La angustia en la experiencia analítica del siglo XXI
Ricardo Seldes
Analista Miembro (AME) de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial del Psicoanálisis. Docente del Instituto Clínico de Buenos Aires. Docente de la Maestría en Clínica psicoanalítica del IDAES- UNSAM. Director de P.A.U.S.A. – Psicoanálisis Aplicado a las Urgencias subjetivas de la actualidad.
Email: ricardoseldes@gmail.com
RESUMEN
A partir de las referencias de Freud y Lacan, la conferencia aborda la angustia en la contemporaneidad, interrogando su causa y su función en la clínica. Se examina la particularidad de la angustia, distinguiéndola de otros afectos, como la tristeza, el miedo, el pánico y la nostalgia, y destacándola como el afecto por excelencia en la práctica analítica, el afecto que no engaña, señal de lo real. Se investiga la relación fundamental de la angustia con el cuerpo y la sexualidad, situándola en torno a pérdidas libidinales, a la no aplicación de la libido y a la irrupción del objeto en la escena como plus de gozar. Mediante una viñeta clínica se ilustra el momento en que la angustia señala el goce y posibilita una experiencia distinta con la palabra. Para concluir, se apunta que el deber ético del psicoanalista es abordar la angustia que llena la falta del Otro, haciéndola hablar.
Palabras clave: psicoanálisis, angustia, práctica clínica, siglo XXI.
RESUMO
A partir das referências de Freud e Lacan, a conferência aborda a angústia na contemporaneidade, interrogando sua causa e sua função na clínica. Examina-se a particularidade da angústia, distinguindo-a de outros afetos, como tristeza, medo, pânico e nostalgia, destacando-a como o afeto por excelência na prática analítica, o afeto que não engana, sinal do real. Investiga-se a relação fundamental da angústia com o corpo e a sexualidade, situando-a em torno de perdas libidinais, da não aplicação da libido e da irrupção do objeto na cena, como mais-de-gozar. Por meio de uma vinheta clínica, ilustra-se o momento em que a angústia sinaliza o gozo e possibilita uma experiência diferente com a palavra. Para concluir, aponta-se que o dever ético do psicanalista é abordar a angústia que preenche a falta do Outro, fazendo-a falar.
Palavras-chave: psicanálise, angústia, prática clínica, Século XXI.
ABSTRACT
Drawing on Freud and Lacan, the conference addresses anguish in contemporary times, interrogating its cause and its function in clinical practice. It examines the particularity of anxiety, distinguishing it from other affects such as sadness, fear, panic, and nostalgia, and highlighting it as the affect par excellence in analytic practice, the affect that does not deceive, a sign of the Real. The relationship between anxiety, the body, and sexuality is investigated, situating it around libidinal losses, the non-application of the libido, and the irruption of the object into the scene as an excess of jouissance. Through a clinical vignette, the moment is illustrated in which anxiety signals jouissance and enables a different experience with the word. In conclusion, it is argued that the ethical duty of the psychoanalyst is to address the anxiety that fills the lack of the Other, making it speak.
Keywords: psychoanalysis, anxiety, clinical practice, 21st century.
La angustia y su causa
Hemos inventado un hermoso título para esta conferencia, una propuesta de investigación sobre la práctica, y al mismo tiempo es algo que no sabemos que alcance puede tener ya que el siglo XXI, al menos para mí es tan incognoscible como misterioso. Es una época de múltiples creaciones técnicas de inteligencias humanas, artificiales y sucesos veloces que obsoletizan los objetos que nos acompañan a diario, los que casi forman parte de los cuerpos.
Me encuentro lejos de criticar esta modalidad de vida que va in crescendo y que compromete nuestros cuerpos, que son parte de ellos, que nos dan la hora mientras miden nuestras funciones cardíacas. Saben acerca de nuestra actividad física, recuerdan donde la memoria falla, nos exigen propósitos deportivos que deberíamos realizar. Un superyó que nos cuida y que nos comanda luego de solicitarnos nuestro profundo consentimiento.
