La verdad y las masas en tiempos de posverdad

FLORENCIA REALI

Asociada NEL Bogotá. Departamento de Psicología, Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia

f.reali96@uniandes.edu.co

 

RESUMEN

Los tiempos que corren presentan una nueva variante del discurso del amo asociado a ideologías extremistas: el fenómeno de la posverdad. Este fenómeno se traduce en que los mensajes políticos e ideológicos obtienen su valor de la reacción emocional que despiertan en la opinión pública, independientemente de si los hechos declarados tienen alguna evidencia. Este artículo reflexiona sobre el fenómeno de posverdad a la luz de la obra de Freud, revisando las ideas contemporáneas del filósofo Zygmunt Bauman, quien observa la creciente disolución entre los límites individuales y colectivos en el discurso hipermoderno y su relación con la psicología de las masas. Finalmente, se examina la importancia de dar a la verdad su estatuto de “no-toda”, consintiendo a su agujero, pero sin ser ubicada en el lugar de irrelevancia al que las prácticas de posverdad la han subyugado.

PALABRAS CLAVE: posverdad  noticias falsas | psicología de las masas | verdad “no-toda”

RESUMO

Os tempos atuais apresentam uma nova variante do discurso do mestre associado a ideologias extremistas: o fenômeno da pós-verdade. Esse fenômeno se traduz nas mensagens políticas e ideológicas que obtém seu valor a partir da reação emocional que despertam na opinião pública, independentemente de os fatos declarados terem alguma evidência. Este artigo reflete sobre o fenômeno da pós-verdade à luz da obra de Freud, revisando as ideias contemporâneas do filósofo Zygmunt Bauman, que observa a crescente dissolução entre os limites individuais e coletivos no discurso hipermoderno e sua relação com a psicologia das massas. Por fim, examina-se a importância de dar à verdade seu estatuto de “não-toda”, consentindo com o furo, mas sem situá-la no lugar de irrelevância que as práticas da pós-verdade a subjugaram.

PALABRAS CHAVE: pós-verdade | notícias falsas | verdade “não tudo”

ABSTRACT

Current times present us with a new variant of the master´s discourse associated to extremist ideologies: The phenomenon of “post-truth”. This phenomenon involves that ideological and political messages obtain their value from the emotional reaction they awake in their audience, regardless of whether the facts declared have any evidence in their favor. This work reflects on the post-truth phenomenon in the light of Freud´s theory, revising current ideas ofthe philosopher Zygmunt Bauman, who hasobserved the increasing dissolution of the limit between the individual and the collective in hypermodern discourse and its relation to mass psychology. Finally, this paper foregrounds the importance of giving truth the status of “not-all”, acknowledging its hole, but not relegating it to the place of irrelevance where the practices of post-truth seem to have placed it.

KEY WORDS: post-truth | fake news | mass psychology | truth is “not-all”

Tiempos de posverdad

Desde hace no tanto tiempo, un nuevo término es parte del vocabulario hipermoderno: “posverdad” (post-truth en su versión original en inglés). El fenómeno de la posverdad aparece ligado a circunstancias de enunciación mediática donde los hechos objetivos detrás del enunciado son menos influyentes que las reacciones emocionales que el mensaje despierta en la opinión pública, o las creencias personales a las que este apela. Es importante notar que el prefijo “post” o “pos” no hace referencia a la idea de que hemos “pasado” de la verdad en el sentido cronológico —como si viviéramos en un tiempo posterior a la verdad— sino al hecho de que la verdad objetiva, soportada en evidencia, se ha vuelto irrelevante dentro del discurso (McIntyre, 2018).

La noción de valor que está implícita en la idea de la posverdad está extrañamente ligada a las sensaciones y sentimientos que el mensaje despierta en la audiencia. De acuerdo a McIntyre (2018), el presentador de televisión Stephen Colbert acuñó el neologismo truthiness (que podríamos traducir como “verdacidad”) para referirse a la capacidad que tiene un cierto mensaje para persuadir a la audiencia por “sentirse” verdadero, aunque su contenido no esté necesariamente basado en hechos reales o en evidencia de ningún tipo. Basta con que un enunciado se sienta verdadero para que tenga valor. Como parte de este fenómeno, las llamadas “noticias falsas”, se han venido infiltrando en los discursos políticos de todo el mundo, en los reportes periodísticos, e incluso en los estudios académicos que no toman sus fuentes demasiado en serio.

