por Débora Nitzcaner
La película Girl[1] está basada en la historia de Nora Monsecour, bailarina profesional y mujer transexual belga. La primera escena del film es fundante, comienza con un niño de 6 años que intenta despertar a su hermana llamándola por el nombre: “Lara… Lara…”. A partir del momento en que Lara es despertada por este niño, la cámara se dirige y se detiene en su ropa interior donde se muestra, sutilmente, la presencia del órgano genital masculino.
Es una familia de tres integrantes: un padre, Lara su hija de 16 años y este niño. Lo notorio se presenta en el vacío significante que, por algún lado, nombre un tipo de deseo o función de la existencia o no de una madre. En cambio, lo que sí prevalece es cierto cumplimiento y suplencia de esa función por parte de la muchacha.
La trama gira alrededor de una familia recién mudada a una ciudad donde se muestra el deseo de Lara por ingresar a una escuela de danza holandesa, al parecer muy exigente, por lo que es admitida a prueba. Bajo la condición de que nivele su rendimiento al resto de la clase, son “sus pies, entrenados diferentes, los que pueden producirle un daño”.
En la narración de la historia se presenta un padre adaptado, en exceso, a la decisión de acompañar la transformación firme de su hija. En cambio, en el niño se jugará el papel de nombrar lo imposible de asir, entre varias, una se destaca en particular. Se produce en un momento de gran enojo por tener que concurrir a un colegio nuevo en donde pelea con su hermana por ser llevado, en esa ocasión la llama Víctor. Instante único en que se puede deducir que este niño nace a los 10 años de Lara, y que en él ya hay la marca de su propio real.
De ninguna manera se puede dignificar la película al estatuto de caso clínico, sin embargo, se pueden leer las coordenadas de los discursos en juego. En todo momento conviven cuatro discursos, el discurso paterno, el discurso psicológico, el discurso médico y, ocasionalmente, el educativo con cierta enunciación segregativa. Se puede leer, en cada uno de ellos, la importancia de hacer posible una identidad a partir de una imagen que coincida con el género “autopercibido”. Sin embargo, si bien hay un claro seguimiento sobre el cuidado personal de Lara, es para poner en dudas si eso puede ser leído como un proceso de subjetivación. Para que esto pueda ser leído así, se hace necesario contar con el goce que hay en juego en esa decisión inconsciente.
Aquí es útil una idea clínica de Jacques Lacan: “por qué no plantear aquí que el hecho de que todo lo que es analizable sea sexual no implica que todo lo que es sexual sea accesible al análisis”.[2]Si bien es una cita paradojal, comprobamos que no lo es. Lo que plantea aquí, en “Ideas directivas para un Congreso sobre la sexualidad femenina”, es una orientación conceptual determinante en lo que escapa a la castración, en lo imposible de ser alcanzado y que llamamos real.
La escuela de danza le pide a Lara se empareje con las otras muchachas, por donde –a mí entender– se ubica el divino detalle del guión en términos de un síntoma. El órgano y sus pies deben ser vendados para que pueda bailar, el órgano debe ser velado siendo que le impide una imagen que se corresponda a la de una mujer. En cambio, en los pies las vendas, aunque cumplan con el ritual de la danza, en Lara son el signo de lo que no se adecúa de lo que se requiere de una bailarina, en ellos anidará un síntoma.
Dos reales que, en la película, se muestran por su imposible, fajarse el órgano y los testículos producen una infección, mientras que sus pies sangran hasta producir un desmoronamiento insostenible de su cuerpo. Dos reales, en términos de un exceso de goce, que señalan la irrupción imaginaria imposible de cernir, en donde una y otra vez el espejo no puede sostenerla. Y, en consecuencia, se produce un estallido subjetivo por donde se produce una importante caída, deja de comer y dormir.
Entonces, adviene el desenlace fatal que se produce al final de la película, un pasaje al acto bajo el intento de mutilación que Lara produce sobre su órgano. Un quiebre producido previamente por lo sancionado por la médica endocrinóloga, a través de un “no” determinante, mientras que Lara se dañe el cuerpo su transformación será pospuesta. Un impedimento a que continúe bailando, tanto como al proceso hormonal y quirúrgico de reasignación de sexo.
Si bien se trata de una ficción, importa destacar en dónde se pueden leer los hechos que interesan al discurso del psicoanálisis. Se pueden subrayar dos encuentros entre Lara y el psicólogo que remarcan el concepto de identidad.
La demanda a que Lara hable es permanente, sin embargo, para ella no hay ningún decir, es lo que demuestra sobre lo desarticulado de lo imaginario en juego respecto de su propio real. Desenganche de suma importancia en tanto no hay chance de que, en el camino de cierta subjetivación, se pueda hallar algún síntoma por donde se ancle su lazo al Otro.
Subrayemos este primer punto, es la presencia de un silencio subjetivo donde demuestra a lo imaginario como única interpretación. Consecuente con la idea de que al agujero estructural le conviene una identificación con la imagen, y que ese es el camino de para lograr una identidad. Dejando así, por fuera la posibilidad, tal como lo muestra la película, de encontrarse con el dolor existencial de sus pies e incidir sobre la sustancia gozante del cuerpo.
Escena I.
Psicólogo: Cómo te sientes hoy.
Lara: Bien.
Psicólogo: Estás teniendo un buen día.
Lara: Sí.[….] Psicólogo: Te ves bien. Estás radiante.
Lara: Gracias.
