En esta segunda etapa de nuestro trabajo, interrogaremos con los conceptos psicoanalíticos la formulación vigente en esta época denominada: «Violencia de género».
«El varón domado», «la mujer golpeada», hoy: la «violencia de género», son inscripciones ideológicas en el campo social, interpretación de la realidad. En tanto la interpretan, la seleccionan, la destacan y descartan elementos.
De todos los hechos de violencia queda subrayado la que se ejerce sobre una mujer. Colocar sobre la mujer «el género» parece un esfuerzo de extender la categoría, para subsumir a las mujeres en tanto tales bajo el signo de las amenazadas. Se trata de la pluralización de las mujeres.
Lo velado por esta lectura es el hombre. Los textos que se ocupan de este tema no abundan en su ubicación. ¿Qué es el hombre que golpea o mata?
En Argentina se hizo una manifestación multitudinaria bajo la consigna: «Ni una menos». Esta consigna, deja por fuera al hombre asesino.
Nótese que estas figuras sociales, se acercan mucho al «fantasma histérico» la mujer usada, maltratada, golpeada, violada.
Freud no podría decir hoy, con tanta impunidad, «las histéricas me mienten»
Sería sospechado de complicidad con los hombres en perjuicio de la mujer.
Si nos posicionamos ahora respecto de los fenómenos que son presentados por los medios como violencia de género, nos encontramos con dos datos que se repiten: mujer separada que dejó su marido y no quiere volver, o bien problemas de celos…
Es evidente que en estos casos lo que ocurre es que el hombre aparece como impotente para regular a la mujer, ella se le escapa.
Esto nos recuerda la formulación de Miller: la mujer es infiel por estructura… hay un goce que no se dirige al lado hombre de la sexuación. En ese punto el hombre amenazador colocará a otro hombre, real o potencial.
Este goce femenino amenaza la identidad del hombre, una de sus respuestas puede ser golpear, matar.
En este punto, no está descartado preguntarse por los destinos de este goce femenino en la época victoriana y entre nosotros.
La estructura social sus costumbres y tradiciones, los prejuicios y la regulación impuesta a la mujer por la función materna, ¿ocultaron este goce, lo disimularon….? En nuestras sociedades liberadoras de los goces, ¿han dejado a algunos hombres impotentes para enfrentar la amenaza de este goce?
Violencia de género
La violencia suele manifestarse de múltiples maneras y en distintos ámbitos. Esa variedad de fenómenos, que el discurso del amo no logra capturar, deriva en una diversidad de clasificaciones propias de lo que Borges identificaría como una enciclopedia china.
En esta enciclopedia la violencia de género figuraría junto a otros tipos de violencia, señalando las particularidades que la diferencian como un género más dentro de estos fenómenos. Por eso podemos afirmar que la violencia de género puede ser abordada como un género de la violencia.
Esta clasificación se sostiene en una lógica universal propicia para que los estudios de género tiendan a dar una respuesta respecto a la violencia acorde con esa universalización y sin interrogar al síntoma en su singularidad.
En general, en nuestro país, las políticas que tratan la violencia de género se refieren a las que afectan a la mujer «por el hecho de ser mujer»
Desde esta perspectiva el psicoanálisis y la intervención del analista pueden ofrecer otra opción, al tiempo que sin renunciar a sus principios, congenie con el espíritu de los tiempos que le toca vivir.
Los Estudios de Género
«Género» no es una categoría psicoanalítica, habitualmente se lo define desde los valores y roles estereotipados impuestos por la cultura convirtiéndose en una categoría de análisis y crítica político-cultural. Se lo diferencia de «sexo» que es pensado desde lo biológico y fisiológico.
Judith Butler, una de las máximas exponentes de estos «Estudios», produce un giro al considerar la idea de sexo como algo natural que se configura dentro de la lógica binaria de género.
Su pensamiento se vincula con la «Nueva Política de Género» que surge de los movimientos LBGTT (lesbianas, bisexuales, gays, travestis, transexuales), o LGTBIQ (lésbicos, gays, transgéneros, bi, intersexuales y Queer) y otras combinaciones en siglas similares.
Específicamente se embarca en los paradigmas de la política «deconstructiva y anti-esencialista» pretendiendo acabar con el «dualismo de géneros» que considera como una oposición ideológica para establecer y mantener la opresión de un género sobre otro.
También pretende «deconstruir» el «poder hegemónico heterocentrado» que actúa como un discurso creador, construyendo un cuerpo y una subjetividad por el efecto «performativo» de una repetición ritualizada de actos que acaban naturalizando y produciendo la ilusión de una sustancia, una «esencia» que definiría al sexo y al género. De allí su posición deconstructiva y también anti-esencialista.
Obsérvese que aquí el «performativo» no sólo se reduce al aspecto del enunciado de Austin, sino que agrega la autoridad que implica el contexto discursivo, dándole un lugar a las ideas de Derrida.
Para Judith Butler la «Política es encontrar un mejor vocabulario», producir «una palabra» que pueda eliminar la marginación, la patologización y la violencia, reconociendo la diversidad.
En este contexto conceptual se puede intentar un debate entre estas «performances performativas» y la orientación de la «Ley de identidad de género» en Argentina, que fue promulgada en mayo 2012: «Se entiende por identidad de género a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente….incluyendo la vivencia personal del cuerpo. Eso puede involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios farmacológicos, quirúrgicos o de otra índole…etc.»
Ahora podemos señalar el modo específico con los que Judith Butler aborda estos conceptos en una de sus obras.
Butler y la posibilidad de la absorción total
En «Los cuerpos que importan», Judith Butler plantea la problemática del género a partir de la articulación de los conceptos de universal, particular y singular en el plano dialéctico.
La articulación entre el concepto de género y sexo ubica un proceso complejo donde el cuerpo en su materialidad no es un dato natural ni dado, sino que es el producto de una matriz discursiva y social en la cual intervienen juegos de poder, ideales, prejuicios, etc..
