Comentario de libro: El pase, antes del pase… y después: finales de análisis, de Irene Kuperwajs*

MARCUS ANDRÉ VIEIRA

AE, miembro de la EBP y la AMP. Doctor de la Universidad París 8. Director del ICP-RJ (Instituto de Clínica Psicoanalítica de Rio de Janeiro)

mav@litura.com.br

A Vicente Gaglianone

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Una felicidad hablar de este libro de mi amiga Irene. Lo he leído con mucho placer. Por una parte, por el estilo claro, certero que no pierde jamás el rumbo y toma el lector de la mano a cada paso. Por otra, porque el libro habla de una experiencia que viví y vivo intensamente, que vivimos nosotros, de una manera o de otra, atravesados por el dispositivo del pase en nuestra comunidad.

Lo que vivimos desde adentro, lo vemos aquí en una mirada más amplia. Irene hace una genealogía de este momento clínico y a la vez dispositivo institucional que llamamos, desde Lacan, pase. Pero lo hace como historia viva, con detalles, hechos y especialmente relatos, testimonios. Así que no estamos nunca desde afuera.

Con la lectura de este libro en mente, definiría así el pase: es una invención de J. Lacan para que se reconozca aquel momento crucial de un análisis en que llegamos a hablar de cosas tan singulares, tan constituyentes, que casi salimos de la lengua común. Al mismo tiempo, el pase es hecho para que, en una misma comunidad, se pueda hablar colectivamente de esa experiencia tan solitaria.

La soledad aquí no es la de salir del Otro, sino la de cambiar nuestra relación con él. No es salir de todo registro de la alteridad, pero sí dejar caer el Otro del fantasma, el Otro de nuestras repeticiones, que es también el Otro de la transferencia. En este sentido, una vez que no tenemos más la misma relación con él inconsciente trasferencial, pasamos de analizante a analista, mientras seguimos siendo analizantes de nuestro inconsciente, pero como tal, no es más exclusivamente el de la transferencia.

A pesar de que su libro fue originalmente una tesis de maestría, Irene no escribe desde el punto de vista de lo universal del saber. De cierta manera, ella anticipa lo que iba pasar con ella. El momento de pase y su enseñanza se presentaría un poco después, en su análisis y en su vida. Desde el tiempo de su tesis, por lo tanto, vemos como ella ya tenía por cierto que el pase tiene que ser abordado más como una experiencia (y su saber) que como un saber per se.

Creo que eso se debe también al hecho de que el pase esta siempre tomado por Irene como una experiencia de habla. Como tal, éste no existe, mismo en su máxima singularidad sin que lo que está en juego no sea, de alguna manera, una transposición de lo singular para el universal. No hay habla sin Otro, incluso cuando es del goce del Uno del que se trata.

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La invención de Lacan es de un dispositivo de habla, de parole, en un discurso indirecto, al modo del witz, pero todavía discurso. Alguien (el pasante) habla con otros dos (los pasadores) que lo cuentan a otros (el jury, o cartel). Las dos puntas son cambiadas. Lo que pasa con los pasadores no lo sabemos, ellos son el lugar del silencio, del no saber, por eso Lacan dice que el pasador es el sujeto del pase. Este punto de silencio es lo que permite que, de una punta a otra se trata, como lo dice Lacan en “El Atolondradicho”, algo se haga escuchar.

El pase, sigue siendo un dispositivo institucional, pero como tal es un dispositivo discursivo. En este sentido, Irene lo sitúa como “suplemento” del discurso analítico (“el psicoanálisis tiene que hacerse cargo de las consecuencias del análisis, por ello Lacan inventa el dispositivo del pase como suplemento al discurso analítico”, p. 283).

El pase incluye el silencio, pero no existe sin habla (y sin un recurso a la escritura del que no podré hablar aquí). El cambio en el otro de que es enseñanza, hace callar la voz del superyó para hacerse escuchar, es la voz del  analizante.

Se entiende el célebre “fracaso” del pase en su primer tiempo en la EFP, que ocurrió simplemente porque los AEs se callaron. El pase es siempre un poco público, razón por la cual en la contra experiencia, que es la ECF en relación a la EFP. Miller propuso que los AEs hagan una enseñanza por tres años.

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En este sentido, Irene pensó que el pase no podría ser objeto de un libro sin relatos. Ella va buscarlos, ¡son muchos! Eso fue lo que más me encantó. La cantidad de gente que habla en su libro.

Dos tipos de relatos se presentan. Los testimonios, digamos, históricos y los testimonios producidos en el dispositivo propiamente dicho. No son la misma cosa, pero Irene sigue la intuición fundamental de J.-A. Miller respecto a un origen del pase, diseñado en el movimiento psicoanalítico, antes de su creación por Lacan.

