La angustia en el niño autista

Claudia González

Psicoanalista en Barcelona, Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP)
gonzalez.claudia@icloud.com

RESUMEN

La angustia en el niño autista se relaciona con la intolerancia al agujero, nada puede faltar. No responde a la pregunta por el deseo del Otro y tiene efectos devastadores en el cuerpo, un cuerpo que, precisamente, carece de agujeros. El artículo sitúa diferentes formas de angustia en función de las estructuras clínicas y de la singularidad de cada caso, como también la diferencia entre miedo y angustia en el psicoanálisis lacaniano. Una viñeta clínica será uno de los hilos conductores para situar esta diferencia y seguir la posibilidad del tratamiento, en institución, de la angustia en un niño autista. Se toman vertientes importantes en este tema como lo son: la subjetivación del cuerpo y su imagen, el goce, la interioridad y la exterioridad, el objeto, el estatuto del Otro y del otro y las maniobras del practicante para situarse y poder tratar la angustia que invadía a este sujeto y le posibilitó así otro tipo de trabajo en relación con el espacio. Se mencionan casos de la literatura psicoanalítica (el caso Piggle y el testimonio de Donna Williams) que son de vasta utilidad para pensar el tema de la angustia en la infancia.

RESUMO

A angústia na criança autista está relacionada com a intolerância ao furo, nada pode faltar. Ela não responde à questão do desejo do Outro, o que tem efeitos devastadores sobre o corpo, um corpo que, precisamente, carece de buracos. O artigo situa as diferentes formas de angústia em função das estruturas clínicas e da singularidade de cada caso, bem como a diferença entre medo e angústia na psicanálise lacaniana. Uma vinheta clínica será um dos fios condutores para situar essa diferença e para acompanhar a possibilidade de tratamento, numa instituição, da angústia numa criança autista. São levados em conta aspectos importantes deste sujeito, tais como: a subjetivação do corpo e da sua imagem, o gozo, a interioridade e a exterioridade, o objeto, o estatuto do Outro e do outro, e as manobras do praticante para se situar e poder tratar a angústia que invadia este sujeito e que tornava assim possível um outro tipo de trabalho, em relação com o espaço. São referidos casos da literatura psicanalítica (o caso Piggle e o testemunho de Donna Williams) que são muito úteis para pensar o tema da angústia infantil.

ABSTRACT

Anxiety in the autistic child is related to the intolerance of the hole, nothing can be missing. It does not answer the question of the desire of the Other and has devastating effects on the body, a body which, precisely, lacks holes. The article situates different forms of anxiety, according to clinical structures and the singularity of each case, as well as the difference between fear and anxiety in Lacanian psychoanalysis. A clinical vignette will be one of the guiding threads to situate this difference and to follow the possibility of treatment, in an institution, of anxiety in an autistic child. Important aspects of this subject are taken into account, such as: the subjectivation of the body and its image, jouissance, interiority and exteriority, the object, the status of the Other and the other, and the manoeuvres of the practitioner to situate himself and to be able to treat the anguish that invaded this subject and thus made possible another type of work in relation to space. Cases from psychoanalytic literature are mentioned (the Piggle case and the testimony of Donna Williams) which are very useful for thinking about the subject of childhood anxiety.

Keywords: autismo, angustia, cuerpo / autism, anxiety, body / autismo, angústia, corpo

“Quand je suis angoissé, je crie quand je souffre trop, donc je me soulage en criant.”

(Qui j’aurai été… Journal d’une adolescente autiste. Jeoffrey Bouissac)

La experiencia del miedo y la angustia es universal y, como tal, inseparable de la experiencia humana en todas sus formas. Esta misma amplitud de los fenómenos que nos ocupan hizo que tanto Freud como Lacan tuvieran que esforzarse por delimitar lo específico de la angustia en relación con otras formas del miedo. A pesar de todo, la angustia se presenta bajo modalidades muy diversas. En el niño tiene un estatuto especial, por su relación directa con momentos privilegiados de la construcción del sujeto y sus medios para abordar lo real. Así, Freud vinculó la angustia con la neurosis infantil, entendida esta, no como un trastorno, sino como un momento decisivo en la vida, en la que el sujeto se enfrenta a preguntas fundamentales, tanto en relación con su cuerpo como en su relación con el Otro.