Presenta así un movimiento dialéctico donde «lo abyecto» -aquello que es excluido del conjunto- es condición necesaria para la construcción del universal que a su vez desde el exterior amenaza, interpela, con su existencia misma y reclama ser reconocido como parte del conjunto. Es así que a partir de la excepción –algo queda por fuera– que puede construirse el todo. En el texto esta excepción se significa negativamente: no es en tanto poseedora de una cualidad positiva sino todo lo contrario, es lo expulsado, rechazado por no cumplir con todos los requisitos necesarios para estar dentro. Así, las categorías lógicas universal, particular y singular cobran en el texto una significación precisa: estar en el conjunto –universal y particular- son positivos, y no estarlo –singular- es signo de exclusión con su consecuente connotación negativa.
Butler interroga así minuciosamente los factores que van delimitando lo que llama sujetos viables de aquellos que quedan abyectos.
La «performatividad» del discurso es definida como la práctica reiterativa y referencial mediante la cual el discurso produce los efectos que nombra. «Los declaro marido y mujer» es un ejemplo. Apelando a las citas que exceden la enunciación de un sujeto en particular, se ubica el poder de las mismas en la reiteración. Podríamos pensarlo como los #trending topic en twitter.
Las normas reguladoras del «sexo», para la autora, obran de una manera performativa para constituir la materialidad de los cuerpos, para materializar la diferencia sexual en aras de consolidar el imperativo heterosexual. Delimitando de este modo la esfera de lo inteligible y de lo ininteligible, aquello que queda radicalmente excluido, imposible de ser nombrado, zonas «invisibles», «inhabitables» de la vida social que están, sin embargo, densamente pobladas.
Dice: «Esta matriz excluyente mediante la cual se forman los sujetos requiere pues de la producción simultánea de una esfera de seres abyectos, de aquellos que no son sujetos pero que forman el exterior constitutivo del campo de los sujetos.»
El imperativo heterosexual planteado por Butler apoya las citas performativas en ideales femeninos y masculinos que materializan la diferencia sexual. El planteo se apoya en la idea de «ideal regulatorio» de Foucault.
Podemos entender que el planteo apunta a preguntarse hasta qué punto la diferencia sexual construida en la matriz «hombre-mujer», está al servicio del imperativo hetero sosteniendo así implícitamente la idea de la existencia de la relación sexual en tanto complementariedad de los sexos. Desde esta hipótesis se apoya para cuestionar las normas que sostienen este ideal de una sexualidad «normal» que rechaza de plano cualquier diferencia.
Lo femenino, una de las manifestaciones de lo abyecto
Según Butler, Irigaray sostiene que la economía que pretende incluir lo femenino como el término subordinado de una oposición binaria masculino/femenino, produce lo femenino como aquello que debe ser excluido para que pueda operar esa economía. Se constituye así un exterior constitutivo que está compuesto por estas exclusiones, que sin embargo son interiores a ese sistema como su propia necesidad no tematizable. Surge dentro del sistema como incoherencia, como desbarajuste, como una amenaza. Así de lo femenino no puede decirse que sea un término inteligible. Es una necesidad imposible (pág 72) o una materialidad no tematizable. (pág 77) o una palabra imposible (pág 79)
Se pregunta en el texto (pág 22) cuál debería ser el criterio decisivo para distinguir los dos sexos. Si el género consiste en las significaciones sociales que asume el sexo, éste queda absorbido y desplazado por el género. El planteo avanza hasta llegar al punto: si el sexo es una ficción, es una ficción dentro de cuyas necesidades vivimos, sin las cuales la vida misma sería impensable.
Por «generización» se entiende, las relaciones diferenciadoras mediante las cuales los sujetos hablantes cobran vida. Sujeto al género, subjetivado por el género, el yo emerge dentro y como la matriz de las relaciones de género mismas.
Dicho así, podemos considerar que el género queda reducido a la articulación mínima de dos significantes que permiten la emergencia de un sujeto. Más allá de cuanta connotación imaginaria o significación pueda, luego, estar articulada a cada uno de ellos, «hombre o mujer».
El invento de los sexos es la matriz que permite la inscripción de la articulación significante, la llamemos con Freud «Fort-Da» o con Butler «hombre-mujer».
En su planteo es desde esta exterioridad abyecta -condición de constitución de la norma- que surge la suposición de devenir en un espectro amenazador para el sujeto. En los seres abyectos, que no parecen apropiadamente «generizados», lo que se cuestiona es pues su humanidad misma.
Ahora bien si consideramos lo antes expuesto, ¿es la relación a lo simbólico lo que estaría afectado en estos seres abyectos? ¿Sería entonces pensable en nuestra lógica que se trata de la psicosis?
Butler propone como tarea considerar que esta amenaza y este rechazo no son una oposición permanente a las normas sociales, condenadas al pathos del eterno fracaso, sino más bien un recurso crítico en la lucha por re-articular los términos mismos de la legitimidad simbólica y la inteligibilidad.
Al respecto podemos preguntarnos hasta que punto la idea de pensar el «eterno fracaso» como un pathos, es decir como algo patológico, no hacen surgir la ilusión de una posible armonía y absorción total de lo real por lo simbólico. Ilusión que hace desconocer la imposibilidad estructural de lo simbólico de reabsorber lo real.
Acerca del término Queer
Butler interroga en el último capitulo del libro el término queer abriendo la dimensión temporal del mismo. Comenzó siendo un estigma paralizante, como la interpelación mundana de una sexualidad patologizada. Devenía así en un término que constituía la regulación discursiva de los límites de la legitimidad sexual.
La temporalidad viene de la mano de la posibilidad de la resignificación, es así que Butler pregunta por las causas históricas, políticas y discursivas de tales resignificaciones.
Los performativos, son nuevamente la clave, actos del habla que dan vida a lo que nombran. «Los declaro marido y mujer» son formas del habla que autorizan, el juez cita la ley y de allí deriva la autoridad que profiere. «Performs» en inglés –realiza- es el origen del performativo. Se invoca a la convención, la cita implica así una cadena de citas.
