El tiempo intermedio de un análisis

RECIBIDO: 25·04·2018  |  ACEPTADO: 29·05·2018

JORGE ASSEF

Miembro de la EOL Sección Córdoba

jorgepabloassef@hotmail.com

RESUMEN

A través de una lectura detallada del curso de J-A. Miller publicado con él título Sutilizas analíticas este escrito intenta profundizar sobre las condiciones del periodo de tiempo que el autor llama “intermedio”, entre el inicio y el final, del análisis. Este periodo de un análisis suele distinguirse por su intensidad transferencial, y el presente artículo propone pensarlo como un espacio decisivo en el que se jugará, tanto para el analizante como para el analista, la posibilidad del final.

PALABRAS CLAVE: Análisis puro | Preocupación terapéutica | Transferencia

ABSTRACT

Through a detailed reading of J-A. Miller’s course, published in Spanish as “Sutilezas analíticas” (Things of Subtlety in Psychoanalysis), this paper seeks to delve into the conditions of the period of time that the author calls «intermediate», between the beginning and the end of analysis. This period is often distinguished by its transferential intensity, and this paper proposes to think of it as a crucial space in which the possibility of the end will be decided for both the analysand and the analyst.

KEY WORDS: Pure Analysis | Therapeutic Concern | Transference

Choses de finesse en psychanalyse fue dictado por Miller entre 2008 y 2009 y publicado en español bajo el título Sutilezas analíticas. En la primera clase de este seminario Miller plantea:

La inversión que Lacan aportó al psicoanálisis consistió en elaborar el psicoanálisis puro (…) como su forma perfecta, acabada, y que se opone a la forma limitada, reducida, del psicoanálisis a seca, ese donde interfiere la preocupación terapéutica (…) Por lo tanto, cuando la preocupación terapéutica domina, suspendemos lo que tiene de radical la operación analítica (Miller, 2011a, p.16)

Comenzamos por este párrafo porque es una clave central para leer el eje de este seminario de Miller, el cual se presenta como un recorrido por aquellos momentos, indicios y signos que constituyen el trayecto de un análisis, y este recorrido es pensado a partir de una premisa que el autor desprende de la última enseñanza de Lacan: “…la llamada nueva clínica psicoanalítica es una teoría de lo incurable” (Miller, 2011a, p. 15).

Pues bien, lo primero que hay que deducir a partir de aquí es que teorizar sobre lo incurable se opone a cualquier preocupación terapéutica.

Más adelante en el texto Miller va a plantear que un análisis puro, o sea llevado hasta su conclusión, se podría dividir en tres momentos, cada uno de estos momentos se caracterizan por un conjunto de condiciones que le dan un funcionamiento distintivo, por eso se tratan de tres modalidades de análisis, está el análisis que comienza, el análisis que dura y el análisis que termina.

En el capítulo 7 del texto Miller profundiza sobre el segundo momento, el intermedio, que es el que nos interesa investigar en este artículo.

Ya un tiempo antes, en el seminario Donc, Miller había considerado este tema de los tres tiempos de un análisis, entonces sostenía que para ese tiempo intermedio no hay un mathema, puesto que no se ha desarrollado una formalización del nivel de precisión que tenemos para los otros dos tiempos (Miller, 2011b). En Sutilezas analíticas, sin embargo, el autor intenta precisar mejor ciertas coordenadas de ese tiempo intermedio, y lo que resulta de este intento es que finalmente podría sugerirnos que es este tiempo intermedio de un análisis el momento clave en el cual la preocupación terapéutica podría obstaculizar la salida, veamos.

El primer tiempo, cuando un análisis comienza, esta lleno de acontecimientos, hay descubrimientos, revelaciones, franqueamientos. Aquello que estaba implícito pasa a lo explícito pero a su vez sufre una transformación radical: se formaliza, esta formalización y sus consecuencias lógicas producen los primeros alivios terapéuticos, por lo tanto la trasferencia suele presentarse en su vertiente más positiva: “…el análisis que comienza es la mejor parte, es el placer del analista, el placer del analizante; los americanos lo llaman luna de miel. ¡Ah, qué maravilla no hacer más que comenzar el análisis! ¡Sería sensacional!” (Miller, 2011a, p.115; el destacado es mío).