La difusión de noticias por internet, y en particular por medio de las redes sociales, ha llevado a que las fuentes de la información muchas veces se pierdan en el “compartir” iterativo de las publicaciones en línea. La confiabilidad de la fuente ha dejado de ser un factor de peso. De esta manera, el uso de las redes sociales ha jugado un papel fundamental en la generalización de las prácticas asociadas a la posverdad y a la divulgación de noticias falsas.

Considerando que la difusión de información falsa o infundada tiene gran influencia en el proceso de adherencia a ideologías y a partidos políticos, en los últimos años se han multiplicado las discusiones y los análisis académicos en relación a la desinformación, a las redes sociales, a los mensajes propagandísticos y a su influencia en la democracia (Rubio Núñez, 2018).

Se ha argumentado que las prácticas asociadas a la posverdad tienen graves consecuencias en los procesos democráticos, en tanto atentan contra los pilares que sostienen el principio de autonomía que asume que el sujeto está en condiciones de realizar elecciones racionales e informadas. Algunos autores han llegado incluso a temer que nos encontremos en los umbrales de una nueva era fundamentalista y totalitaria, como lo expresa el filósofo Lee McIntyre, “we are well on our way to fulfilling that dark vision, where truth is the first casualty in the establishment of the authoritarian state” (McIntyre, 2018, p.5) [tr. estamos en camino de completar la visión oscura, donde la verdad es la primera víctima en el establecimiento de un estado autoritario].

La influencia de la posverdad en la geopolítica contemporánea se refuerza por el hecho de que, en gran parte, la tergiversación de los hechos objetivos está subordinada a las ideologías políticas más extremas. En otras palabras, las prácticas de desinformación se han puesto al servicio de la supremacía del fundamentalismo, favoreciéndose la difusión de los hechos que sean más convenientes a un fin ideológico, haya o no haya suficiente evidencia que los sustenten. Así, ciertos mensajes infundados, ideados bajo los hilos del autoritarismo, se autorizan cada vez con mayor ligereza, difundiéndose de manera impune.

Donald Trump, ha sabido consagrarse como la quintaescencia de la posverdad, en cuanto a menesteres de declaraciones infundadas se trata. Inaugurando su presidencia, en enero de 2017, Trump se autorizó a realizar una serie de afirmaciones cuya falsedad era fácilmente demostrable. Entre otras cosas, dijo que la suya había sido la mayor victoria electoral desde la elección de Donald Reagan (es de notar que Hillary Clinton le ganó en números en cuanto al voto popular), o que la multitud que acudió en su acto inaugural fue la más grande en la historia de los Estados Unidos, cuando existía evidencia fotográfica y de registros de transporte público que desmentían contundentemente esa afirmación (McIntyre, 2018). Un mes más tarde Trump afirmó que como resultado de la política de su predecesor Barak Obama, el crimen en los Estados Unidos era el más alto en 47 años, cuando las estadísticas de ciertas organizaciones gubernamentales mostraban que, por el contrario, el crimen a nivel nacional estaba cerca de representar un mínimo histórico (Cumming, 2019).

¿Qué sucede cuando la palabra se despega por completo de los hechos y se presta al servicio de engordar discursos ideológicos o autoritarios? Las declaraciones infundadas, cuando provienen de boca de un líder, pueden tener consecuencias que trascienden sus fines propagandísticos. No hace falta recurrir a los siempre renovados ejemplos que nos ofrece Donald Trump para constatar las posibles secuelas de este recurso. Como relata McIntyre (2018) en su libro, en África el presidente sudafricano Thabo Mbeki, se autorizó a declarar que las drogas usadas para estabilizar los síntomas del SIDA eran parte de un complot occidental y que el ajo y el jugo de limón eran igualmente efectivos para tratar el virus. Como resultado mueren cientos de miles de personas (Boseley, 2019). Lo que llama la atención, más allá del contenido específico de los mensajes, es la impunidad con que ciertos hechos fácilmente refutables son declarados, y cómo aparentemente, tales mensajes son acogidos con gran entusiasmo por parte de las masas seguidoras de un líder o de una ideología.

La verdad no toda

La denuncia a las prácticas de la posverdad se basa en defender la objetividad detrás de un enunciado. Sin embargo, sabemos que es imposible alcanzar la objetividad completa por medio de la palabra. Decir toda la verdad es un imposible. En Televisión dice Lacan:

“Yo siempre digo la verdad: no toda, porquedecirla toda, no somos capaces. Decirla toda es materialmente imposible, faltan las palabras. Precisamente por este imposible, la verdad aspira a lo real” (Lacan, 1974 [1993], p.75).