Butler ubica que el discurso precede y condiciona al sujeto, el reconocimiento lo forma. Más allá de lo cual existe una imposibilidad de reconocimiento pleno, es decir de llegar a habitar por completo el nombre en virtud del cual se inaugura una identidad social, implica la inestabilidad y el carácter incompleto de la formación del sujeto. La identidad es un error necesario, que apela a la contingencia del término, como un sitio discursivo cuyos usos no puede delimitarse de antemano. Sea éste niña, niño, queer o un nombre propio.
Así el término queer nunca fue poseído plenamente, se tuerce, se desvía de un uso anterior y se orienta hacia propósitos políticos apremiantes y expansivos. Reivindicar los términos, en este caso queer, se suman mujeres, gay, lesbiana, es el modo de refutar su empleo homofóbico en el campo legal, en las actitudes públicas en la vida privada. Apunta así a una deconstrucción política de lo queer que debería extender su alcance y hacernos considerar, según Butler, a qué precio y con qué objetivos se emplean los términos y a través de qué relaciones de poder se engendraron los términos.
Actualmente en la política queer creemos ver una práctica resignificante por la cual se invierte el poder condenatorio de la palabra queer para sancionar una oposición a los términos de legitimidad sexual. El sujeto encasillado como queer en el discurso público retoma o cita ese mismo término como base discursiva para ejercer la oposición. Como una reelaboración específica que transforme la abyección en una acción política. «La afirmación pública de lo queerness representa la performatividad como apelación a las citas con el propósito de dar nueva significación a la abyección de la homosexualidad, para transformarla en desafío y legitimidad. Un esfuerzo por reescribir la historia del término y por impulsar su apremiante resignificación.«
Paul B. Preciado y «el ensayo corporal»
Podemos constatar cómo hoy se actualizan y se desarrollan diferentes movimientos que basados en las ideas que venimos comentando, aportan nuevos matices.
Por ejemplo Paul B. Preciado, que lidera el grupo llamado Post Op (Barcelona 2003) propone el desmontaje de todas las identificaciones y las identidades normativas. Se trata de una estrategia que no pasa por la crítica al sistema desde un lugar externo al mismo, sino empleando sus mismas herramientas.
Plantea entonces que la supuesta coherencia entre sexo, género y deseo sexual debe desmontarse y quedar abierta a una transformación permanente sin coagular en ninguna identificación. Es un proceso en constante devenir.
En su libro «Testo Yonqui», hace un recorrido y análisis de lo que denomina régimen «farmacopornográfico», que sería el actual sistema capitalista en el que las industrias farmacéutica y de la pornografía juegan un papel crucial, razón por la que lo denomina «capitalismo farmacopornográfico». Este análisis se complementa con relatos autobiográficos, donde describe el proceso de autoadministración de testosterona al que se somete, presentándolo como «un ensayo corporal».
Es interesante notar que en estas propuestas, correlativas a la declinación contemporánea del Nombre del Padre, ya no se trata de una certeza de goce que se fija a una determinada identificación, como sucede por ejemplo en el caso del transexualismo clásico en el que el sujeto tiene la certeza de ser una mujer en un cuerpo de hombre. Si no que responde más bien a la falta de creencia en los semblantes y en los discursos establecidos.
Algunas puntuaciones
A esta altura de nuestro trabajo podemos realizar algunas puntuaciones según lo que venimos desarrollando y presentar algunos de los temas que intentaremos precisar.
-Hemos interrogado a Butler y a Preciado. En síntesis constatamos que para estas autoras los síntomas, en torno a la noción de género, son coyunturales. Además podrían ser resueltos en tanto y en cuanto se desarticulen las políticas normativizantes, sin resto. Para el psicoanálisis el síntoma es estructural y necesario en tanto es un modo de tratamiento del goce opaco. La causa no está ubicada en las políticas normativizantes (que en tanto formas de tratamiento del goce pueden ser cuestionables) sino en lo Real.
-Planteamos que las histéricas triunfan al lograr la inscripción social de su fantasma de ser abusadas. Freud ubica que las histéricas le mienten antes de poder precisar la noción de realidad psíquica que con Lacan quedará formulado como fantasma.
-Se plantea la historización de las mujeres que han sido maltratadas y condenadas en la historia orientados por las siguientes preguntas ¿qué tiene la mujer? ¿su goce? ¿Cuándo se agrede a una mujer?
-Hipótesis: El no poder regular el goce femenino despierta la respuesta violenta. La mujer tiene algo que incomoda al hombre.
-La formulación «Violencia de género» implica una interpretación. Destaca a las mujeres en la violencia, iluminando ese sector y dejando en las sombras otros efectos de la violencia.
¿Quién hace esa interpretación? ¿Cómo se deslizó de la noción de «mujer golpeada» a «violencia de género»? ¿Cómo leer el aumento de las denuncias de violencia de género? ¿Quién es el hombre golpeador?
– Se ubica una paradoja: En el momento en que se da una deconstrucción de la noción de género (Butler – Preciado) se produce un aumento de la violencia de género. ¿Cómo entenderlo?
-Puntuaciones con respecto a la Clínica:
-El goce irregulable-opaco produce un efecto de impotencia como respuesta sintomática en el hombre.
-Del lado de la mujer, ese goce opaco es presentado por Freud como masoquismo femenino.
– Lacan relee el fantasma de «Pegan a un niño» como un fantasma masculino.
-Intentos de tratamiento del goce (de lo Real) cuando caen los significantes Amo.
– Debemos revisar la equivalencia de los postulados «Salud Mental» y «Derechos humanos» con «Violencia de género». El psicoanálisis responde «Todos Locos», no responde a los ideales de la Salud Mental. Recordemos que J-.A. Miller plantea: ¨La igualdad es lo asocial¨,
Desarrollemos ahora uno de los puntos que anunciamos:
Masoquismo femenino/ Goce de la privación
Podemos hacer un contrapunto entre la posición de Freud que habla del masoquismo femenino y la de Lacan que introduce el goce de la privación.
Conviene señalar dónde cada uno ubica la cuestión. Al hablar de masoquismo Freud comentará que da el nombre de «masoquismo femenino», porque las fantasías masoquistas ponen a la persona en una situación característica de la femineidad, lo que significa ser castrado, ser poseído sexualmente o parir. Es decir que ubica un ser en el dolor, poniendo de relieve al ser.