Como en este primer momento hay revelaciones subjetivas se puede reconocer fácilmente que la oposición entre lo “consciente” (entre comillas) y lo inconsciente esté en el primer plano. Pero bien, Miller aclara que no ocurre sin embargo lo mismo con el análisis que dura un tiempo, que excede las primeras entrevistas, un análisis que dura llega al tiempo intermedio, y en ese tiempo la oposición central no es tanto consciente – inconsciente, si no es más bien la del inconsciente como saber y como goce (Miller, 2011a)

Esto quiere decir, que al inicio del análisis todo eso que el sujeto dice en el plano “consciente” va tomando forma y revelando una lógica “inconsciente”, así el sujeto encuentra en la formalización de su discurso, en la puesta en serie de sus recuerdos, en la localización de determinados S1 que configuran la fórmula de sus elecciones, etc., el sujeto encuentra un saber, lo cual produce una sensación de bienestar que él acredita como ganancia.

Pero a medida que el análisis avanza el discurso del paciente se va reduciendo y organizando en torno a aquello que insiste, insiste a pesar del saber conquistado, eso que insiste es el goce. Por eso Miller dice del tiempo intermedio del análisis que allí la “…oposición central es más bien la del inconsciente como saber y goce” (Miller, 2011a, p.117).

Para esa altura entonces ya estamos en otro momento del análisis, diferente al primero, estamos en un segundo tiempo, al que llamamos intermedio.

Este tiempo intermedio a diferencia del primero tiene efectos terapéuticos lentos, las revelaciones se hacen más escasas, se detienen incluso y en su lugar aparece la repetición, Miller aclara que ya no es la repetición de los elementos trazables, aquellos que al ponerlos en serie produce un revelación. Por el contrario, se trata de:

La repetición (…) en el estancamiento. Por supuesto que un análisis que dura pide atravesar el estancamiento, soportarlo, es decir, explorar los límites; es, si se quiere, lo que llamaba hace tiempo la experiencia de lo real según la modalidad de la inercia (Miller, 2011a, p. 114).

Miller advierte que en el análisis que dura, por supuesto, hay revelaciones, pero lo que se espera en verdad –tanto el analizante como el analista lo esperan- es algo del orden de la cesión de libido. Como vemos ya no estamos en el terreno de una ganancia (de saber) con el plus de gozar que eso conlleva y que se experimenta como sensación de bienestar, sino en el terreno de una pérdida de goce.

Específicamente, en el tiempo intermedio de un análisis se trata de promover que la libido se vaya retirando de aquellos elementos que se consiguieron aislar y formalizar en la época de las revelaciones de un análisis que comienza.

Por todo esto Miller sostiene que en un análisis que dura:

La cuestión que ocupa no es tanto la de un tiempo para comprender sino la de un tiempo para desinvestir, (…) ponemos el ojo en el retiro de la libido (…) Solo nos satisfacen las revelaciones que conducen como tales a ese lugar (Miller, 2011a, p.115).

Por lo tanto si la pregunta preponderante del primer tiempo del análisis, el del comienzo, es “¿qué quiere decir eso?”, en los casos en que un análisis dura esa pregunta va siendo reemplazada, y el analista interviene para facilitar ese proceso que instala una nueva pregunta: “¿qué satisface eso, de qué modo satisface?” (Miller, 2011a, p. 120).

Entonces, si para el primer tiempo del análisis Miller hablaba de “luna de miel”, en este segundo tiempo se trata de otra cosa:

Luchar con el análisis en la medida en que dura es otra cosa. Me decía en mis reflexiones: “Yo aguanto, pero la cosa es saber cómo” (…) sin duda con el peso de los reproches que puede acarrear: “Usted no hace nada para sacarme de ahí” (…) A veces esta es la razón por la que se quiere cambiar de analista: cuando uno se cansa de la verdad obtenida, se dirige a algún otro pensando que se va a cambiar de verdad” (Miller, 2011a, p. 115).

Ésta es la razón por la cual decíamos al principio que el tiempo intermedio del análisis es un momento clave en la pulseada entre la preocupación terapéutica y un análisis puro, porque en ese tiempo intermedio el analizante reprocha al analista su malestar, muchas veces le reclama una sensación de estancamiento, le refriega los años de “asistencia perfecta”, busca imponer su sentimiento de urgencia, y así a veces se desata la transferencia negativa. Si el analista actúa la urgencia que el analizante le demanda termina por dejarse embaucar en la preocupación terapéutica y no conduce la experiencia analítica hacia su punto radical: el final.