No abundaré en más detalles conocidos ya que nuestro tema no es determinar las condiciones del siglo en el que vivimos sino preguntarnos por un fenómeno clásico, esencial de la experiencia analítica y lo que esta nos enseña.
¿Hay un buen uso de la angustia?
Estamos acostumbrados a orientarnos en el caso por caso y difícilmente podemos hacer generalizaciones, sin embargo, hay un saber en psicoanálisis que se acumula y del cual podemos deducir algunas orientaciones.
Al hablar de los neuróticos en la lección 25 de las Conferencias de introducción al psicoanálisis, Freud menciona la angustia como el padecimiento más horrible, un estado afectivo, enigmático, algunas veces tan intenso que pueden hacerles adoptar las más locas medidas. También señalará que no es necesario ser neurótico para experimentar la angustia realista y ubicará que las oportunidades en las que se presenta dependen de nuestro saber (en más o en menos) y de nuestros sentimientos de poder, respecto del mundo que nos rodea. Concluirá de todas maneras que, el desarrollo de la angustia nunca es el adecuado y que no tratamos de interrogar por el sentido sino fundamentalmente por su causa.
Al revisar sus diversas formas, Freud advertirá que no debemos perder de vista el nexo entre la angustia y la amenaza de un peligro, la definirá como un ataque gratuito que es “tan incomprensible para nosotros como para el enfermo” (Freud, 1916-1917/1975, p. 365).
En la histeria los sujetos no saben cómo decir que es eso ante lo cual se angustian, por eso lo enlazan con cualquier fobia que tengan a mano, tal como morir, enloquecer o sufrir un síncope. Ubicaremos la causa en cuestiones libidinales, en una acumulación de libido a la que se le cohartó su aplicación normal la que entonces se desplazará a procesos somáticos. A primera vista, dirá Freud, no se discierne el modo en el que se genera la angustia a partir de la libido, solo se comprueba prácticamente que en alguna parte falta libido y en su lugar se observa angustia. Con respecto a los obsesivos quienes parecen exentos de angustia, esta aparece, y en forma horrible, si por ejemplo se les impide ejecutar su acción ceremonial o a abandonar alguna de sus compulsiones, lo que demuestra que la angustia estaba encubierta por la acción obsesiva al servicio de evitar la aparición del afecto penoso. Podemos afirmar que una formación sintomática sustituye a la angustia y que ésta es causa del síntoma. En cuanto a la angustia señal descripta por Freud en Inhibición, síntoma y angustia eso trae otro enigma a resolver: si la angustia es causa de la represión y esta del síntoma, ¿cuál es la causa de la angustia?
Las vecindades de la angustia.
Es difícil saber por donde comenzar para interrogarnos sobre “la esencia de la angustia” (Freud, 1926[1925]/1992, p. 125) ya que como Freud ha indicado no es cosa simple de aprehender. Podemos comenzar con lo que no es angustia y nos encontraremos con lo que me gusta llamar las vecindades de la angustia.
Hay varias, distintos afectos que se confunden o directamente se llaman angustia o ansiedad, y al interrogar su devenir nos enteramos que se acercan más a lo que nombramos tristeza, depresión, o en lo que suele ubicarse como Panic attack, es decir que nos encontramos lisa y llanamente con el miedo.
Quizás sean los temas más propios de las consultas de la actualidad. Freud se aproximó a la tristeza como el sentimiento que trae consigo un total desligamiento del presente y del porvenir.
La tristeza interrumpe la acción del tiempo y al emparentarla con la nostalgia deviene un manifiesto ejemplo de una “fijación afectiva del pasado” (Freud, 1916-1917/1975, p. 252).
La angustia, al revés de la nostalgia, pone en marcha el tiempo, es lo que permite al sujeto marcar un antes y un después. Es el primer punto en el que nos autorizamos a plantear a la angustia como señal de lo real. Es el afecto que nos fuerza a salir del agujero del tiempo eternizado.
¿Cómo podemos acercarnos a hablar de la angustia cuando el concepto nunca nos va a revelar demasiado sobre ese sentir displacentero que se experimenta? Es más un dolor, rara vez con una sonrisa en los labios, quizás más bien con las lágrimas que de repente saltan en los ojos.