Psicólogo: ¿Estás contando los días para tu tratamiento con hormonas?
Lara: Sí.
Psicólogo: ¿Lo admites abiertamente?
Lara: Sí.
Psicólogo: La gente suele mentir al principio y debo tirarles de la lengua.
Lara no responde.
Psicólogo: ¿Qué me prometiste la última vez?
Lara: No hacerlo demasiado (se incomoda).
Psicólogo: ¿Y entonces porque lo hiciste?
Lara: No lo hago demasiado (sonríen ambos).
Psicólogo: ¿Pero por qué lo haces?
Lara: Quizá porque hace que el tiempo vaya más rápido.
Psicólogo: No en realidad va más lento si te concentras en ese día. Vive el presente. Disfruta el momento. Sé una mujer ahora. Eres una mujer. Eso es bueno, ¿no? Veo a una hermosa mujer. (Lara agacha su mirada con incomodidad).
Psicólogo: ¿Qué crees que cambiará el tratamiento hormonal?
Lara: Mi aspecto. Tendré pechos y todo eso.
Psicólogo: ¿Esperas que te crezcan los pechos?
Lara sonríe.
Psicólogo: Eres una mujer, ya tienes un cuerpo de mujer. Lo único que podemos hacer es confirmarlo y afianzarlo. Pero ya eres todo lo que serás en aquel entonces. ¿Entiendes? ¿Me crees que veo a una mujer cuando te miro?
Lara: (dice que no con la cabeza).
Psicólogo: No mucho.
Lara: No.
Psicólogo: Es una pena.
En este sentido aquí es oportuno un Lacan temprano, cuando anticipa en El seminario 4 sobre “el error en creer” lo dice en estos términos:
[…] el error está en creer una armonía primitiva […], de modo que si hubiera alguna dificultad se debe tratar de un desorden secundario o a algún proceso de defensa o algún concepto accidental.[3]
Se refiere a la creencia en la armonia otorgada por la ley del padre, que fracasa y que, en cambio, conviene leerla en los terminos de un defensa o en lo accidental como signo de lo disarmonico, y en consecuencia por su valor de acontecimiento.
“¿Me crees que veo a una mujer cuando te miro?”, es la pregunta que el psicólogo le dirige a Lara, dignificando la creencia en su imagen. Convencerla de que ya es una mujer se opone a lo que Lara cree, solo la transformación de su imagen alojará una satisfacción pulsional. Ese es su silencio, lo que no es posible vociferar de su real, su dificultad de que sea alcanzada una satisfacción pulsional.
Escena II.
Psicólogo: ¿Alguna vez te gustó alguien?
Lara: No.
Psicólogo: ¿Nunca? ¿Ni siquiera en el jardín de infantes?
Lara: No recuerdo, pero creo que no.
Psicólogo: ¿Qué pasa si conoces a alguien?
Lara: No lo sé.
Psicólogo: Pero supongamos que suceda, supongamos que cuando sales de aquí alguien te saluda. Y tiene una moto. ¿te gustan las motos?
Lara: No.
Psicólogo: Él tiene una bicicleta. Tienes una rueda pinchada. Y te ofrece llevarte a tu casa en su bicicleta. ¿esto te suena agradable?
Lara: Sí.
Psicólogo: ¿Lo harías?
Lara: No lo sé.
Enfocan al psicólogo.
Psicólogo: ¿Por qué no?
Lara: Porque pienso que no quiero hacer eso aún con este cuerpo.
Psicólogo: ¿Preferirías esperar hasta después de la cirugía?
Lara: Sí.
Psicólogo: Es una pena contener todas esas emociones. Quizá deberías permitirte disfrutar estos dos años. Porque ese disfrute te ayudará luego de la cirugía. Así no pierdes tiempo. No te quedarás sentada esperando en una fría parada de buses hasta que ese bus finalmente aparezca. ¿Qué tipos de chicos te gustan?
Lara: ¿Disculpa?
Psicólogo: ¿Qué tipo de chicos te gustan?
La conversación se corta cuando Lara dice: mmm…
En lo avanzado de la película Lara provoca un encuentro con un muchacho vecino donde lo hace gozar sin ser tocada, se verifica que “hacer algo con el cuerpo que tiene” le resulta impensable, no se trata de gustos o de su tipo. Cuestión consecuente con Lacan, cuando vuelve a definir como “error común”,[4] confundir el órgano sexual con el falo, que se define a través del sujeto transexual por la no incidencia significante sobre el órgano que lo lleva a operar sobre lo real mediante la cirugía.
Definitivamente, lo bello de la película es cómo concluye, Lara camina en los pasillos del metro una escena muy repetida y discontinua que dice un poco más. Al presentar a una muchacha en su posibilidad de andar en lo cotidiano de una ciudad, así subraya Girl de qué manera se sexualiza un cuerpo.Eso que si ha podido ser alcanzado en respuesta al agujero del no hay, en su calidad de hallazgo inconsciente que se lee junto al partenaire analista.
NOTAS
- Girl es una película belga dirigida y escrita por Lukas Dhont junto a Ángelo Tijssens. Año 2018.
- Lacan, J., (1960) Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina. Escritos 2.Buenos Aires. Paidós. 1987, p. 693.
- Lacan, J., (1956-1957) El Seminario, libro 4. La relación de objeto. Buenos Aires. Paidós. 2008, p. 51.
- Lacan, J., (1971-1972) El Seminario, libro 19, …o peor. Buenos Aires. Paidós. 2012, p. 17.