Por su lado Lacan, critica la afirmación que este masoquismo sería la expresión del ser de la mujer. Pone en duda el hecho de calificar la cuestión en relación al ser agregando que hay un goce en la mujer al despojarse del registro del tener.
En principio precisemos la posición de Freud en relación al masoquismo, para ir luego a Lacan que introduce el goce de la privación. Ubicando el contrapunto entre el ser y el goce.
En El problema económico del masoquismo, año 1924, Freud ubica tres formas distintas de masoquismo:
- Como condicionante de la excitación sexual
- Como una manifestación de la femineidad
- Como una norma de conducta vital.
Correlativamente, distingue un masoquismo erógeno, femenino y moral.
El masoquismo erógeno, que nombrará como el placer en el dolor, constituye la base de las dos formas restantes, o sea el femenino y el moral.
Al masoquismo femenino, Freud nombra como la forma más fácilmente asequible a nuestra observación, que nos es conocida por las fantasías de sujetos masoquistas y que culminan en actos onanistas o representan por sí solas una satisfacción sexual.
El contenido consiste en que el sujeto es amordazado, maniatado, golpeado, maltratado en una forma cualquiera, obligado a una obediencia incondicional.
Entonces, Freud dice: «Cuando tenemos ocasión de estudiar algunos casos en los cuales las fantasías masoquistas han pasado por una elaboración suficientemente amplia, descubrimos fácilmente que el sujeto se transfiere en ellas a una situación característica de la femineidad: ser castrado, soportar el coito o parir. Por esta razón he calificado a posteriori de femenina a esta forma de masoquismo».
El masoquismo femenino reposa por completo en el masoquismo primario erógeno, el placer en el dolor.
Entonces, es en este punto que Freud va a ubicar al masoquismo femenino en relación al ser; ser castrado, ser sujeto pasivo en relación al coito, afirmando que este masoquismo sería la expresión del ser de la mujer.
Por otra parte Lacan, durante el seminario El reverso del Psicoanálisis en 1969, hace un comentario de Pegan a un niño, y señala que en el tiempo central, el segundo tiempo del padre, lo más importante es que no se nombra al que pega y, entonces, hay que distinguir, el enunciado del fantasma, el «tu me pegas». Acá Lacan plantea: «el sujeto recibe su mensaje en forma invertida».
«El tú me pegas es esa mitad del sujeto, es la fórmula que constituye su vínculo con el goce. Sin duda, recibe su propio mensaje en forma invertida, aquí esto significa su propio goce bajo la forma del goce del Otro»
Este punto resulta crucial para nuestro trabajo, pues ubica que hay un goce del sujeto que comanda la situación.
Lacan le hace una crítica a Freud en torno a la concepción del masoquismo femenino. No critica la idea de las fantasías masoquistas, sino la afirmación que este masoquismo sería la expresión del ser de la mujer. Lacan va a poner en duda el hecho de calificar esto como relación al ser, y ésta será la fuerza del concepto de privación que introduce Lacan, poder dar cuenta del goce particular que pueda tener una mujer en despojarse del registro del tener, sin que eso dé cuenta de ningún masoquismo.
Para introducir el concepto de privación, Lacan hace un recorrido donde dice que varones y niñas «faltan en ser», o sea no tienen una identidad total en ser varón o ser niña, porque «faltan en ser», desean.
Varones y niñas se separan en su relación al ser ubicándose de forma diferente en relación al falo. Los varones arman su ser enfrentando la amenaza de castración. Fabrican una amenaza de perder lo que tienen.
Del otro lado, está el ser femenino. Ahí la castración no es una amenaza, puesto que ha sido efectuada. La mujer arma su ser desembarazándose de su tener.
Este es el punto del goce de la privación, fabricarse ese plus a partir de la sustracción del tener. Lacan recalca que, despojándose así de sus cosas, de los bienes mundanos, hacen aparecer un ser que se valora tanto más que esa pérdida en el tener. Es un ser que no está en el registro del tener.
Lacan hace de esta privación, el instrumento para repensar el ser de las mujeres, tal como fue dejado por el masoquismo en Freud.
Para concluir, recordemos un dato más que ubica Eric Laurent en Posiciones femeninas del ser en relación a estos conceptos.
Planteará que si ciertas mujeres pueden consentir al fantasma del hombre en posiciones subjetivas donde el dolor y la humillación están unidos, es porque se encuentran protegidas de la amenaza de la castración y por eso pueden ir más lejos que los hombres en la caminos de la devoción en el amor. Por esa razón, con respecto a lo que un hombre puede ejercer sobre una mujer, Lacan prefiere más el término «estrago» que el término «masoquismo».
No es que las mujeres son masoquistas sino que al no estar ese límite, esa barrera de la amenaza de la castración, pueden ser mucho mas decididas para poner de sí mismas, para poner su cuerpo y alcanzar el punto de asegurarse el goce del Otro, asegurarse el «Tu me pegas» que le vuelve en forma invertida.
Para terminar, recordemos que al hablar de las mujeres, debemos agregar «No todas»…ya que ese gusto por despojarse del registro del tener, esa castración que no es una amenaza, ubica un registro del lado de lo no fálico. Quizás más del lado de Medea, de las místicas, que se puede encontrar en una mujer, incluso más cercana al arrebato que a la cotidianeidad.
Políticas del Psicoanálisis frente a las políticas de género
En cierta medida la AMP ha sentado una posición al presentarse en la ONU como una ONG con estatuto de consultante especial.
Hubo una primera contribución de Miquel Bassols: «La Violencia contra las Mujeres- Cuestiones preliminares a su tratamiento desde el Psicoanálisis» para la 15ª Sesión de la «Comisión sobre la condición de las Mujeres», que se reunió en la sede de la ONU en Nueva York el 15/3/13.
En diciembre del 2014 la AMP presenta una nueva contribución firmada por Patricio Alvarez: «El empoderamiento de la mujer y el Psicoanálisis», en ocasión de una nueva sesión de la «Comisión de la condición de las Mujeres» de la ONU en Nueva York entre 9 y 20 de marzo de este año.