Volvamos a la Conferencia 25 cuando Freud se interroga por la angustia en los niños muy pequeños. Dirá que el caso típico y primario, cuando el niño se asusta a la vista de rostros extraños, es porque espera siempre ver el de la madre, la persona familiar y amada. La tristeza y decepción, o la añoranza y desengaño que experimenta ante la pérdida del amor se transformarán en angustia. En la angustia infantil, se encuentra reproducida la condición de ese primer afecto que acompaña al acto del nacimiento, y esto es lo fundamental, se trata de la separación de la madre. Es el primero de los peligros con los que el sujeto debe confrontarse en la vida, sufrirlos inevitablemente, probablemente de modo traumático. Es lo que constituye la hostilidad propia del sujeto de la palabra. Freud concluirá que la angustia infantil como la neurótica, se genera a partir de una libido no aplicada que sustituye el objeto de amor, que se echa de menos, por un objeto externo o una situación.
Quizás, uno de los momentos más fuertes de encuentro con lo real sea la angustia ante la pérdida del amor. Según Strachey en la introducción que él hace de Inhibición, Síntoma y Angustia (Freud, 1925-1926/1992) hay una relación muy estrecha entre la pérdida del amor de objeto y la sexualidad femenina. Es un hilo para pensar allí lo que se llama la erotomanía femenina muy evidente y persistente en algunos análisis donde la angustia produce reacciones muy diversas.
En 1974 la Revista Panorama le preguntó a Lacan: “¿Qué es lo que empuja a la gente a analizarse?”, y él respondió:
“El miedo. […] el hombre tiene miedo cuando no comprende y le llegan las cosas, incluso las que ha querido. Sufre de no comprender y poco a poco entra en un estado de pánico. Es la neurosis. En la neurosis histérica el cuerpo deviene enfermo del miedo de estar enfermo sin estarlo realmente. En la neurosis obsesiva el miedo pone cosas bizarras en la cabeza, pensamientos que no se pueden controlar, en las fobias hay formas y objetos que adquieren significaciones diversas y espantosas.” (Granzotto, 2015, p.1).
La pista que tenemos es pensar en la relación que existe entre el miedo y la angustia ¿Hay una relación directa? ¿uno es causa del otro? Un capítulo fundamental del seminario de la Angustia, la clase XII del 06/03/63 esclarece la relación entre ambos.
Lacan habló de la angustia como el miedo al miedo.
¿Qué relación existe entre la angustia ante los peligros exteriores la Realangst y los peligros interiores, los pulsionales?
El estado de pánico que surge entre la angustia y el miedo tiene a mi juicio una causa, es un miedo, pero de nada, algo que se sitúa fuera de nuestro cuerpo
Una característica de la angustia es que no es muy fácil describirla. En todo caso la angustia se constata. ¿Y eso que quiere decir? ¿Que se trata de una experiencia inefable? No lo creo así. El miedo del miedo decía Lacan. Mucho de esos miedos, mucha de esas angustias, al nivel donde lo percibimos, tienen alguna cosa que ver con el sexo.
Parte de que el mismo Freud decía que la sexualidad para el animal parlante que se llama el hombre, no tiene ni remedio ni esperanza. Uno de los deberes del analista, decía, es el de encontrar en las palabras del paciente el nudo entre la angustia y el sexo, ese gran desconocido.
Lo que no engaña
Lacan ha planteado en el Seminario 10 en la clase “Lo que no engaña” que la angustia está enmarcada y que siempre es poco, todo el tiempo que se le dedique a los matices de ese encuadramiento. Entiendo que se trata tanto en la práctica misma como en la construcción epistémica que de la angustia realicemos.
De este modo expreso mi posición acerca de que la importancia de la angustia en la clínica psicoanalítica es la de tratar de interrogarla para extraerle su certeza. Cuando lo hacemos es porque suponemos que es posible un pasaje por lo simbólico e incluso por lo imaginario y que en todo caso siempre nos encontraremos con algo particular.