Ahora bien, si nos centramos en el estatuto de la angustia en la infancia, también debemos considerar la diversidad de sus formas, tanto en función de las estructuras clínicas como de la singularidad de cada caso.

En el niño neurótico podemos situar dos fuentes principales de la angustia: por un lado, el encuentro con el deseo del Otro, frente al que se encuentra en posición de objeto, en una situación de radical dependencia, por otro, lo que Lacan (1975/2006) destaca en relación con Juanito en la “Conferencia de Ginebra sobre el síntoma”, donde dice que la angustia surge ante la emergencia del goce del propio niño, goce que “otrifica su cuerpo”. Este cuerpo Otro debe ser entonces subjetivado, y ello de un modo que resulta inseparable de la respuesta del sujeto a la pregunta por el deseo del Otro. Esto hace cortocircuito entre el goce del niño y lo pulsional en él, haciéndolo coincidir imaginariamente con el goce de su cuerpo que el niño supone al Otro en su fantasma naciente. En este encuentro, siempre traumático, quedará como saldo el síntoma, núcleo de goce real al que le serán otorgadas una serie de significaciones que pondrán un velo sobre eso que no hay, sobre lo que no tiene representación posible.

Sin embargo, en el autismo esto sucede de otra manera, debido a que ahí el estatuto del Otro es muy distinto. Por ejemplo, la mirada del Otro es ignorada, rehuida desde las edades más tempranas, a falta de la instauración de un circuito pulsional que permita la constitución de un objeto capaz de localizar el goce y regularlo, abriéndose a toda una serie de formas de intercambio. También sucede que el niño autista no reacciona ante la imagen de su cuerpo en el espejo, porque la imagen especular no ha dado paso a la constitución de un yo corporal con respecto al cual situar lo otro del goce, como paso previo a la constitución de los objetos de deseo. Eso “otro” no existe de la misma manera, no lo descompleta, no da lugar a una dialéctica de la pérdida y la recuperación; sólo lo invade de un modo que lo obliga a producir sus propios modos de tratamiento de algo que vive como una agitación imposible de calmar.

Podemos deducir de todo ello lo masivo de sus experiencias de angustia, por la radicalidad de su forma de vivir su cuerpo, una realidad marcada por la ausencia de bordes, de límites. A través de los testimonios que llegamos a obtener de autistas, podemos conocer algo de ello. En sus formas más extremas, conducen a autoagresiones, incluso a automutilaciones, cuando fallan los medios que el sujeto intenta darse para localizar el goce mediante dispositivos muy diversos. Una viñeta clínica nos pondrá esto de manifiesto.

Z, de 5 años, recién llegado a la institución, no puede permanecer en un solo lugar, sino que deambula por los pasillos y otros espacios. Cada mañana, cuando lo dejan en la puerta y se separa de la madre (ella intentando retenerlo pues está habituado a ir en sus brazos) llora desconsoladamente, va de un lado a otro y emite un grito desgarrador. Nada lo calma. La palabra estorba. El silencio ayuda, pero no es suficiente. Se golpea la cara, se abraza a mi cuerpo cuando puede, me agarra con muchísima fuerza cuando me encuentra en su constante ir y venir corriendo por el pasillo. Estando él y yo solos en el pasillo, intervengo con mi silencio mientras intento resguardarlo de que se haga daño. Sin pensarlo, en un momento en que está agarrado a mí e intenta que lo tome en mis brazos, me pongo detrás de él, le meto la camisa dentro del pantalón y se lo amarro con fuerza haciéndole un nudo, le coloco la capucha de su sudadera en la cabeza y de inmediato se calma. Esta intervención supuso un antes y un después. Como luego pude entender, esta sencilla maniobra iba a favorecer la construcción, bajo transferencia, de un cuerpo propio, delimitado y lo suficientemente separado de los brazos de su madre, de quien hasta entonces Z era una extensión.

En efecto, dice Éric Laurent (2013, p. 81):

Ellos tienen acceso a esa dimensión terrible en la que nada falta, porque nada puede faltar. No hay agujero, de modo que nada puede ser extraído para ser puesto en ese agujero – que no existe. Esto es lo que provoca en estos niños crisis de angustia increíbles, por ejemplo, cuando están frente a una puerta o cuando van al baño y no pueden separarse de sus heces: en el registro de lo real no hay agujero, salvo el que trata de crear una automutilación.

