Uni-Vers –Cythère*
ROBERTO ILEYASSOFF
Es mi deseo compartir
con los lectores
de Cythère? el relato y recuerdo de un
encuentro con Lacan.
Este relato comienza con una conversación, la que mantuve con Lacan en su consultorio y la sutileza con la que señaló en mi discurso un error en la pronunciación, o quizás un lapsus, cuando me encontraba relatando, entusiasmado, el impacto que me había causado el juego de palabras con el que se había referido al discurso universitario, al llamarlo: Discours Uni-vers Cythère en su seminario Aún (1972-73: 62), recientemente llegado a Argentina. En tanto le relataba en la entrevista que antes de pasar por su consultorio había entrado al Museo del Louvre para ver la pintura de Watteau: L´embarquement pour Cythère, Lacan intervino en mi discurso y con un tono de voz oracular, algo solemne quizás, pero cálido, me dice: Ici…on dit wateau.[1]
A la sorpresa por la intervención, siguió una sensación de angustia y de vergüenza, que quedara al descubierto que no hablaba francés como un parisino. Quiero señalar que el dicho, aquí se dice… así… de ningún modo era interpretable con un sentido devaluado del uso de esa palabra, sino que me señalaba un hecho del decir, de mi decir.
Un recuerdo emergió en mí, poco después, el de la Conferencia de Lacan en La Sorbonne, “Joyce, el síntoma”, durante la cual plantea que la tónica con la que se expresan las palabras que por su uso “chispean”, aún cuando el sentido que le damos habitualmente se pierda, tienen la importancia de transmitir una homofonía translingüística que se apoya en que ese uso fonético (Lacan lo señala como faunético), de la cosa, descansa por entero en la letra: “Es decir, es algo que no es esencial a la lengua, sino que está trenzado por los accidentes de la historia” (1975, p. 162). Dijo Lacan en Aún: “Lo bueno de cualquier efecto de discurso es que está hecho de letra” (1973, p. 48). Pueden leer a Joyce, por ejemplo, allí verán como el lenguaje se perfecciona cuando se sabe jugar con la escritura.
Y agrega que: “En el discurso analítico, ustedes suponen que el sujeto del inconsciente sabe leer, no solo lo suponen, también que puede aprehender a leer” (1973, p. 49).
Reflexioné sobre esas palabras y pensé que haberse ocupado más del sonido de mis palabras, que del sentido que yo pretendía darle a mi comentario, me permitió ponerme en contacto con una leve desilusión de no encontrar allí el silencio cómplice de compartir con él mi sutil desdén por el discurso universitario, considerando que no se ocupaba del psicoanálisis.
Ese suceso me perturbó, pero luego de un tiempo concluí que si la observación podía tener otra derivación que el uso de las palabras quizás era necesario retornar a la lectura del mismo seminario para releer el párrafo al que me estaba refiriendo, y leo:
Desde hace algún tiempo se ve a las claras que el discurso universitario debe escribirse en francés, uni-vers-Cythère, unidos hacia Cythère, ya que va a impartir educación sexual. Ya veremos adonde va a parar eso. Pero sobretodo, nada de ponerle trabas (Lacan, 1973, p. 62).
Al suceso se anudó enseguida un recuerdo de lo leído sobre la valoración de Lacan a Jacques Aubert, a quien consideraba el mejor conocedor de la obra de Joyce.
Una observación de Lacan me resultó sorprendente por el giro que se manifiestó en la respuesta de Jacques Aubert. La pregunta es sobre los mellizos que aparecen en la trama de los personajes de Finnegans Wake. Uno es llamado Shem, a quien Lacan llamará Shemthome, y el otro es llamado Schaum. Continúa Lacan: “nada más anudados que unos gemelos” (1975, p. 3), en obvia referencia a la homofonía entre Shemthme y Sinthome.
Y a la ironía con la que Lacan se refiere Shaum, relacionándolo con el estilo de Jones, para escribir sobre la Vida y obra de Freud.
Lacan planteaba ya en su conferencia en la Sorbonne: “Hay no sé qué de ambiguo en este uso fonético, que escribiría igualmente faunético y que lo faunesco de la cosa descansa por entero en la letra” (1975, p. 5).
En el tejido del relato se van enhebrando los hilos de la historia, en la que el saber se enlaza con la imagen que le aporta el recuerdo, así una enseñanza es transmitida, en cada momento recordado.
La intervención de Lacan acentuó la W pronunciada al modo francés de tal manera que quedaba corrigiendo onomatopéyicamente mi pronunciación con el sonido U -al modo porteño- por el sonido V, reemplazó Uato por Vato. La intervención rozó el sentido de lo dicho, me sorprendió que Lacan se hubiera fijado más en el sonido de la voz que en el sentido que yo esperaba comunicarle nombrando al pintor por su nombre. Ese señalamiento se orientó a que escuchara el efecto fónico de la palabra antes que al sentido que yo deseaba comunicarle.
A un momento de turbación, siguió un sentimiento vergonzante al sentirme descubierto en un no saber de la lengua con la que esperaba comunicarme nombrando al pintor por su nombre: que quedara al descubierto que no hablaba como un parisino. Me remití a situar ese desliz en mi discurso, aun conociendo la lengua en uso en ese momento, pienso que respondí con un vestigio de la lengua materna.
Considero entonces que Lacan, en el espacio del lapso en que me entrevisté con él, no buscó sentido ni interpretación a mi lapsus en la articulación significante, sino que escuchó lo que se anudaba en mi decir, atendiendo más a su aspecto fonético, a la manera joyceana, que a otorgar sentido a las palabras, señalando así la dirección al inconsciente real, tal como lo señala en su “Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11”, refiriéndose al efecto de una elucubración de saber sobre lalengua.