Tomando en cuenta esto, nos enfrentamos a un fenómeno interesante. Los movimientos posmodernos han impulsado ideas relativistas para contrarrestar los discursos dogmatizantes de pretensión objetivista y universal que oprimen al sujeto. Sin embargo, pareciera como si el cuestionamiento a la validez de la verdad objetiva y completa —cuestionamiento válido de por sí— hubiese sido perversamente llevado a un extremo y coaptados al servicio de los operativos de la ultra derecha (McIntyre, 2018).

¿Dónde trazar la línea, entonces? Si bien, como dice Lacan, pretender abarcar la verdad “toda” se constituye en un imposible, inalcanzable por estructura, la contracara de esto —despegarse por completo de la objetividad de los hechos— resulta ser también un camino peligroso. Pretender que cualquier cosa que se diga pueda tener valor de verdad, según cómo se lo interprete, o según el mensaje se “sienta” bien, simplemente, acarrea consecuencias tan perversas como pretender abarcar por completo la verdad con la palabra.

La autorización a la enunciación irresponsable se presta al servicio del discurso del amo. Así como el consabido recurso de apelar a dogmas absolutistas basados en ideales objetivos aplastan al sujeto, las prácticas de la posverdad también lo hacen. Sin embargo, observamos en esta nueva variante del discurso del amo, una diferencia inesperada: la noción del dogma y de verdad concebida como “objetiva” ha devenido obsoleta. Por el contrario, se trata de un relativismo llevado al extremo, coaptado como recurso por la ultra derecha o el autoritarismo de la izquierda radical. Lo que vemos surgir, entonces, es un mundo donde los políticos pueden desafiar los hechos objetivos y pagar ningún precio por ello, donde la enunciación del amo en sí misma se vuelve la enunciación reina.

Psicología de las masas y posverdad

¿Qué fuerza compele a las audiencias hipermodernas (reforzadas en su entusiasmo por el alcance de las redes sociales) a creer irreflexivamente lo que sea con tal de que te haga sentir bien? Además de examinar los motivos por los cuáles los políticos y los periodistas se autorizan a difundir aquello de lo que no se tiene evidencia, podríamos examinar qué hace que las masas seguidoras acojan sus mensajes de manera acrítica y con entusiasmo.

¿Estamos frente a un fenómeno nuevo? Volvemos a Freud para encontrarnos con que las colectividades de hoy no son tan diferentes de las masas de siempre. En Psicología de las masas y análisis del yo, Freud (1921 [1953]) se pregunta sobre la naturaleza de la oposición entre la psicología colectiva y la vida anímica individual. Partiendo de las ideas de Gustave Le Bon, Freud examina lo que este sociólogo llamaba el “alma colectiva”, en particular, en relación a la noción de que ciertas ideas o sentimientos afloran solo cuando los individuos se constituyen en una multitud. Le Bon proponía que, en condiciones de colectividad, los rasgos personales y la voluntad individual se desdibujan y la masa pasa a convertirse en una especie de autómata entusiasta que carece de voluntad y espíritu crítico. El individuo, sin importar su nivel de instrucción, se vuelve un bárbaro en estado de multitud. La capacidad intelectual individual, decía Le Bon, disminuye por el hecho de constituirse el sujeto como parte de una masa. Tomando estas ideas, Freud pareciera haberse adelantado un siglo al fenómeno hipermoderno de la posverdad cuando escribe lo siguiente:

La multitud es extraordinariamente influenciable y crédula. Carece de sentido crítico y lo inverosímil no existe para ella. Piensa en imágenes que se enlazan unas a otras asociativamente, como en aquellos estados en los que el individuo da libre curso a su imaginación sin que ninguna instancia racional intervenga para juzgar hasta qué punto se adaptan a la realidad sus fantasías. Los sentimientos de la multitud son siempre simples y exaltados. De este modo no conoce dudas ni incertidumbres […] Naturalmente inclinada a todos los excesos, la multitud no reacciona sino a estímulos muy intensos. Para influir sobre ella, es inútil argumentar lógicamente. En cambio, será preciso presentar imágenes de vivos colores y repetir una y otra vez las mismas cosas. (Freud, 1921 [1953], pp.20-21)

En la obra de Freud, se compara el alma de las masas con el alma primitiva. Similar a lo que ocurre de manera inconsciente a nivel individual, las ideas opuestas coexisten, en contradicción, en el pensamiento a nivel colectivo. Sin embargo, Freud va más allá de las ideas sociológicas de la época, preguntándose por la explicación de orden psicológico que subyace a la modificación psíquica que la influencia del colectivo impone al individuo. En relación a los lazos que unen a las masas, Freud (1921[1953], p. 42) destaca el papel de afecto al amo “que ama con igual amor a todos los miembros de la colectividad”, poniendo como ejemplo el lugar que ocupa Cristo en la religión católica o el lugar del jefe en las organizaciones militares.