También hubo un «Evento paralelo» donde presentaron MH Brousse, Gil Caroz y Ma C. Aguirre.
Parece evidente que, en principio, no se trata de enfrentarnos de modo directo con el significante «género» y mucho menos con el de «identidad» (como veremos más adelante), sino que debemos intentar introducir nuestras conceptualizaciones y nuestras políticas, haciéndonos escuchar «en la lengua del Otro».
Por otra parte, el término Violencia de género se encuentra articulado al de Derechos humanos y también al de Salud mental. La posición del psicoanálisis no es la de oponerse a los mismos tratando de imponer su propia interpretación. Así es como a la Salud Mental Para Todos, el psicoanálisis indica la necesidad de reservar un lugar para el Síntoma de cada uno, intentando encontrar la fórmula que conviene para un debate con las instancias implicadas en esta problemática.
Precisemos, entonces, los puntos referidos a estas cuestiones.
Acercarnos a la problemática de la violencia implica dar cuenta desde una posición ética lo que el psicoanálisis tiene para decir, que no solo se trata de pensar y problematizar el concepto sino también localizar un modo de intervención que nos separe de abordajes que producen más efectos de segregación.
La violencia como síntoma social es mucho más amplio que lo que en el tratamiento televisivo, marketinero y mediático se da a ver.
En efecto, el nombre «Violencia de género» se enmarca dentro las políticas de Salud Mental y de los Derechos humanos.
Asistimos a un Sujeto cada vez más habitado por derechos. Derecho a tener derechos. Nos encontramos con una confusión permanente entre el plano civil de los derechos de los ciudadanos a un tratamiento del derecho en el plano de la igualdad y la justicia, en el amor, el goce y el deseo. Trío que nada tiene que ver con lo justo y equitativo.
El psicoanálisis marca también su distancia con la Salud Mental, el síntoma es el recurso que cada sujeto inventa para arreglárselas con aquello que no tiene representación en los discursos establecidos.
El síntoma se aleja de consideraciones de normalidad, de ideales.
El psicoanálisis se aleja de la Salud Mental, entonces, porque supone a cada sujeto y al lazo social mismo, enfermo de una culpa que lo constituye. Es decir, no el ideal de la salud quebrantado por la enfermedad, sino la suposición de que el hombre, la humanidad, esta en si misma enferma como ya supusieron los filósofos, como Miller nos hace notar al finalizar su conferencia. (Salud Mental y Orden Público)
El hombre, la humanidad, está enfermo porque su mente, su cuerpo, sufre la injerencia constante de un pensamiento inconsciente que los trastorna. Un inconsciente que reproduce y perpetúa el discurso del Otro (del Otro familiar y social en primer lugar) en el que cada sujeto ha de insertarse para existir como tal.
El psicoanálisis como modo de transitar una experiencia singular de tratamiento de lo que es la segregación del goce propio. Cuanto más se ignore ese goce nos dirá más segregación y fenómenos de violencia. M Bassols (La violencia contra las mujeres, 2012) nos precipita tres lugares donde esta segregación se perpetúa de una forma radical. En la infancia, en la locura y en lo femenino. Lo loco, lo niño y lo femenino segregado en cada uno. Son tres lugares de la palabra rechazada que se convierten en objetos predilectos del acto violento, acto que viene al lugar imposible de decir tanto en las relaciones familiares como en la realidad social misma
Del lado de la posición masculina suele revelar el buscar y golpear en el otro lo que el sujeto no puede simbolizar. Golpeando de su propio ser en el otro. Es interesante como Bassols piensa el acto posterior de autolesión del que mata o golpea, que nada tiene que ver con un autocastigo o con una supuesta culpabilidad asumida. Sino como la consecuencia ultima de un acto que toma al otro como lugar mediador en el que golpearse a sí mismo
Finalmente no se trata de concebirlo como conducta inadaptada, y menos aun tratarla bajo la pedagogía y la acción social , sino de encontrar en cada caso las significaciones inconscientes del pasaje al acto , incluso antes de que éste se de. El acto de violencia calificado como «machista» se revela finalmente como un acto que pretende abolir la diferencia que la feminidad encarna y reintroduce en cada vínculo de la realidad social
Miller en su Seminario Extimidad nos ubica que el encuentro traumático ante lo real del Otro se traduce inmediatamente en un odio respecto de la manera de gozar. La emergencia de lo diferente y la angustia que provoca se traducen en este tratamiento a partir del odio que nos da la clave a partir de la cual puede comprenderse el racismo y la segregación como una salida posible en relación a la particularidad con la que el Otro goza. Por otra parte, esta respuesta primaria se traduce fuertemente en la lectura de un goce que se presenta como excedente en el Otro y que es interpretado como el arrebato de una porción del propio goce por parte del semejante, dimensión imaginaria de la castración que encubre la pérdida estructural.
De esta manera encuentra su explicación la hostilidad que se manifiesta respecto del semejante y que Lacan en el Seminario 19 sintetiza con precisión al referirse al «tu» como la señal de un plus de gozar en el Otro que se interpreta como subdesarrollado para descalificarlo y que justifica ideológicamente la segregación que el discurso capitalista lleva adelante. Miller nos señala que la constante es que el Otro saca una parte indebida del goce, sustrae el propio. Es decir que el goce fue sustraído y tiene autor material. Un paso más, Miller plantea en el mismo Seminario que: «el Otro es fundamentalmente un Otro en el sujeto mismo» por lo que la raíz del racismo, desde esta perspectiva, es el odio al propio goce en esa extimidad estructural que nos habita. Se define así un real, un goce no simbolizable, la dimensión de una segregación de carácter estructural que Lacan en el Seminario 20 asocia con el goce femenino.
Luego de abordar estas cuestiones conviene hacer una referencia que articule el género y la época.