La relación entre los síntomas y la angustia nunca puede ser teorizada fuera del caso particular. De allí la importancia de detenerse a explorar el detalle clínico como la angustia que se recuerda, ese momento que se narra y es también “rebelde a la descripción, hay algo que no soporta y es que la descripción salga del caso particular” (Leguil, 2013, p. 261).
François Leguil ha planteado que Freud muestra cómo cuando en la psicosis la angustia no puede ser enmarcada, el sujeto la interpreta como influencia de la mala voluntad del Otro gozador, es decir nos encontramos con la dimensión paranoide en la dificultad de enmarcar la angustia en el tratamiento y obviamente en la vida misma.
Lo cual nos lleva a señalar la diferencia más directa entre la angustia y el síntoma y es que en la angustia no hay mensaje. Y además de que en sí misma no hay un mensaje como podríamos pensar del síntoma, la angustia, a pesar de ser una experiencia dolorosa, es algo que le permite al sujeto la posibilidad de una apertura, es una brújula que le dice que algo debe cambiarse.
Con el síntoma, lo sabemos muy bien, puede haber una complacencia con él, un uso hasta de funcionamiento que hace que el sujeto ame a su síntoma más que a si mismo. cuando alguien está angustiado nunca sabemos de qué se trata. Es una idea que quisiera sostener como pregunta de fondo.
¿Cuándo surge la angustia? Miller (2013, p. 269) responde cuando no podemos orientarnos por lo simbólico.
¿Que nos sugiere esto? Hay algo en la experiencia analítica que nos lleva a interrogar especialmente ese momento particular en el que se produjo la angustia, puede ser dentro de las sesiones o fuera de ellas. Tratamos de ubicar como se desencadena la angustia, así como hacemos con la psicosis.
Esto me lleva al último punto que quisiera traer para abrir la problemática y que supone una conexión entre la angustia y el fenómeno elemental. Y es la certeza. Lacan nos propone diferenciar la angustia de los otros afectos, es el afecto que no engaña, el que conduce a una certeza. Es el afecto por excelencia en la práctica analítica.
En Lacan (2007, p. 86-87) encontramos la definición de la angustia en un apólogo: es la espera de que algo sucederá. Estamos en el teatro, en la escena del mundo, se apagan las luces, se está por levantar el telón. Se trata de un brevísimo momento de angustia sin el cual nadie podría captar el valor trágico o cómico de lo que sucederá. Esta es la brújula. Los elementos constitutivos están todos allí: tenemos un marco significante, una espera, el campo propicio para que aparezca el afecto correlativo a esa espera del Otro. La angustia es esencialmente un corte, sin el cual el significante, su funcionamiento, su surco en lo real es imposible. Pero esto que es sólo un instante, que inmediatamente queda elidido por quedar tomados en la escenificación, demuestra qué sucede cuando falta el marco simbólico o cuando en el marco significante aparece lo más cercano, lo Heim, el huésped, pero bajo su otra dimensión, lo más extraño, el objeto.
La constitución de lo hostil es el primer recurso frente al desamparo. Hay angustia dirá Lacan cuando en el marco surge lo que ya estaba ahí, lo hostil en cuanto tal, lo que está en casa, lo Heim, lo familiar. Esta es una de las posiciones de Lacan, decir que el surgimiento de lo siniestro de lo ominoso en el marco es lo que constituye el fenómeno de la angustia. Es producto del corte de la cadena significante, o su surgimiento es lo que la corta, es la urgencia que revela un carácter entre superyoico y hostil. La angustia es así cuando la acción toma prestada su certeza, y actuar es arrancarle a la angustia su certeza, operar una transferencia de certeza.
