El pasado lunes 11 de mayo, me despierta una noticia conmovedora. La gendarmería nacional, por indicación de la Procuraduría General de la Nación, a través un fiscal federal, allana una institución oficial de alojamiento de niñas y adolescentes separadas de sus familias (antiguos hogares de menores); por la investigación sobre una Red de Trata de Personas, que estaría operando allí, siendo la directora de la misma, la principal imputada, junto con otro empleado.

La contingencia hizo que, días después, me convocaran como perito observadora de una serie entrevistas en Cámaras Gesell -ordenadas por el juez federal que entiende en la causa- a las adolescentes residentes al momento del allanamiento, en cuyas declaraciones vertidas a la psicóloga del “Programa Nacional de Rescate”, habían deslizado comentarios “sospechosos” sobre el personal directivo.

Una de la jóvenes dice, cito: “G –directora imputada– me miraba con cara fea. Me sentía mal en el hogar”.  Seguido de ello refiere: “me trajeron al hogar porque mi mamá me abandonó y mi papá me miraba. Era malo, tenía cara mala. La sujeto continúa el relato diciendo no haber nunca sido forzada a ninguna actividad, aunque ha sido instada a “lavar los platos o limpiar” a consecuencia de “pelearme con las chicas y romper todo el hogar, porque me miraban mal, feo!”. 

La repetición de la “mirada mala o fea” del Otro hacia esa niña, para el psicoanálisis abre a la perspectiva fantasmática de la sujeto, teniendo que ver o no con el asunto en cuestión.  En tanto indica el modo en que experimenta la presencia del Otro, encarnada en esta oportunidad, por la autoridad institucional. Punto en el que se fundamenta la palabra de la adolescente como evidencia de la denuncia.

El desencadenamiento de la prisión preventiva de los dos profesionales del estado antes mencionados, tiene origen meses atrás; momento en el que se activa el protocolo por parte de una institución de conocida reputación en la materia, a partir de la presentación de un psicólogo que asistió a la joven durante un mes, a mediados del año anterior (2014), en otra dependencia oficial.

Me pregunto: ¿Qué lleva al “psi” a denunciar? ¿A qué responde la ostentosa  medida del fiscal del allanamiento nocturno? ¿Qué hace un psicólogo en un procedimiento policial? ¿Cuál es el estatuto de las  palabras para la justicia? ¿De qué se trata escuchar y asistir a la “víctima“?

La compulsión a denunciar operó en cada uno de los actores. Nadie escuchó a Freud.

De ello da cuenta la irrefrenable pulsión del psicólogo que hace la acusación, entrampado en la selva fantasmática de la adolescente. La entidad “especializada” queda capturada en el goce de la víctima, se identifica a ella y empuja la posición querellante. Por otra parte, la psicóloga que participa en el operativo policial,  guiada -tal vez- por el espíritu humanista y el furor curandis, en su ambición de “protección”, termina generalizando la calumnia (ya que involucra a las 5 jóvenes, que serán llamadas a declarar en Cámara Gesell). Finalmente, el puro deber de imputar del fiscal federal, coagula a la sujeto adolescente en el lugar de la víctima y equipara la realidad subjetiva a la objetiva, otorgando a su discurso un valor de verdad absoluto.

La época actual, regida por el desprecio de la castración,  promueve la obediencia  del goce.  Mediante la hipnosis de la pantalla, el sosiego por el objeto y la proliferación pornografía, la civilización hace oídos sordos a lo real en juego. Lo que no cesa de no inscribirse itera sin cesar en el extremo de la violencia, la adicción, la depresión. Ya no se trata de la caída de los ideales o la declinación del padre, sino de la captura del sujeto por la ferocidad y obscenidad del goce. La ley de hierro del super-yo arrasa al sujeto, arrojándolo a la deriva del “más allá del principio del placer“. El exilio del deseo no permite al sujeto encontrar ni orientación, ni salida sinthomática.

En la contratapa del Cuaderno n° 11 del CIEN hay una puntuación que se ajusta  perfectamente a la situación planteada, cito: …“allí dónde se apunta a la mayor protección, los chicos resultan desprotegidos. Tratar esta serie de paradojas a las que llega el discurso jurídico, en especial, requiere una respuesta al costado, que permita zanjar dichas encrucijadas. Estas respuestas solo pueden tener sentido y razón si articulan, en su fundamento, la propia posibilidad de los pibes de hacerse responsables de los modos en que afrontan las consecuencias de sus actos, inventando su solución[1]

Entonces, echado a rodar el programa de los derechos humanos, su paradoja se evidencia de inmediato; en este caso, en la apetencia de promover el ejercicio de los derechos de la adolescente, lo único que se logra, es el extravío del sujeto en el escándalo social y las soluciones para todos.

La defensa fantasmática ante lo real, como elaboración singularísima del parletre, es metabolizada por el discurso jurídico al modo de forclusión de lo real. En esta ocasión, se hace patente, en la modalidad de la justicia y las terapéuticas “psi“, el desconocimiento de aquella dimensión que escapa al significante. El trauma, en tanto que hecho sin dicho, pretende ser comprendido y abordado en su totalidad por la vía de lo simbólico; lo que no hace más que conducir al sistema jurídico y asistencial, a la patología del acto. Finalmente, el ideal del paradigma de los derechos humanos, en su empuje al ideal de la garantía,  da como resultado la compulsión a la repetición y la proliferación del goce, sin tratamiento efectivo y pacificador  posible.

El psicoanálisis, a partir del uso de la palabra, anudado a los otros dos registros-imaginario y real-, permite transformar la demanda al Otro en pregunta por el goce propio encriptado allí. Es decir, ofrece al sujeto  salir de los espejismos de la llamada a la ley del padre, para autorizarse en su síntoma. En otras palabras, el discurso analítico, como teoría y como práctica, procura dichas “respuestas al costado”, que -en un solo movimiento- ordenan lo colectivo y lo subjetivo,  pasando de la denuncia social a la enunciación singular. De la patología del acto compulsivo al acto analítico, reábrela vía por la cuál el objeto de la intervención, se vuelve sujeto de la palabra, responsable de su goce.

Camila Candioti
EOL Sección Santa Fe
Mayo 2015.

[1] Revista El Niño N° 11. Dossier ¿Imputables o responsables? Lo imposible, guía para recuperar la infancia, entre muros.  CIEN: Centro de estudios Interdisciplinarios sobre el niño, publicación del Campo Freudiano. Instituto Clínico de Buenos Aires. 2009.