Este acto analítico logró que yo ubicara mi lapsus en relación al síntoma, convocando así a lo que no engaña, es decir, la angustia.
Lacan, después de señalar mi lapsus en la pronunciación, con mucho tacto retomó la conversación y en un tono muy amable me preguntó ―dirigiéndose a mí en tanto joven psicoanalista argentino―: “¿cuántos grupos de psicoanálisis hay en Argentina hoy en día?” Le respondí y me escuchó tomando muy en cuenta mi respuesta, dando así por terminado nuestro encuentro y saludando a mi mujer, a quien había invitado previamente, con un amable, elle est très charmante.
Un encuentro imprevisto
“Mais c’est vous le Docteur Lacan, j’ai un rendez-vous à midi et demie avec vous, je ne veux peut quitter la France sans vous saluer”.[2]
En ese mismo instante dirigió una mirada a mi mujer y me dijo: “venez avec elle”.
Esto ocurría en septiembre de 1975, luego de que en su curso del 15 de abril de ese mismo año Lacan, se había preguntado lo siguiente:
“¿Es que el nudo en cadena basta para representar la relación de pareja?” (1974-75, p. 3), luego de postular que esa era una manera soportable de decir el término “no hay relación sexual”.
Al año siguiente, en su curso se refirió a la mujer, para decir que la mujer que eligió un hombre es su síntoma. “He sido llevado a hablarles de una mujer, puesto que les dije que-La- mujer, eso no existe” (1974-75, p. 11). Entonces, ¿qué es una mujer?: es un ¡síntoma!
Luego el 17 de febrero de 1976 terminará diciendo:
Me he permitido afirmar que el sinthome es precisamente el sexo al que no pertenezco, es decir, una mujer. Si una mujer es un sinthome para todo hombre, es completamente claro que hay necesidad de encontrar qué es el hombre para una mujer” (1975-76: 99).
Con un rasgo de humor pensé una pregunta: ¿será que me hizo ir a la entrevista con mi sinthoma?
Su decir me condujo, una vez más, a un nuevo enigma.
Quedé impactado por esta entrevista y recién 4 años después a fines de 1979, pude volver a París y pedí una nueva entrevista con Lacan. Allí, Gloria me dijo que Lacan no recibía pacientes nuevos, decidí escribir una carta y llevársela personalmente al consultorio. En esa carta le relataba el impacto que me había causado el encuentro con él años antes y cómo me había servido su intervención para reconciliarme con el discurso universitario, dejando de interpretar el uni-vers Cythère como un artístico sarcasmo para desvalorizar dicho discurso.
También le expresé que me había gustado lo que dijo de mi mujer y que me había servido mucho para reafirmar mi estilo de pareja y que además todo esto me había provocado un nuevo interés para releer las obras de Bataille sobre el exceso y sobre lo erótico. Y que había releído con más precisión y detalle lo que él decía en el párrafo de Encore del que habíamos hablado en la entrevista. No dejé tampoco de agradecerle que su señalamiento con respeto a mi fallida pronunciación había logrado que relea más a la letra ese párrafo sobre Cythère en castellano, lo cual me sacó de una inútil crítica por lo universitario.
Cuando retorné para saludarlo, Gloria me informa que el Dr. Lacan había leído ya, muy atentamente, la carta. Me estaba ya despidiendo, cuando Lacan abrió la puerta y permaneció en el dintel de la misma, mientras me dirigía una sostenida mirada, mezcla de una amable consideración hacia mi presencia, pero a la vez tratando de hacerme visible su estado delicado de salud. Pude ver, allí, la entereza con la que él soportaba su próximo destino en silencio.
Me quedé también en silencio y me pareció que ese sólo minuto duraba mucho más.
Recién lo volví a ver en Caracas en 1980, sin acercarme a él, pero escuché su seminario con mucha emoción. Allí también conocí a Miller, con quien pude reelaborar mi posición frente a los cuatro discursos.
A modo de epílogo puedo decir aún…
En el seminario 17, El reverso del psicoanálisis, Lacan había abordado el tema y se pregunta en 1978: ¿Se superará en Vincennes la antipatía entre los discursos, el universitario y el analítico? Por supuesto que no. En ese lugar, se la explota, por lo menos desde hace cuatro años en que yo me ocupo. La enseñanza se renueva confrontándose con su imposible, esto se constata (1978, p. 7). “Hay cuatro discursos. Cada uno cree “la” verdad. Solo el discurso analítico es una excepción. Sería mejor entonces que éste domine, se concluirá… pero justamente es este discurso el que excluye la dominación” (1978, p. 11).
Y luego, en su seminario Aún: “Hay emergencia del discurso analítico, cada vez que se franquea el paso de un discurso a otro. No digo otra cosa, cuando digo que el amor es signo de que se cambia de discurso” (1972-73, p. 25).
NOTAS
* Establecimiento del texto: Olga G de Molina. Publicado con la amable autorización de la Sra. Norma Nbinsztein, esposa de Roberto Ileyassoff. La publicación póstuma de este trabajo es un homenaje de sus amigos y colegas de los encuentros de estudio y revisión de la obra de J. Lacan y J.- A. Miller durante el llamado: “grupo de los domingos”, cuyas reuniones se realizaron, cada semana, en casa de “Ropo” y Norma.
[1] Trad. al castellano: “Aquí… se dice Watteau”.
[2] Trad. al castellano: “Es usted el Dr Lacan, yo tengo una entrevista con usted a mediodía, no quería irme de Francia sin saludarlo”.
REFERENCIAS