Tomamos entonces la relación que podemos establecer entre la angustia, la certeza y el enigma. La angustia no engaña porque no dice qué es el objeto, se relaciona con la falta en el Otro, y tampoco dice que es ésta, no sostiene su discurso. La certeza es el lado denso del significante y de su significación. En el enigma del deseo del Otro el sujeto pierde la posibilidad de deslizarse en su terreno, como dice Heidegger en El ser y el tiempo el sujeto se angustia cuando no está en su casa. Ubicamos la relación del sujeto con la causa y con su casa ha señalado Miller. Cuando lo familiar se hace tan ajeno mejor huir, cuando crees que estás en tu casa y los signos del Otro te demuestran lo contrario mejor poner tus barbas en remojo.
Nuestra ubicación en tanto analista es intentar mejorar la posición del sujeto, dosificar su angustia, ya que la certeza y la espera de peligro que anunciaba Freud son en la angustia la misma cosa, es una amenaza que no cesa. Desangustiar bajo transferencia permite que el analizante pueda extraer lo que le concierne del sufrimiento de la certeza. No se trata ni de sugestionar ni de dar sentido al sinsentido, en todo caso si es posible sintomatizarla mejor.
¿Por qué entonces Lacan habla de lo que no engaña? ¿Que implica la certeza del fenómeno elemental? El fenómeno psicótico nos asiste en su captación. No se trata de oponer certeza a realidad y pensar en mundos irreales. En la realidad de su alucinación, el loco no cree, plantea Lacan (2002, p. 110) en el Seminario 3, “El sujeto admite, por todos los rodeos explicativos verbalmente desarrollados que están a su alcance, que esos fenómenos son de un orden distinto a lo real, sabe bien que su realidad no está asegurada, incluso admite hasta cierto punto su irrealidad”. Pero, a diferencia del sujeto normal para quien la realidad está bien ubicada, él tiene una certeza: que lo que está en juego—desde la alucinación hasta la interpretación—le concierne. Esto es esencial de captar, ya que está claro para nosotros que un fenómeno elemental implica en toda la escala que va de la benevolencia a la malevolencia y significa para él algo inquebrantable.
Conclusiones (siempre) provisorias
Lacan comenzó su enseñanza señalando que la angustia es señal del deseo del Otro que es insoportable. No es raro captar en la clínica este fenómeno que pone al sujeto en el lugar de lo que la falta a la mantis religiosa. Lo que sucede a nivel especular que, según Miller en la angustia lacaniana, es donde más se esconde el objeto, eso extraño al que aludimos anteriormente. En el siglo XXI las conquistas de la ciencia y de la técnica en el centro de lo social están acompañadas del derecho a gozar, cuando no la obligación de hacerlo. La certeza está del lado de lo que se goza. Es por eso que para Lacan no es la pérdida del objeto lo que causa la angustia sino cuando falta la falta es decir cuando el objeto aparece en escena, la angustia hace aparecer el objeto por el lado del plus de gozar.
Una breve viñeta de una primera entrevista nos servirá para ilustrar ese momento de interrogar la certeza de la angustia.
Una mujer de mediana edad relató que pocas semanas atrás había muerto su hijo de 21 años. “Lo mataron, murió de un balazo”. Este dicho fue acompañado por un breve llanto, que ella misma interrumpió de inmediato, para abundar en detalles acerca de la responsabilidad que pesa sobre el padre de este hijo, su ex marido, de quién se había separado hacía más de diez años. En aquél momento, ella dejó a su hijo con él para que no cambiara ni de barrio ni de escuela. Este muchacho, descubrió años más tarde, “estaba en mala compañía”, y aclaró: “era habitué de un cibercafé en donde abundaban armas y drogas”. Ella parecía captar muy bien el valor de los detalles, y precisamente no parecía alguien que hablara de más. Cuenta entonces, sin demasiado afecto, que el hijo murió en un asalto. Hasta ese momento podría tratarse del dolor de una madre y punto. Sin embargo, se notaba que había algo más.
¿Cuál fue el punto de luminiscencia de esta entrevista de este encuentro? Este punto se produjo cuando, con gran dificultad en el decir, como cuando las palabras pesan en la boca, relató que seis meses atrás, por una observación de su nueva pareja, ella captó que su hijo era drogadicto y ladrón. En ese momento de la entrevista la observé angustiada por primera vez, como tratando de encontrar lo que, para ella, desde aquel momento, seis meses atrás, había sido algo indescriptible, algo indecible.