Sobre el género y la subjetividad de la época
Si partimos de un análisis del término constatamos que hoy se han instalado nuevos significantes entre nosotros: «femicidio», «empoderamiento», y un emblema bajo el «Ni Una Menos», que tuvo una sorprendente convocatoria y repercusión en la marcha del pasado 3 de junio en Argentina con repercusiones mundiales-
El psicoanálisis nos permite pensar causas y efectos de los acontecimientos y la subjetividad de nuestra época. No se trata sólo de las crueles estadísticas, no se trata sólo de contabilizar los estallidos de la violencia, sino en pensar lo que lo provoca, reflexionar sobre los invisibles resortes que hacen de detonadores.
Es verdad que no hace mucho, los medios hablaban de «crimen pasional» para referirse a los asesinatos de mujeres y si bien es cierto que es una puesta en acto de oscuras y bajas pasiones, el término remite al final de una novela amorosa. Llamarlo así, crimen pasional, propicia no sólo la identificación al lugar de víctima, sino que lo naturaliza.
Si abonamos el efecto performativo de la palabra, como creador de realidades, decimos que el término «femicidio» se ajusta a lo que es: un crimen.
Permite salir de la novela para entrar en el terreno político y constituirse en una denuncia que llama a tomar medidas sociales y legales.
El enfoque del «empoderamiento» tiene su origen en la «educación popular», desarrollada en los años 60 por Paulo Freire. Se refiere a los grupos marginados y vulnerables, y desde los 80 se aplica a la problemática de género como movimiento que impulsa el fortalecimiento de capacidades y confianza para cambiar la situación de sometimiento.
Como psicoanalistas pensamos que se trata de la violencia que está en la trama social, más que una cuestión de género.
Sin embargo dado el notable incremento de femicidios, vale la pregunta: ¿Por qué las mujeres?
Recordamos que las mujeres han sido lapidadas como un intento de corregir lo peor de la humanidad puesto en la mujer, que era demonizada. Hoy son otros tiempos, en occidente, al menos, pero habría que pensar si los femicidios no responden a causas estructurales que remiten a condensar en la mujer los pecados de la sociedad. ¿Por qué?
Los cambios que ha sufrido en la sociedad, el lugar de la mujer, son evidentes. Ocupar los espacios que estaban asignados al hombre, tanto en la ciencia como en la política, no es sin consecuencias en los lazos más íntimos. No sólo repercute en el hombre como amenaza, provocando síntomas fóbicos en el mejor de los casos, sino que recae sobre el mismo lugar de la mujer, que al igualarse al hombre, pierde su condición de tal, en su nueva mascarada.
La mujer está tan decidida a ocupar todos los espacios, que pierde sus propios atributos en la batalla.
Del lugar de amada ha pasado a tener un rol más activo en el juego amoroso, pero esa es la razón que puede dejarla fuera del juego.
La paradoja es que cuando más se hace existir a la mujer como un sujeto de derecho, más se la hace desaparecer en la mascarada masculina. Así, por ejemplo, el síntoma de la frigidez era tolerado porque no era parte de la norma que la mujer acceda al goce sexual.
Hoy, que se pierde la distancia entre lo público y lo privado, sabemos que se hace más fácil acceder a un goce que equiparan al hombre con la mujer. Si la frigidez era un rasgo, cuando no un atributo de la mujer, la mascarada actual exige otros signos que sacan a la mujer del lugar pasivo de objeto, para ocupar un lugar activo en el juego amoroso.
Es en este punto que se hace importante retomar la advertencia de Lacán, de no reducir el suplemento de lo femenino a lo masculino, de no reducir la problemática al par activo-pasivo.
Lo que se ha perdido hoy es la Otredad del sexo.
«El hombre-nos dice Lacan- sirve de relevo para que la mujer se convierta en ese Otro para sí misma, como lo es para él» (sem XX).
Es en ese punto donde ubicamos el cambio más radical en las relaciones. Si la mujer borra sus rasgos, es en ese mismo momento, en que el hombre, por consecuencia, pierde los suyos.
Para pensar: Hay un precepto que rige el teatro japonés, el Kabuki, que dice que una mujer jamás debe presentarse de frente, sino siempre oblicuamente. Esto coincide con lo que J.-A.Miller nos decía en «De mujeres y semblantes»: «Se cubre a las mujeres porque La mujer no se puede descubrir».
Es verdad que los semblantes van cambiando y eso no es sin consecuencias en el mapa de las relaciones. Podemos abordarlo en relación a la política:
Sin duda después de la revolución industrial, el destino de la mujer pasó de la exclusión social a formar parte de la clase trabajadora. Y es importante tomar en cuenta que el día que se celebra como el día internacional de la mujer, y que remite a la posibilidad del voto, tiene una cara siniestra, porque ese día se recuerda la muerte de ciento cuarenta costureras en la fábrica de camisas Triangle de Nueva York, en aquel oscuro marzo de 1911. Esta paradoja se repite a lo largo de la historia, cuanto más derechos adquiere la mujer en tanto tal, más furia se desata a su alrededor. La conquista de los derechos de la mujer van unidos a su muerte.
En la época de la caída del padre, un modo de salida a ese real sin ley, es excluirlas, matarlas, como si tirando la piedra de lo peor, liberase a los hombres de sus pecados. Ella, la mujer, condensa el goce opaco de lo insoportable.
Género y sexuación
Se puede considerar que la primera gran diferencia entre lo que plantean los Estudios de Género y el Psicoanálisis es que en los primeros se apuntan a identificaciones yoicas y en el caso del psicoanálisis se trata del sujeto del inconsciente.
Pero también es habitual oponerle al género los criterios que se deducen de la sexuación. En especial para explicar la violencia hacia las mujeres por el rechazo que produce quien encarne el misterio de la feminidad expresado en el Otro goce.
Si muchas mujeres parecen consentir a ser golpeadas es por su propio rechazo a ese goce enigmático que es el de ellas.
Aquí se da un debate: quienes se apoyan en los Estudios de género suelen definir la violencia de género como la ejercida contra la mujer, por el sólo hecho de ser mujer. Ese es el espíritu del término femicidio.
