El porvenir de la interpretación*

CHRISTIANE ALBERTI

Presidenta de la AMP

La interpretación está en el corazón del psicoanálisis, en su práctica, en su teoría, en su doctrina. Proponiendo este título, “El porvenir de la interpretación”, pensé en el momento actual de la civilización, donde la cuestión de la interpretación está puesta en tela de juicio, amenazada.

No se trata con la interpretación de una cuestión de técnica analítica, sino de un desafío que toca a la civilización, del impacto del discurso psicoanalítico en el mundo. Cabe mencionar que estamos en un contexto en el cual la función de la palabra se ve afectada, se encuentra  escotomizada. Se trata de una palabra donde lo que se dice se reduce estrictamente a lo dicho sin incluir la dimensión del querer decir propio del inconsciente. La apertura de la escena inconsciente implica que el sujeto siempre dice más de lo que sabe. Al desplegar su palabra, el sujeto mismo se traiciona en las fallas de la palabra. Está lo que dice y el más allá de lo que dice. El sujeto que consiente a la deriva del inconsciente, es devuelto a una palabra que instaura una relación a la verdad manteniendo una distancia entre el decir y lo dicho. Y es allí, donde la interpretación encuentra lógicamente su lugar. En el momento actual de la civilización, este margen de la interpretación no está asegurado, ya que lo dicho se reduce a lo dicho. Propongo considerar que es la norma la que viene al lugar de la interpretación. Desarrollaré este punto.

Las normas han evolucionado, eso es cierto. A tal punto, que a veces tenemos la sensación de un desbarajuste completo, incluso de una desorientación social. Al mismo tiempo, podemos constatar que solo una norma se mantiene en el candelero: el principio de igualdad, un “todos iguales”, que ha suplantado al mundo jerarquizado y organizado del patriarcado donde el lugar de cada uno estaba designado según las estructuras tradicionales de la familia. Esta evolución es tan potente que el binario hombre – mujer, que organizaba todas las sociedades, tiende a convertirse en obsoleto para dejar lugar a una fragmentación casi infinita de géneros; cada día una nueva denominación surge en función del género libremente escogido.

¿Por eso vivimos el fin de las normas? Asistimos, más bien, a una escalada potencial de las normas. Esta responde a un profundo movimiento de la civilización: la ley simbólica se descubre débil frente a un mundo donde el estándar cifrado y numérico extiende su imperio. El régimen de lo universal que se fundaba en la excepción deja su lugar a la diversidad: o sea, a una pluralidad de normas sin un principio jerárquico. Pero la consecuencia llamativa de este pasaje de la ley a la sociedad de las normas – que Foucault (Foucault, 1996) ya había descripto – es la siguiente: que las normas más rígidas se recomponen sobre el modelo de la norma cifrada.

Los efectos en el plano de la subjetividad tocan la cuestión de los valores y también la del nombre, la de la nominación.

El valor contable

En la obra intitulada La gobernanza por los números (Supiot, 2012-2014 [2015]), Alain Supiot restituye en una larga historia, el retorno del viejo sueño occidental del lazo social fundado en el cálculo, como lo muestra el último episodio de la revolución numérica. Supiot muestra precisamente cómo el proyecto científico toma hoy la forma de “una gobernanza por los números que se despliega bajo la égida de la globalización” (Supiot, Ibid.: 11). Esta gobernanza por los números se extiende por todos los sectores de la sociedad y de la vida: el régimen de la Ley no desapareció, sino que ella misma es sometida al cálculo utilitario.

He aquí, lo que me ha interesado en este detallado examen que hace Supiot: él subraya que la ley, la lectura de la ley y también el acto de juzgar, dan lugar a la polisemia, a la pluralidad de interpretaciones. La ley está siempre fundada sobre una pérdida de sentido fundamental. Como no existe un sentido unívoco de la ley, siempre habrá un margen para la interpretación. Según él, en este nivel, el derecho se emparenta a una literatura y también a una poética. Por el contrario, la referencia al número, a la cifra, es un principio unívoco y no reflexivo. Es decir, un número es un significado absoluto que elimina el margen de interpretación.

Por lo tanto, tenemos que vérnosla hoy con una disolución de la interpretación y sobre todo con su inmediata mutación en una norma. Supiot lo demuestra claramente en su análisis en relación con el trabajo a través de procedimientos de evaluación que están en el corazón de la filosofía de la gestión por objetivos. Los indicadores cifrados utilizados para la evaluación son inmediatamente transformados en normas. Ya que, en la evaluación cuantitativa, los números, que ya fueron cargados con un valor cuantitativo, se imponen y no pueden ser puestos en cuestión.

Jacques Lacan anticipó los efectos de la dominación del valor contable, al punto de considerar que son los sujetos mismos quienes son reducidos al valor contable, ellos mismos son esta acumulación, esta concreción de puntos que se contabilizan. El mercado en este sentido no es una ciudad, ya que los sujetos como los unos todo solos, son puestos en un lazo, sin el recurso de la interpretación.