Dijo entonces: “Cuando me di cuenta me agarró como cierto miedo a algo, no sé, temor”, hizo un silencio.
“¿De que algo le pudiera pasar?”, le pregunté.
“No, no, es otra cosa, es que yo no podía entender que alguien tan cercano”… se interrumpe. Tuve que interpretar: “alguien tan cercano y tan extraño al mismo tiempo”.
Levantó la cabeza, su mirada se aclaró, con el ceño más relajado me miró y dijo: “exactamente, ese no era mi hijo. Yo sentí algo raro, era pena, pero…” Se volvió a detener…
“Dígalo”, la insté con firmeza y dulzura al mismo tiempo.
“Sentí repulsión por mi hijo”, dijo la Sra. A partir de ese momento el relato se llenó de detalles, y se evidenció ese primer tiempo del trauma que consistió en la caída de aquello que la había sostenido hasta ese momento, la idea del amor como remedio. La entrevista finalizó cuando ella misma me demandó contención y un espacio para entender todo esto. La angustia y la urgencia quedó localizada en ese punto de goce, de sufrimiento excesivo, en el que ella había quedado paralizada.
No puedo decir cuánto duró la entrevista, en esos momentos de tanta verdad se pierde la dimensión del reloj y se adquiere la del tiempo libidinal que comienza a funcionar nuevamente. Pensé que ella debía producir una nueva decisión porque en la anterior encontró un escollo insalvable.
El análisis nos permite aprender algunas veces. ¿Qué en este caso? En primer lugar, por supuesto, a desprendernos del prejuicio, de los prejuicios, si bien es cierto que la muerte de un hijo es algo insoportable para cualquiera, y para cualquiera que lo escuche, en este caso lo que se pusieron de manifiesto fueron los tres momentos en los que se produjo la pérdida.
En el primero, se nota claramente el triunfo del amor de la madre, es como una de las mujeres que se presentan ante el rey Salomón. Se trata de la verdadera madre, la que renuncia al hijo para que no lo partan en dos. Demos un salto, y pasamos al tercer momento, el de la pérdida real, la muerte del hijo, aquella que la enfrenta con lo inevitable. Pero, si dejamos explayarse al sujeto, si no intentamos acallarlo, por ejemplo, con medicaciones ansiolíticas, nos encontramos con el relato de la pérdida más terrible, el momento en el que el objeto de amor se transformó en objeto de angustia. Es la expresión del rechazo de lo propio, de esa parte de su ser que para ella no tenía sentido. Cuando salimos del sentido, ahí tenemos lo real.
Tuve la oportunidad de captar en el caso que había una palabra privilegiada por ella o mejor para ella. Ese significante era “rechazo”, que estaba ilegible y comenzó a hacerse legible, desde esa lectura ella pudo hacer una experiencia diferente con la palabra. Defino a la urgencia subjetiva como la chance de hacer una experiencia diferente con la palabra, y que eso cambia las cosas.
Nuestro deber ético entonces es tratar la angustia que colma la falta del Otro. Tal como dice Lacan cuando falta la falta, cuando el exceso de la exigencia pulsional se impone, consiste en sintomatizarla en hacerla hablar.
La angustia es señal que el mundo es goce y no representación ni voluntad detrás de la representación. La angustia como señal de lo real es señal de un goce que viene del deseo. O sea que cuando hay angustia hay goce, pero en su horizonte también hay deseo.
La angustia es señal de lo real más particular de cada uno y de lo que debe hacerse cargo de su goce. De allí que Lacan, en la entrevista de Panorama de 1974 (Granzotto, 2015), dijera:
Cuando escucho hablar del hombre de la calle, de los sondeos, de los fenómenos de masa o de cosas parecidas, pienso en todos los pacientes que he visto pasar sobre el diván de mi consultorio en cuarenta años de escucha. No hay uno solo que sea parecido a otro, ninguno con la misma fobia, la misma angustia, la misma manera de relatar, el mismo miedo de no entender.
REFERENCIAS