La angustia más radical se hacía presente en Z con la separación de los brazos del Otro, único lugar desde donde hasta ahora podía ver el mundo. Sin ellos, los espacios se le presentaban como inquietantes, al carecer de bordes. Y sin ellos, en vez de un agujero localizado hay un abismo que está por todas partes y en ninguna al mismo tiempo. Este abismo acecha al cuerpo, al que nada contiene, sumergido en un espacio fuera de toda proporción, pues no hay modo de medir la distancia sino a partir del borde que delimita el cuerpo. Los límites del cuerpo, que justo ahora Z empezaba a construir, son fundamentales en tanto sólo ellos pueden orientar al sujeto en el espacio y evitar que este lo invada, comprometiendo la integridad de su cuerpo. En adelante, su trabajo en el tratamiento le permitiría producir ciertas costuras particulares del espacio, no sin lograr la permanencia de un objeto exterior a su cuerpo que desde entonces lo acompaña. Objeto que suple con creces la función que tenían los brazos de su madre.

Esto nos hace pensar que la angustia en el niño autista no responde a la pregunta “¿Qué me quiere?” (Che vuoi?) como en el niño neurótico o fóbico. Pregunta que ellos pueden responder a partir de sus propios miedos, que constituyen una primera localización de lo real. Esto desencadena sus elaboraciones, ya sea mediante una fobia o, en todo caso y más en general, mediante la instauración de un fantasma que podrá abrirse a la elaboración de un deseo particular, como se puede apreciar en el caso Piggle (Winnicott, 2006). Estos miedos son estructurales y podemos considerarlos una continuación de la fragilidad estructural del niño con relación a su cuerpo, explicada por Lacan (1949/2005) en el Estadio del espejo.

Las elaboraciones mediante las cuales el niño podrá responder a esta falla estructural dependerán de las herramientas a su alcance. En este proceso, la angustia aparece asociada a un momento clave de elaboración, mediado por la interpretación del deseo del Otro cuando existen las condiciones que lo hacen posible. De lo contrario, los miedos pueden volverse invasivos. En algunos casos, se cristalizan como miedos persecutorios que en vez de una pregunta contienen una certeza, ya sea respecto al deseo del Otro o al goce del niño. Esto último es lo que vemos en las psicosis.

No es el caso del autismo. En el autismo, la angustia está relacionada con la intolerancia al agujero (Laurent, 2013, p. 83) y con el carácter invasivo y amenazante con el que este agujero forcluido retorna. Frente a él, la experiencia del horror puede dejar al sujeto con su grito o la automutilación como únicas respuestas.

Aun así, podemos tratar de encontrar una manera en que el sujeto se deje acompañar en el camino hacia construir otras respuestas.

No es fácil, pues la incapacidad del signo de incorporar y cuantificar el goce hace que al sujeto autista le resulte muy difícil interpretar sus afectos. Por ello, intentan no sentir nada. Cuando estas protecciones se ven desbordadas, surge la angustia por experiencias corporales incomprensibles (Maleval, 2021, p. 318). Donna Williams llamaba a esta clase de angustia “La gran nada negra” (2009).


REFERENCIAS

  • Bouissac, J. (2002). Qui j’aurai été…: journal d’un adolescent autiste. Les Editions d’Alsace.

  • Lacan, J. (2005). El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. En Escritos 1. . Siglo XXI editores. Pp. 99-105.

  • Lacan, J. (2006 [1975]). Conferencia sobre el síntoma en Ginebra. En Intervenciones y textos 2. Manantial. Pp. 115-144.

  • Laurent, É. (2013). La batalla del autismo. De la clínica a la política. Grama ediciones.

  • Maleval, J.-C. (2021). La différence autistique. Presses universitaires de Vincennes.

  • Winnicott, D.W. (2006 [1977]). Psicoanálisis de una Niña Pequeña (The Piggle). Barcelona. Gedisa.

  • Williams, D. (2009). Nobody nowhere: The remarkable autobiography of an autistic girl. Jessica Kingsley Publishers.