Por otro lado, además de este lazo libidinal de amor al amo, Freud propone que los individuos que componen la masa se encuentran unidos por lazos de identificación a un ideal común. En la identificación histérica por medio del síntoma, el sujeto descubre en sí mismo un rasgo común con otras personas que se han identificado al mismo ideal.

No basta, dice Freud, con lo que Wilfred Trotter llamaba el “instinto gregario” para explicar el lazo que mantiene unida a la multitud. Este instinto, el gregario, sería de tipo primario, del mismo orden que el instinto de conservación y nutrición. Para entender el lazo libidinal que une a los individuos de una masa se debe de apelar a algo de otro orden, a una identificación al ideal que compete al orden simbólico: “así pues, nos permitimos corregir la concepción de Trotter, diciendo que más que un ‘animal gregario’, es el hombre un ‘animal de horda’, esto es, un elemento constitutivo de una horda conducido por un jefe” (Freud,1921 [1953], p.78). En este sentido, la psicología de las masas se ve subyugada por el discurso del amo, donde se juega una identificación común, y como contrapartida se observa una “desaparición de la personalidad individual consciente, la orientación de los pensamientos y los sentimientos deviene en un mismo sentido” (Freud, 1921 [1953], p.80). De esta manera, lo singular del individuo se disuelve en medio del enardecimiento colectivo alimentado por el discurso idealista y entusiasta.

La puja entre lo individual y lo colectivo

La puja entre lo individual y lo colectivo está en el alma de las masas de las que Freud se ocupaba. Como resultado del borramiento de lo individual en pos de una identificación al ideal, la colectividad deviene crédula e irreflexiva, primando lo que Freud llamaba el pensamiento primitivo, animista y supersticioso.

La horda funciona bajo la identificación al objeto perdido, eclipsando de esta manera lo singular de cada individuo. La hegemonía del objeto que caracteriza nuestra hipermodernidad ha llevado al filósofo Zygmunt Bauman a proponer el significante “líquido” para describir los límites individuales del sujeto de consumo. En su libro Modernidad líquida, Bauman (2002) describe los fenómenos sociales de la época, proponiendo que los vínculos entre las elecciones individuales y las acciones colectivas han devenido disueltos, nombrando metafóricamente tales vínculos como “líquidos”. Bauman propone que en las últimas décadas se ha venido dando un proceso de “disolución de los sólidos” que involucra la disolución los límites individuales para elegir y actuar:

[…], salimos de la época de los «grupos de referencia» pre asignados para desplazarnos hacia una era de «comparación universal» en la que el destino de la labor de construcción individual está endémica e irremediablemente indefinido, no dado de antemano, y tiende a pasar por numerosos y profundos cambios antes de alcanzar su único final verdadero: el final de la vida del individuo. (Bauman, 2002, p.13)

De esta manera, las prácticas de desregulación irrefrenadas, la liberación de los mercados y la creciente flexibilización laboral, tienen como consecuencia que no se establecen pautas estables para sostener al individuo. Como producto colateral de la disolución de los límites individuales, Bauman sugiere que lo que se impone son las identificaciones colectivas, ideológicas, de clase o de género. Bajo el peso de las identificaciones universales, lo singular del individuo se desvanece, se derrite.

Esto se constituye en un efecto de grupo: la construcción individual se disuelve para quedar eclipsada por lo colectivo. Hoy, nos encontramos con que el fenómeno de la posverdad se asienta sobre las identificaciones colectivas de las colectividades contemporáneas. La horda de Freud, carente de espíritu crítico, consiente entusiasmada al mensaje político e ideológico que mejor alimente el entusiasmo colectivo, mensajes que en ocasiones pueden rayar en lo delirante.

