestión el avance neurocientifico, relativo a brindar una mejor calidad de vida, esto sin que se forcluya la subjetividad. En «Psicoanálisis y medicina», texto de 1966, Lacan se pregunta por el lugar del psicoanálisis en la medicina y lo sitúa desde dos perspectivas, uno como marginal, como una suerte de ayuda externa. El otro como extra-territorial, este lo entiendo en términos discursivos, en términos del campo de la palabra, el lenguaje y el goce.

Cuál es el buen lugar que pueden encontrar los avances de la ciencia para el psicoanálisis?

Sin dudas que no está en la vertiente preventiva que trae aparejado el diagnóstico precoz en la infancia, sino a posteriori de que aparezcan las manifestaciones de un malestar que perfilen respuestas sintomáticas que den cuenta de un sufrimiento y la relación con el goce del cuerpo.

Hay en relación a la clínica en general y más específicamente en la clínica con niños y adolescentes dos perspectivas de abordaje que quisiera destacar:
Una es lo que Lacan llama en el texto citado Psicoanálisis y Medicina, la falla en la relación epistemo-somática, es decir una falla en la relación entre el saber expuesto –en este caso de la ciencia biologista y la experiencia del cuerpo, allí donde podemos encontrar una experiencia de goce singular.

Otra es lo que en farmacología clínica se denomina variabilidad individual, es decir que ante una dosis habitual se puede responder dentro de lo esperado, de manera excesiva o de forma insuficiente o nula. En esta respuesta variable pueden entrar tanto factores denominados psicológicos o fisiológicos, con causas múltiples.

Es de entender que desde esta perspectiva es que podemos abordar las variables de lenguaje y goce que nos acercarán a una perspectiva singular allí donde los impasses de la ciencia y el mercado lo propicien.