Pero claro que atravesar ese momento no es sólo responsabilidad del analista, algunos testimonios de pase dan cuenta de ello.

Por ejemplo, el testimonio de Jérôme Lecaux es claro al respecto:

Al final de la cura, quise cambiar de analista y descubrí que no podía. Era una fidelidad sintomática que reproducía la fidelidad a mi madre. No lograba separarme, dijera lo que dijera, o hiciera lo que hiciera. La elucidación del fantasma “ser el pilar del Otro/no puede prescindir de mí”, permitió que partiera. Pero entonces pensé “¿por qué partir? Mi trabajo sigue y el análisis no lo obstaculiza”. Partir hubiese sido seguir creyendo que la palabra lo puede todo: “Dime nada más una palabra, y me curaré” se dice en la misa. Entonces, quedarme fue lo que me permitió separarme. Habiendo hecho antes la experiencia del vaciamiento del objeto, tomar acto de la ausencia de significante en el Otro, me permitió poner en marcha el quiasma del pase (Lecaux, 2016, p. 69).

Otro ejemplo podría encontrase en el mismo seminario Sutilezas analíticas, en el capítulo 13, “Se terminó entonces el pase”, Miller invita a un AE que fue su paciente a conversar sobre el tercer momento de un análisis: la conclusión –del cual no hablaremos en este artículo– y se produce un diálogo inédito entre ex-analizante y ex-analista en torno a la experiencia que compartieron, de ese diálogo es posible ubicar la cuestión que investigamos en torno al tiempo intermedio del análisis.

El AE se trata de Bernard Seynhaeve, quien sitúa su análisis como un proceso entre dos interpretaciones.

La primera interpretación es bien al comienzo del análisis:

A la salida del consultorio de mi analista, éste me miró directo a los ojos (…) me preguntó: “¿Qué es eso, esa cicatriz en su mejilla?” Respondí: “Oh!, una tontería, un quiste cutáneo que me hice quitar”. Y de manera pausada me dijo “Usted tendría que haberme hablado de eso”.

A partir de esa mirada del analista clavándome los ojos, comenzará a desplegarse la huella pulsional del objeto mirada. Este trazado se cerrará veintitrés años más tarde del mismo modo (Seynhaeve, 2011a, p. 199).

Más adelante Seynhaeve ubica la segunda interpretación, dice:

La interpretación número dos vino después de la larga circunvolución analítica, cuando el analista cortó la sesión y, en el momento de separarnos, sentado en su silla, apaciblemente me tuvo un instante más y, mirándome fijo a los ojos, me dijo: “Usted ama demasiado sus fantasmas”. Esta frase produjo un sismo subjetivo sin que yo comprendiera nada. El analista había tocado un goce ignorado por mí mismo” (Seynhaeve, 2011a, p. 202).

En este segundo ejemplo, podemos ver claramente cómo el objeto mirada condensa todo el goce del sujeto, pero advertimos que fueron necesarios esos 23 años de “circunvolución analítica” para que, a partir de aquella simple intervención del analista: “Usted ama demasiado sus fantasmas”, lo que el analista esperó y alojó durante todo el tiempo intermedio del análisis, a saber, que el sujeto ceda ese goce, recién pudo producirse.

Entonces, podríamos decir que el segundo tiempo de un análisis, se trata fundamentalmente de un periodo de desinvestidura libidinal, no es el mas sencillo, lleva tiempo, pero es la condición necesaria para que el final sea posible. Y sólo atravesando ese tiempo intermedio de análisis, sostenido por el deseo tanto del analizante como del analista, será posible crear las condiciones para que advenga un análisis puro.

REFERENCIAS

  • Lecaux, J. (2016) “La cruz y la barrera” en Revista Lacaniana de psicoanálisis. Año XI, Nº 21. Buenos Aires: Grama Ediciones (pp. 67-71).

  • Miller, J-A. (2011a) Sutilezas analíticas. Buenos Aires: Paidós. Traducción Silvia Baudini.

  • Seynhaeve, B. (2011a), “Se terminó, entonces, el pase”, en Miller, J.-A., Sutilezas analíticas. Buenos Aires: Paidós. Traducción Silvia Baudini.

  • Miller, J-A. (2011b) Donc. Buenos Aires: Paidós. Traducción Gerardo Arenas.