Un retorno al individuo

Como solución frente al malestar de nuestra “modernidad líquida”, Bauman plantea la necesidad de un retorno a lo individual, dando cabida a lo singular y al saber subjetivo, en contraposición al auge de las identificaciones universales.  También nos recuerda, en consonancia con lo señalado por Freud, que el aplastamiento del individuo por la sociedad no es privilegio de esta época:

La modernidad pesada/sólida/condensada/sistémica de la era de la «teoría crítica» estaba endémicamente preñada de una tendencia al totalitarismo. La sociedad totalitaria de la homogeneidad abarcadora, compulsiva y forzosa oscurecía de forma amenazante y permanente el horizonte —como si fuera su destino último, como una bomba de tiempo a medias desactivada o un espectro no del todo exorcizado—. La modernidad fue una enemiga acérrima de la contingencia, la variedad, la ambigüedad, lo aleatorio y la idiosincrasia, «anomalías» todas a las que declaró una guerra santa de desgaste; y se sabía que la autonomía y la libertad individual serían las principales bajas de esa cruzada. (Freud, 1921[1953], p.31)

Freud resaltaba la importancia de recuperar al individuo borrado por el efecto psíquico que ejercen los lazos colectivos,

Trátese de crear en la masa las facultades precisamente características del individuo y que éste ha perdido a consecuencia de su absorción por la multitud. El individuo poseía, desde luego, antes de incorporarse a la masa primitiva, su continuidad, su consciencia, sus tradiciones y costumbres, su peculiar campo de acción y su modalidad especial de adaptación, y se mantenía separado de otros con los cuales rivalizaba. Todas estas cualidades las ha perdido temporalmente por su incorporación a la multitud “no organizada”. (Freud, 1921[1953], p.33)

Las identificaciones grupales, tan convenientes al discurso del amo, hacen parte del lazo que mantiene unidas a las masas. Contrarrestar el peso de las identificaciones al ideal común supone un retorno al individuo, donde la contingencia, la libertad individual, y el uno por uno, tengan un lugar en la enunciación.

Verdad, ciencia y posverdad

Dar lugar al individuo requiere  tomar una distancia de los efectos normalizadores de discursos orientados al saber universal. En este contexto consideremos el discurso cientificista, y nos encontraremos con una especie de contrasentido en el marco de la posverdad.

Por un lado, en su cruzada por alcanzar conclusiones generalizables a toda la raza humana, la psicología cientificista ha borrado al sujeto del inconsciente. A lo largo de las últimas décadas hemos visto cómo el discurso de la ciencia, al menos en lo que concierne a la salud mental, se ha venido imponiendo como discurso amo, omnipotente, ahogando lo subjetivo, que hace al síntoma del individuo, en un mar de estadísticas. No hay duda de que la búsqueda de saberes objetivos es, por naturaleza, un proceso normalizador, orientado a verdades generalizables y universales.

En este contexto, y de manera inesperada, vemos el surgimiento de una interesante paradoja en el hipermoderno fenómeno de la posverdad: lo objetivo, lo real del saber científico, es rechazado de cuajo en el discurso fundamentalista impulsado por las prácticas de la posverdad. La ciencia como tal es, abierta y completamente, negada al tiempo que se observa el enardecimiento de la multitud tomada por los ideales. La masa acoge con entusiasmo los dichos de la posverdad en aras de priorizar lo que “se siente bien creer”, aunque estos mensajes carezcan por completo de evidencia objetiva. De esta manera, los nuevos discursos ideológicos son renegadores de la objetividad, y por esto devienen opresivos a su modo, tomando cada vez más fuerza y dejando el sujeto borrado una vez más. McIntyre lo dice de la siguiente manera:

 

En la expansión de las últimas dos décadas de la negación de la ciencia en tópicos como el cambio climático, las vacunas y la evolución, vemos el nacimiento de tácticas que ahora están siendo usadas para posverdad. […] la explotación de los medios ha tenido precedentes en los ataques a la ciencia por parte de la extrema derecha. Lo que ocurre es que el nuevo campo de batalla abarca toda la realidad factual. Antes la disputa se daba en relación a la favorabilidad de ciertas teorías científicas; ahora la disputa es sobre una foto del servicio de parques de los estados unidos o sobre una cinta de video de CNN (McIntyre, 2018, p.14).

Por un lado entonces, vemos cómo en el seno del discurso de la ciencia —donde alcanzar la verdad objetiva es un imposible por estructura— el sujeto queda borrado. Pero, por otro lado, pareciera como si la opresión ejercida por los discursos universalizantes hubiese tomado un giro inesperado, como si frente a este mal, el recurso de la posverdad ofreciera una solución aun peor: una especie de oscurantismo del siglo XXI donde la opinión pública autoriza al amo a declarar cualquier cosa, con tal de que ésta suene bien y resuene en el sentir colectivo de las masas.