Esta aproximación entre los relatos históricos y los testimonios de AEs resulta muy rica y convincente. La prueba es que otros relatos se nos van ocurriendo a lo largo de la lectura. Se me ocurrió un ejemplo: cuando Freud se desmaya en el Park Hotel en Múnich, casi en los brazos de Jung, un poco después de recibir la rabia transferencial de este último. Instado a analizar las razones del desmayo no dice nada a Jung, lo que le sirvió para reafirmar que Freud tenía un complejo paterno no analizado. En verdad, Freud escribe a Jones sobre el episodio recordándole que había sido en este mismo salón que se terminó su amistad con Fliess. O sea, no quiso hablar de eso con Jung porque, en aquel estado de violencia, Jung no le servía más como pasador (como sí fue el caso, juntamente con Ferenczi, según la hipótesis de E. Laurent).

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En este sentido, Irene pensó que el pase no podría ser objeto de un libro sin relatos. Ella va buscarlos, ¡son muchos! Eso fue lo que más me encantó. La cantidad de gente que habla en su libro.

Dos tipos de relatos se presentan. Los testimonios, digamos, históricos y los testimonios producidos en el dispositivo propiamente dicho. No son la misma cosa, pero Irene sigue la intuición fundamental de J.-A. Miller respecto a un origen del pase, diseñado en el movimiento psicoanalítico, antes de su creación por Lacan.

Esta aproximación entre los relatos históricos y los testimonios de AEs resulta muy rica y convincente. La prueba es que otros relatos se nos van ocurriendo a lo largo de la lectura. Se me ocurrió un ejemplo: cuando Freud se desmaya en el Park Hotel en Múnich, casi en los brazos de Jung, un poco después de recibir la rabia transferencial de este último. Instado a analizar las razones del desmayo no dice nada a Jung, lo que le sirvió para reafirmar que Freud tenía un complejo paterno no analizado. En verdad, Freud escribe a Jones sobre el episodio recordándole que había sido en este mismo salón que se terminó su amistad con Fliess. O sea, no quiso hablar de eso con Jung porque, en aquel estado de violencia, Jung no le servía más como pasador (como sí fue el caso, juntamente con Ferenczi, según la hipótesis de E. Laurent).

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Finalmente, el trabajo de este libro deja claro como el dispositivo permite que este punto de conclusión pase al público sin que la formación sea rehén del semblante sobre el cual Freud apoyó el psicoanálisis, el del médico. Cuando un paciente está curado su médico le da el alta y solo puede explicar sus razones a sus colegas. El pase va también más allá del otro semblante, el universitario, cuando el analizante da pruebas de tener bien aprendido como comportarse en la vida como alumno. Horas de vuelo y competencia técnica, o demostración validada por exámenes, médico o profesor, el pase mira otra cosa.

No se trata solamente de formación, pero sí de política. La genealogía del pase es también la genealogía de la lucha de Lacan contra un eje permanente del movimiento psicoanalítico de rechazo a lo singular. Con el pase Lacan hace un desplazamiento de poder, de los didactas (médicos o profesores que detenían el monopolio de la experiencia) hacia los analizantes.

Siento casi un vértigo ante la importancia política de esta lucha cuando la pienso en nuestros días – la lucha para que el real de una experiencia, con todas sus aristas, no se pierda en aplastamientos. Sobre todo, importa resaltar como el pase va en contra del movimiento de la civilización que sigue creciendo – el de sumergir la experiencia de uno en lo oscuro de la religión o en la mistagógica del no-saber de un amo autoritario.

Como creación en el público de un lugar para lo singular, con todas sus ambigüedades, el pase sostiene delante los amos bestialmente débiles de nuestros días, que una voz es como ninguna otra y, como tal, sostiene la posibilidad paradojal de decir muchas cosas a la vez. Lo singular de una voz siempre deja resonancias en el aire, afirma que siempre se puede oír otra cosa en lo que se escucha más allá de lo que se dice. En este sentido, el pase nos ayuda a sostener lo que es vital hoy: que una cosa pueda ser otra que no solo ella misma, que, por ejemplo “negro”, “indio”, “pobre”, “mujer”, pueden no tener la significación fija que segrega o asesina aquel que va bajo este significante.

Un análisis incluye esta apuesta. El pase, la de que eso se pueda oír desde lejos. Es lo que pasa en las tantas voces que Irene nos hace oír en este libro, por lo cual le agradezco muchísimo.

NOTAS

* Comunicación en la presentación del libro en una mesa virtual que compartida con Oscar Zack y organizada por Alejandra Glaze el 10 de julio de 2020