El discurso analítico procede a la inversa de esta reducción de los sujetos a un valor contable. Le devuelve un lugar al sujeto procediendo a una histerización del individuo. A la inversa de la modernidad, le deja un lugar a la interpretación, incluso cuando al final del análisis, después de agotarse la interpretación, se desemboca en un fuera de sentido.

El nombre de síntoma

Partiré de una segunda referencia, que me esclarece, sobre la segregación contemporánea a partir del nombre propio. Se trata del libro El país de los sin-nombre, del historiador Giacomo Todeschini (Todeschini, 2015).

Allí, el historiador Todeschini describe e historiza la genealogía de la infamia desde la Edad Media hasta la época moderna, a las personas de mala vida, a las sospechosas y de mala reputación.

Vemos cómo la pérdida o la crisis de la identidad, como también la preocupación por la visibilidad no son solamente modernas y no fueron evitadas en la Edad Media. La duda sobre lo que llamamos el “valor de un individuo” tuvo también su lugar allí.

¿Quiénes son las personas a excluir de la ciudad? Los infieles, los criminales, los judíos, los heréticos, los usureros, pero también aquellos cuyos oficios son considerados viles: las prostitutas, el verdugo, el sirviente, los extranjeros, las mujeres, los inferiores, los deformes, los pobres, los locos, etcétera. En un aumento de la suspicacia y de la desconfianza, serán catalogados como “infames” aquellos sujetos privados de “renombre” en razón de sus actos delictivos, sus profesiones, o su inferioridad. Esta exclusión fuera de los derechos de la ciudad extiende e incrementa el número de aquellos que no podrán gozar plenamente de la ciudad. Poco a poco, el catálogo se alarga hasta apuntar a la población entera. ¡Todos infames! ¡Todos excluidos! Por consiguiente, “las palabras de exclusión son lanzadas a la cabeza de algunos” y gracias a una propagación galopante; el poder no perdona a nadie. Los nombres que les asigna el ejercicio del poder consisten en hacerlos invisibles (Foucault, 1996: 121-128) y los priva de su nombre propio. A medida que la suspicacia se extiende, “llegan a dudar de su nombre de hombre” (Boucheron, 2015). De esta manera, el libro de Todeschini apunta “al temor de ser golpeado por la infamia” y por consiguiente la duda sobre su propio nombre propio que se propaga en la Europa medieval.

Lo que me ha interesado es esta pregunta: ¿qué es lo que constituye el basamento de la sociedad de aquellos que tienen un nombre? Lo que lo constituye es un “principio de inquietud”, una inseguridad identitaria. Es la angustia de perder su nombre, “la duda sobre su nombre” que tiene allí un lugar central.

Este principio es esclarecido por Éric Laurent en su artículo “Racismo 2.0”. Allí subraya que la teoría del lazo social en Lacan “no parte de la identificación al líder sino de un primer rechazo pulsional” (Laurent, 2014). Propone un análisis en términos de tiempos lógicos aplicados a la identificación. La clave del proceso es la angustia. Del temor a ser excluidos de la comunidad de los hombres, del temor que se percibe por no ser un hombre, me apresuro en formar parte y en identificarme al otro. ¿Por qué me apresuro? Porque hay una falta fundamental de norma en materia de identidad, una falta de saber: nadie sabe quién es un hombre, nadie sabe qué es un hombre.

En un psicoanálisis, nos liberamos de la angustia ligada a este no saber fundamental para autorizarnos a ser lo que somos. Por más infame que uno sea, somos responsables. Y nosotros liberamos el psicoanálisis en nosotros. Consentimos a la soledad radical actualizada por la puesta en forma del modo de gozar absolutamente singular que nos da nuestro nombre propio de síntoma. Es esta soledad que da acceso al otro, al deseo del Otro.

Es sobre la base de esta falta de saber, digamos recorrida, analizada, a la que consentimos (no rechazada por la angustia) que la identificación deja lugar a la única identidad que vale: aquella que nos da el síntoma y que constituye nuestra singularidad en sentido estricto.

Así, en la época de la gobernanza por los números y contra el nombre propio, las normas se presentan a todos de manera anónima, como figuras impuestas, dejando poco margen a la interpretación: la norma viene al lugar de la interpretación. El requerimiento de desear de una manera o de otra, tiende a dominar, a reinar los corazones allí donde podría surgir la cuestión de la orientación sexual y la forma en que un sujeto vive las normas sociales.

Hoy, en la era de la comunicación generalizada, el lenguaje se reduce. El significante se reduce al signo que se cree leer sobre el cuerpo, y se precipita, se cristaliza una identificación, reduciendo al sujeto a su cuerpo, a su hábito, a su color de piel, a su sexo… En materia de sexuación, la tendencia consiste en imponer una identidad de género que fije una respuesta incluso antes de que la pregunta sea desplegada por el sujeto con el tiempo lógico necesario para comprender. El cuerpo mismo se reduce al hábito y se introduce un forzamiento en el sentido de la identidad sexuada: es una niña, o bien, es un niño. Es en nombre de esta reducción del sujeto a su cuerpo, lo que nos reconduce a todos los racismos que se pretenden combatir.