Dentro del discurso fundamentalista y totalitario, caldo de cultivo de la posverdad, no solo la ciencia no tiene buena prensa, sino que se ha vuelto absolutamente irrelevante. Se ha dado lugar a una subjetividad nueva e irreflexiva, en la que solo tiene espacio el prejuicio y la superstición. Así, el discurso totalitario declara obsoleta a la misma ciencia y a su verdad objetiva basada en evidencia.

Pero para que las prácticas de posverdad tengan cabida se requiere de una audiencia manipulable y susceptible a la sugestión. Volvamos a Freud. Las opiniones de las masas se manipulan con facilidad cuando la horda consiente a la influencia del poder de sugestión y del prestigio de un caudillo: “[…] los elementos individuales se colocan instintivamente bajo la autoridad de un jefe. La multitud es un dócil rebaño incapaz de vivir sin amo” (Freud, 1921 [1953], p.14).

Esto sugiere que se trata de desmantelar el discurso del amo para dar lugar al elemento individual. Pero tampoco se trataría simplemente de desmantelar el discurso científico. De hecho, ya vemos como el discurso cientificista, en su versión más omnipotente, ha comenzado a hacer agua por sí solo. El real del no-todo de la verdad se impone. Pero entonces, ¿cómo dar un lugar a la verdad no-toda, imposible de ser abarcada por la ciencia, sin caer en el desconocimiento de lo real de la ciencia? Se vuelve preciso evitar consentir al oscurantismo del siglo XXI al que ciertos líderes totalitarios parecieran querer arrastrarnos a punta de sugestión.

En su conferencia Una fantasía, pronunciada en el año 2004 en Comandatuba, Brasil, Jaques-Alain Miller pareciera haberse adelantado al fenómeno de la posverdad (el cual ha tomado toda su fuerza apenas con la llegada de Trump al poder) cuando propone una posible solución de otro orden,

Freud aisló lo que es neurosis, lo que es neurotizante, es decir: el esfuerzo para hacer existir la relación sexual y el sacrificio de goce que ello comporta. Podemos decir que allí encontramos el índice apuntado hacia lo que Lacan aportará, que no consiste en absoluto en rechazar el real científico y el saber en lo real. Porque rechazar el real científico, rechazar el discurso de la ciencia es un camino de perdición que abre a todos los manejos psi. Manejos no es un término injurioso. No rechazar este saber, admitir que hay saber en lo real, pero, al mismo tiempo, plantear que en ese saber hay un agujero, que la sexualidad hace agujero en ese saber. Por lo tanto, es una transformación de Freud, sin duda, y se ha hecho una nueva alianza entre ciencia y psicoanálisis, si me atrevo a decirlo, que descansa en la no relación. […] Es la relación sexual lo que hace objeción a la omnipotencia del discurso de la ciencia. (Miller, 2004)

Lo que queda sugerido allí, es una suerte de apuesta a poner al sujeto barrado en el centro de la enunciación, lo que conlleva el reconocimiento de la falta en el discurso científico, pero sin renegar del real científico.

Conclusiones

El fenómeno de la posverdad nos enfrenta a un desafío: ¿Qué estatuto debemos dar a la verdad de la palabra? Por un lado, la verdad siempre es incompleta, o “no-toda”. Pero, por otro lado, relegar la objetividad de los hechos al estatuto de irrelevancia presenta una amenaza, favoreciendo discursos extremistas y totalitarios. En este artículo se sugiere que la oposición al oscurantismo al que empujan las prácticas de la posverdad, no iría por la vía de imponer un saber objetivo y totalizante, el cual no puede sino ser imposible por estructura. Por el contrario, se trataría de apelar a lo real de la verdad “no-toda” en el sentido en que Lacan la introduce en su obra, esa que solo puede ser dicha a medias. Sin embargo, no por eso podemos autorizar a que la verdad tome cualquier forma, despegada por completo de los hechos, al servicio de un amo con completa impunidad. Se trataría entonces de dar a la verdad un estatuto digno, uno que consienta a su agujero — imposible de atrapar con el lenguaje— pero qué, al mismo tiempo, no la denigre al lugar de la irrelevancia. Allí es donde el discurso psicoanalítico tiene mucho que decir.

REFERENCIAS