Por Diana Campolongo

Aún si los recursos de la supresión familiar no fueran verdaderos, habría que inventarlos, y de ello no nos privamos. Eso es el mito, la tentativa de dar forma épica a lo que se obra como estructura.[1]

La inmersión del sujeto contemporáneo en los semblantes de la época problematiza lo real, lo enrarece, lo desdibuja; cuestión que impacta en la vida de los niños de diversas maneras.

De las ficciones:

La intervención del discurso jurídico produce una judicialización, que se define como el mecanismo por el cual, problemas del campo subjetivo, son transferidos hacia la justicia para su resolución.

Se trata de un empuje a tratar aquellos conflictos que en otros tiempos eran resueltos en la intimidad de la familia, produciendo consecuencias en la vida del niño. Ese empuje pretende una verdad que no sea ficción.

Las ficciones fueron tomadas por Lacan en varios sentidos a lo largo de su enseñanza, pero señalemos el que privilegia su relación a lo real por vía de la familia. La encrucijada sexual segrega las ficciones que racionalizan lo imposible del que provienen[2].

Esas ficciones son radicalmente estructurales al discurso, inherentes al decir del sujeto.

Del derecho:

Lacan se interesó tempranamente por la relación entre el derecho y el psicoanálisis. Sus comienzos estuvieron ligados al caso que inspirara su tesis, en el que el pasaje al acto y sus consecuencias apaciguaron los delirios de su paciente para siempre. Autocastigo o autopunición son los nombres de esa juntura que marcó el devenir de otros desarrollos, como es la referencia central de las leyes del lenguaje.

Pero el de esta época no es un problema de ese orden, sino de la multiplicación de lo judicializable que deja al niño más cerca de un fuera de discurso, o de una verdad sin malentendido, rechazo del inconsciente.

El Otro social y el psicoanalista:

Si el psicoanálisis debe adoptar una posición en lo social, será la de restablecer al niño su dignidad de sujeto a partir del valor otorgado a su palabra.

Este valor de la palabra es cuestionado si se lo escucha sin la dimensión de enunciación, porque desconoce de esa manera el lugar de la vida anímica del sujeto niño; más allá de las buenas intenciones de padres, educadores y juristas.

Si hay un obstáculo para el psicoanálisis es allí, en cada institución en la que dispersos descabalados se encuentren analistas de la orientación lacaniana, cuando al niño se lo escucha sin el más allá de la supuesta armonía entre significante y significado. Armonía imposible por la entrada al lenguaje de todo ser hablante; lo que inexorablemente abre al nivel interpretativo, incluso si este nivel no implica la interpretación del analista, que por esencia es poética.

Sabemos que no se trata de poesía para el jurista; para éste lo que convendría recordar es esa disyunción que el uso del lenguaje implica, la diferencia entre lo que se dice y la enunciación.

El Observatorio Infancias está abocado a profundizar una investigación sobre la judicialización con aquellos analistas presentes en las instituciones; convocando a un trabajo de transmisión y formalización de la experiencia, mediante la producción de informes, recopilación de información y el debate crítico sobre las prácticas e intervenciones en este campo.

“En la lengua no hay más que diferencias”[3] expresión que condensa lo que se extrae de la enseñanza de Lacan en relación a la estructura del lenguaje. Un niño es un ser de lenguaje y por este hecho interpretable, porque su ser de lenguaje indica ya lo imposible de decir del que nacen las ficciones.


NOTAS

  1. Lacan, J., Televisión, en Otros escritos, Buenos Aires, Paidos, 2012, p. 558.
  2. Ibíd.
  3. García, G., “La represión viene del futuro”, Lacaniana nro 26, Grama, p. 87.