Nosotros, podemos abordarla como la violencia ejercida hacia quien encarne el goce específicamente femenino: S(A/) <—La/, eso ya sea hombre o mujer en el sentido biológico. Pero también es cierto que una mujer (en el sentido biológico) puede ser víctima de violencia por dirigirse al goce fálico, del lado hombre, Ф <— La/, y, por ej., cayendo en una lucha por el dominio fálico con su partenaire. O también puede ser víctima de violencia por ocupar el lugar de objeto $–a (en ese caso objeto de rechazo).
Mujeres y violencia
Si, siguiendo a Lacan, por un lado identificamos la violencia como aquello que puede producirse en la relación interhumana cuando no funciona la palabra a pesar de que se ha accedido a ella, y por otro lado caracterizamos a la mujer como aquel sujeto que accede a un modo de goce que no puede estar regulado por la palabra, un goce sin medida ni localización, entonces podemos deducir que la manifestación de ese goce, en una relación interhumana, puede llegar a producir efectos de violencia.
Es habitual escuchar en los consultorios pacientes que pretenden «domesticar» a su pareja, «ponerla en caja», como dicen, porque consideran que tienen actitudes que resultan incomprensibles o caprichosas, que se expresan a través de una demanda constante y agotadora, actitudes que, en ocasiones pueden responder a lo ilimitado, lo no localizable del goce femenino. Por cierto no se trata siempre de la mujer maltratada o golpeada, ya que los modos de goce son una cuestión de elección inconsciente y un hombre también puede acceder al modo de goce femenino, razón por la cual, aunque no sea la mayoría de las veces, puede suceder que una paciente mujer manifieste querer «poner en caja» a su hombre.
Entonces, al abordar el tema de las mujeres y la violencia vemos que también puede tratarse de la mujer violenta, y no sólo porque vaya a ocupar el lado del goce masculino sino porque aún de su lado, sucede que experimente como un padecimiento las sensaciones que le producen ese goce enigmático que sentiría como extraño, fenómeno que Lacan ubica al plantear que la mujer es Otra para ella misma. Así podemos escuchar a mujeres que testimonian sobre ese goce que se confunde con demandas que ellas mismas reconocen como caprichosas y que identifican como la expresión de una violencia que no pueden dominar.
Es posible entonces que en esa relación interhumana que llamamos pareja, cada uno enfrentado a la imposibilidad de regular ese goce con palabras, haga pareja con su propio síntoma que asocian con la violencia, uno por querer domesticar, la otra por no poder dejar de demandar, cóctel fatal que evoca la discordia o el malentendido entre los sexos como manifestación de lo imposible de la relación sexual.
Desde Freud aprendimos que el hombre puede separar al amor del goce sexual, pero para la mujer el amor está tejido con el goce y por eso su modo de goce exige que la pareja la ame y le hable, ya que sólo hablando se puede dar lo que no se tiene, es decir dar la «falta en ser».
Tal como alguna vez lo planteó J.A.-Miller: «El verdadero problema del lado femenino es forzar al hombre a hablar, en lugar de mirar televisión, leer el diario, o ir al partido de fútbol.»1Y a veces este forzamiento puede adquirir un matiz violento, cuando no llega hasta el asesinato, que es una forma de obtener en lo real esa falta de ser.
Por cierto que en función de la estructura del No-Todo, del goce sin medida que funciona del lado femenino, la demanda de amor de la mujer alcanza el rango de lo infinito y eso le retorna desde su pareja-síntoma bajo la forma del estrago, de la devastación. Así un hombre puede ocupar ese lugar tanto para lo peor, una devastación, como un saqueo que no conoce límites o como para lo mejor, un deslumbramiento sin fin.
Cuando cumple el papel de lo peor, es decir cuando a la mujer le vuelve como devastación identificamos allí una forma de la violencia que ella puede padecer. Estos casos suelen aparecer como los de mujeres «arruinadas» por la relación con sus hombres.
Estas consideraciones cuestionan la noción que sostiene una violencia de género basada en la que padece la mujer por el sólo hecho de serlo.
Además seguramente La mujer, que no existe, puede padecer violencia…cuando la padece, ya sea por ella o para ella o aún desde ella. Sin embargo, también cada una podrá despertar amor o ser causa de deseo. Si para ello se hiciera necesario pasar por la experiencia analítica, llegando al final quizás se pueda alcanzar a un amor más allá de los límites de la ley, desplegar un deseo cuyas vías se encuentren más liberadas y operar con el goce haciendo uso de un saber hacer adquirido en la culminación del trayecto.
La identidad de Género, las identificaciones y la identidad sinthomal
En la actualidad, la declinación de las identificaciones simbólicas promueve la relación con eventuales semblantes que en muchas ocasiones se terminan reduciendo a simulacros impotentes para tratar lo real en juego.
Desde la perspectiva de las identificaciones sexuales las nuevas teorías de género, por ejemplo en los trabajos de Judith Butler, sustituyen el concepto de identidad por el de identificación. Es decir, por una construcción, que es del orden del artificio, del semblante, y que tiene la particularidad de no fijarse definitivamente, sino que responde a un proceso susceptible de variar con el tiempo.
En efecto, en toda identificación hay fabricación, artificio, semblante. Hay algo que se construye. En su libro «Deshacer el género» Judith Butler plantea que «los términos femenino o masculino para designar el género, están siempre en un proceso posible de ser rehechos».
El Psicoanálisis también pasó por esta sustitución generalizada de la identidad por la identificación, al punto que en una época, siempre se afirmaba que el psicoanálisis no hablaba de identidad sino de identificación (no es así ahora, cuando el principio de identidad se sostiene del Un- cuerpo y no del Otro)
Lacan también conmueve «la identidad sexual al formular que «La mujer no existe», no existe esa identidad sexuada. (Los Estudios de género sólo extienden esta premisa a todo el dominio de la sexualidad)-
Entonces no existe esa identidad sexuada. Pero la diferencia es que para el psicoanálisis, como dijimos, no se trata de identificaciones yoicas o de representaciones imaginarias, sino que se encuentran ligadas al goce del cuerpo propio por la vía del síntoma. Nuestra referencia entonces no es la identidad de género, sino que en la práctica analítica nos orientamos por el síntoma.