En este contexto, ¿qué podemos aprender del psicoanálisis? Y qué puede el psicoanálisis si su oferta tiene en cuenta un mundo que cambia radicalmente. Si bien algunos han sido tentados por cierta cultura del pasado o nostalgia reaccionaria, el psicoanálisis de orientación lacaniana se mueve con los cambios de la civilización. No obedece a las normas, sino que mantiene sus principios.

En efecto, la práctica más cotidiana del psicoanálisis indica que lo que más a menudo lleva a alguien a dirigirse a un psicoanalista es precisamente que experimenta que lo que tiene demás íntimo (sus sueños, sus fantasías, sus pequeños secretos…) no se encuentran necesariamente en sintonía con las normas sociales actuales. Ya sean estas normas feministas o tradicionales, estén demasiado presentes (se sienta alguien comprometido) o no lo suficiente (se sienta entonces desorientado). Su inconsciente pone en cuestión las normas. El inconsciente se manifiesta de manera a-normal. En efecto, hay una brecha radical entre las normas y lo que hace que nuestro ser más singular se deba más bien a una experiencia de goce que se repite indefinidamente desde aquel encuentro primero de manera más o menos traumática.

Es decir, el psicoanalista no habla en nombre de las normas, no es un director de conciencia, no se rige por sus propios prejuicios. No juzga el progreso de una cura en conformidad con las normas. El psicoanálisis ha contribuido mucho en este sentido a la fragmentación de las normas de la tradición.

El propio Lacan relativizó el Nombre del Padre como pivote del Edipo, argumentando que no hay razón para creer firmemente en ello. El Edipo es una forma social, pero también hay otras. Hace mucho tiempo diagnosticó el fin de la primacía del Padre y con él, el declive de lo viril para extraer de esto su función. Lo hacía jugando con el equívoco de la lengua “la norma- macho” (norme-mâle) (Lacan, 1975 [2022]: 11).

La utilidad de la norma macho. Este es un punto esencial: ciertamente el Nombre del Padre ha sufrido un declive evidente, los grandes ideales han desaparecido. Pero un psicoanálisis está hecho para interesarse precisamente en aquello que viene a su lugar, en lo que hace función, en lo que permite cierto orden y posibilita llevar una vida de manera menos extraviada, con una brújula. No se trata del Padre con una gran P mayúscula, no es la Ley con una gran L mayúscula, pero es un instrumento útil. Es en cada ocasión lo que ha permitido a un sujeto rencontrarse con el deseo, con lo real.

Como nadie puede decir de manera absoluta lo que es un hombre, lo que es una mujer, nos queda interpretarlo a partir de la imagen del cuerpo y de los discursos. En efecto, algo del deseo se normaliza a partir de la manera particular en que se ha interpretado la relación entre los “padres”, a entender como partenaires amorosos y en todos los casos como portadores no anónimos de las coordenadas simbólicas que constituyen a un sujeto. Esto da a cada uno la medida de los valores, de los comportamientos, tras lo cual se corre, lo que llamamos falo. De allí la expresión “norma macho”: macho no se opone aquí a hembra; vale tanto para hombres como mujeres.

En la experiencia del análisis, la palabra de los analizantes hace oír cómo los sujetos viven las normas. ¿Qué se puede esperar? Una ganancia de saber sobre la norma macho que nosotros mismos hemos interpretado a menudo al revés, y que nos ha cegado y nos ha hecho prisioneros de nosotros mismos. Se aguarda así encontrar un punto satisfactorio que no pretenda conformarse a una norma social, ni siquiera a aquella que se nos ha impuesto. Digamos un punto de acuerdo con uno mismo, su ser verdadero, en la relación con el mundo y con los demás (no sin la ley, de todas maneras). Y esta puede ser la oportunidad de una vida, en todo caso, la oportunidad de una bella salida.

Traducción: Catery Tato y Tomás Verger
Revisión de traducción: Fabián Naparstek

* Conferencia pronunciada por Christiane Alberti en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, el 25-11- 2022, en el marco del Congreso Internacional de Investigaciones. Actividad coordinada por el Dr. Fabián Naparstek.

REFERENCIAS

  • Boucheron, P. (2015), “Préface” a Todeschini G, (2015), « Au pays des sans-noms ». Gens de mauvaise vie, personnes suspectes ou ordinaires du Moyen Age a l’ époque modern : Verdier.

  • Foucault, M. (1996), La vida de los hombres infames, La Plata: Altamira.

  • Lacan, J. (1975 [2022]), “Solo vale la pena sudar por lo singular”, Revista Lacaniana, N° 32, Publicación de la Escuela de la Orientación Lacaniana, Buenos Aires: Grama.

  • Laurent, É., “Racismo 2.0”, Lacan Cotidiano Nº 371, 25 de enero de 2014, Disponible en el siguiente enlace

  • Supiot, A. (2012-2014 [2015]), La gouvernance par les nombres. Cours au College de France 2012-2014: Fayard. Traducción libre.

  • Todeschini, G. (2015), « Au pays des sans-noms ». Gens de mauvaise vie, personnes suspectes ou ordinaires du Moyen Age a l’ époque modern : Verdier.