La inexistencia de la mujer señala la inexistencia de la identidad sexual, sin embargo en el ultimísimo Lacan ¡hay una identidad! : la «identidad sinthomal»
J-.A.Miller en «El ultimísimo…» (página 140) dice que Lacan «sugiere que el psicoanálisis se podría definir como el acceso a la identidad sinthomal, es decir … acceder a la consistencia absolutamente singular del sinthome»
Lacan en su última enseñanza presenta una generalización de la castración, pero destaca también lo que hace que el significante y el significado se mantengan unidos. Esa estabilidad se realiza a partir de convenciones, pero que no son solo semblantes, sino que se incorporan a partir de los discursos y remiten a una experiencia de regulación del goce del cuerpo. Esto implica que si bien las posiciones sexuadas están ligadas al semblante, no se abren a una metonimia incesante. El modo de goce de cada sujeto no se presta a una transformación permanente. En este sentido Lacan le asigna un lugar fundamental a la relación con el cuerpo propio, más precisamente a su investimento, en la medida que constituye una reserva libidinal que se encarna en lo que se puede denominar el «amor a sí mismo».
Entonces debemos vincular la consistencia singular del sinthome (esta identidad) con la consistencia del Un-cuerpo, de ese cuerpo «que es la única consistencia del parlêtre» (Piezas sueltas-p.417). De ese Un-cuerpo del que se obtiene el principio de identidad cuando «da una idea de sí mismo» (Ultimísimo…- p.108) en tanto «mantiene unido al parlêtre» (Piezas sueltas- p.417)
El Un- cuerpo como única consistencia es lo opuesto de la función $, que es una función variable del significante, que los Estudios de género tomaron como referencia al partir del deconstructivismo y al liberar una suerte de constructivismo generalizado, dando acceso a un sin límite de identificaciones, como así también a diferentes significantes para intentar nombrar otros diversos modos de goce. (Piezas… 416/417)
Entonces «no hay identidad sexuada» (idea que en parte compartimos con los Estudios de Género) pero «hay identidad sinthomal» (lo que nos diferencia de esos Estudios).
Podríamos proponer una sustitución de este tipo: identidad sinthomal
Identidad sexuada
Por otro lado, J.-A.Miller propone el discurso universitario como el modo de encarar la cura por parte de los Estudios de género, quizás se pueda pensar el mismo discurso cuando tratan la violencia de género, donde el S2 señala las propuestas psico-educativas que proponen.
Entonces, el aspecto universalizante de los Estudios y la singularidad del uno por uno, expresada en esa identidad sinthomal, es otra de las diferencias a desarrollar para pensar la especificidad del abordaje clínico psicoanalítico.
A modo de conclusión
La llamada violencia de género encuentra sus fundamentos en los estudios homónimos que exponen la no naturalidad del binarismo, en parte eso lo puede compartir con el psicoanálisis, sólo que ellos se ven arrastrados por la yuxtaposición de la ciencia y el discurso capitalista.
Se nota la influencia de ambos discursos en el «ensayo corporal» de Paul B. Preciado, pero también en «Ciencia, Cyborg, Mujeres» y «El manifiesto para Cyborg» de Donna Haraway, donde propone una revolución anticultural sexual que eliminaría la necesidad del dualismo sexual. Se trataría de un mundo sin géneros, dominado por el «cyborg», organismo cibernético que proviene del modelo definido por ingenieros de la NASA, al conectar un ser humano a dispositivos tecnológicos para viajar al espacio. Este modelo sería aplicable al sujeto posmoderno ligado a sus gadgets, en tanto un híbrido que desafía la distinción entre ser humano y máquina, amenazando los binarios «naturaleza/cultura, mente/cuerpo, incluso hombres/mujeres, etc.»2
También lo constatamos con Shulamith Firestone, quien construyó un relato ideológico basándose en el freudomarxismo, reemplazando la interpretación materialista y económica de la historia por una interpretación sexual que denominará «La dialéctica del sexo», donde la reproducción biológica sería el problema. Es así que propone suprimirla por medio de una revuelta de las mujeres para asegurar la eliminación de las clases sexuales, la confiscación del control de la reproducción y la plena restitución a las mujeres de la propiedad sobre sus cuerpos, hasta alcanzar un nuevo sistema que denomina «Cybernation». El objetivo final de esta revolución feminista no se limitaría a la eliminación de los privilegios masculinos, sino que alcanzaría a la distinción misma de sexo; las diferencias genitales entre los seres humanos deberían pasar a ser culturalmente neutras y la reproducción de la especie a través de los sexos sería sustituida por la reproducción artificial que la ciencia hace posible. «Se destruiría así la tiranía de la familia biológica.»3
Observamos que para los Estudios de Género las normas se desplazan y los semblantes son ambiguos, mientras parecen triunfar las propuestas transgenéricas y bisexuales.
También con la lógica de la sexuación vemos que «los lugares comunes de las relaciones entre los sexos se descomponen, se invierten y se mezclan»4. Pero la clínica de la sexuación no busca borrar las diferencias, más bien las sitúa en su lugar haciendo de ellas una «diferencia radical de los goces que hace que la relación sexual se manifieste como imposible, sea cual sea la identificación con la que el sujeto se presenta.»5
Finalmente todos los intentos feministas y cientificistas son ficciones que buscan remendar lo imposible de la relación sexual, negociando lo real del goce con el sentido.
Mientras tanto nosotros, en la medida en que ubicamos en nuestro horizonte «la no relación sexual» y su consecuente relación al síntoma, sostenemos ese deseo de alcanzar lo real, propiciando que cada uno que haya llegado a esa zona luego de atravesar la experiencia analítica, adquiera un saber hacer algo con lo que allí encuentra.
Coordinador (EOL): Jorge Chamorro
Equipo de trabajo: Daniel Millas y Marcelo Marotta
Colaboradores: Andrea Berger, Andrea Brunstein, María Graciela Campanella, Diana Paulovsky, Paula Szabo, Claudia Zamplagione.
Establecimiento del texto: Marcelo Marotta.