Hace ya muchos años, en los inicios de mi formación -recientemente ingresado a la Escuela-, cumpliendo con mi tarea de médico psiquiatra en el hospital neuropsiquiátrico de Córdoba, fui convocado para resolver una crisis aguda en un geriátrico provincial, ubicado a 150 kilómetros de la ciudad. El lugar, un antiguo leprosario público nacional, con su fuerte historia e impronta asilar, albergaba de manera indistinta afecciones y subjetividades diversas dentro del grupo etáreo de la tercera edad.
Luego de un tiempo de resolución de la urgencia que me llevó allí, me fuí encontrando que el real asilar abarcaba a toda la comunidad, no distinguiéndose claramente funciones, ni espacios, mucho menos relieves subjetivos. El espacio y el tiempo pertenecían a una consistencia pregnante, hecha de un borramiento del relieve propio del lenguaje.
Lo que quiero decir es que el día a día del desarraigo, se transformaba en un exilio de la propia enunciación. Sin actividades, sin recreación, lo cotidiano pasaba por el ritmo asistencial de la mañana y luego el silencio de lo que quedaba del día.
La acción lacaniana se sostiene fundamentalmente de lo que voy a llamar el trabajo de la transferencia y su urdimbre son las formaciones del inconsciente, pero también hay que entenderla como una acción política. Concernido, tal cual estaba, por los efectos del discurso analítico, el primer efecto de esta acción era sobre el parletre que se hacía presente allí, que experimentaba, por un lado un demás y por otro una falta. ¿Qué lugar ocupar en la demanda, más allá de lo asistencial? ¿Cómo tratar el sentido pleno de la pulsión de muerte allí?
Atravesado por la impronta asilar y con una ambigua motivación -la cosa andaba, con respecto al objetivo de mi asistir allí-, comenzó a operar una inquietud por leer de qué estaba hecho ese silencio de cada uno. Recorriendo pabellones comenzó a operar la escucha, como efecto de mi propia división subjetiva y por consiguiente un efecto de apertura del psicoanálisis, vía un deseo impuro, sí, en tanto deseo neurótico de ser agente de un bien, de un bien de recuperar la palabra, interpretación sobre aquel que había sido segregado.
La cuestión es que por este efecto de democratización del psicoanálisis, generado por esta posición de excepción y por qué no decirlo de cierta extraterritorialidad que permite el discurso analítico, la disposición de escucha generó una apertura a la palabra enunciada de muchos, produciendo un agujero en el efecto de grupo. Milagro! Los mudos hablaron! Bastó poner en cuestión el efecto del significante amo “asilar” y echar a rodar la posibilidad de equivocidad del significante y al mismo tiempo de ejercer diferencia.
Esta acción fue la consecuencia del acto analítico en la dimensión de comunidad, fue el punto de partida de talleres de reflexión para la tercera edad, que funcionaron allí a lo largo de casi dos años.
El impasse, al finalizar el paso por allí, como analizante de la experiencia frente a un todo de desarraigo.
Referencias bibliográficas:
-AMP Blog: “AMP-La Acción Lacaniana”
http://ampblog2006.blogspot.com/2008/07/amp-la-accin-lacaniana.html
-Miquel Bassols: “Una política para la acción lacaniana”
http://miquelbassols.blogspot.com/2016/09/una-politica-para-la-accion-lacaniana_12.html
-Jacques-Alain Miller: “Consideraciones sobre los fundamentos neuróticos del deseo del analista”
https://freudiana.com/consideraciones-sobre-los-fundamentos-neuroticos-del-deseo-del-analista
Comentario
Cleide Pereira Monteiro (EBP-AMP)
Este breve comentario del texto de Alvaro Stella pretende recoger algunas resonancias del trabajo de un joven practicante de psiquiatría atravesado por el discurso analítico, llamado a una emergencia psiquiátrica en una institución de ansianos, donde solía funcionar un leprosario. Impactado por el profundo desarraigo de la cotidianidad, heredado de las estructuras de encierro, con todo lo que conlleva la exclusión del sujeto, Alvaro es tomado por el deseo neurótico de ser un analista orientado por ideales. A través de un efecto retroactivo, Alvaro nos enseña cómo la causa que operó en la dimensión del ser fue el punto de partida de una práctica que subvirtió la inercia asilar.
Alvaro Stella pone a prueba lo que puede un analista en contextos que parecen adversos a la intervención analítica. Lo que debería ser apenas un trabajo de emergencia psiquiátrica se transformó en una acción lacaniana en correlato con los efectos transferenciales generados en algunos de aquellos sujetos.
Del mutismo a la circulación de la palabra, cuál fue su sorpresa cuando descubrió que “los mudos hablaron”! Al menos uno escuchó ese silencio de los desarraigados de la palabra! De la posición de “exiliado”, el analista es conducido por lo que hace eco de lo insoportable, no retrocediendo frente al punto de horror que denuncia lo inhumano.
Lo interesante es que la acción realizada en ese contexto tuvo lugar por efecto de su propia división subjetiva – lugar de sujeto analizante cercado por lo que había ahí de muerte y confinamiento subjetivo. La consecuencia fue el efecto-sujeto sobre aquellos que estaban allí. Del asilo al exilio de la propia enunciación, algo retorna como apuesta en el lazo de donde proviene el inconsciente.
El texto de Alvaro nos hace revisitar las indicaciones dadas por Miller[i], desde 2003, al acuñar el término «acción lacaniana» para orientar nuestra práctica, manteniendo siempre viva la cuestión de cómo situar el lugar del analista en las instituciones. Este lugar es consecuencia de la posición del analista – semblante de objeto a – sostenida en el acto analítico. Advertido de su posición a-social en el discurso analítico, en la acción social, así el texto de Alvaro nos enseña, el analista tiene el desafío de hacer pasar las consecuencias del acto analítico al Otro social.
La condición de extraterritorialidad del analista, señalada por él, permite agujerear la lógica institucional guiada por los significantes amos que colectivizan, introduciendo la dimensión de lazo vía transferencia, precipitando así una brecha por donde emerge la condición deseante.
A partir del sostenimiento de un lugar cuya causa inicial es la división subjetiva, Alvaro indica que una acción fundamentada en la transferencia es también una acción política. ¿En qué medida podemos concebirlo así?
Algunas otras preguntas para abrir el debate con Álvaro:
¿Cómo pudieron esos sujetos, desterrados de su propia enunciación, romper el silencio a partir de lo que Alvaro llama “obra de la transferencia”? En este sentido, quizás él pueda contarnos sobre los talleres de reflexión para mayores, qué se podría extraer de ahí en el uno-a-uno del caso. ¿Cómo decir un poco más sobre la dimensión política de esta experiencia siguiendo los hilos de la transferencia? ¿Qué de ella se extrajo en la relación entre el analista de la experiencia y el inconsciente político?
Finalmente, transcurrido algunos años de esa experiencia, atravesado el plano de las identificaciones, así nos pareció, cómo concebir una acción lacaniana en la perspectiva de una “identificación desegregativa”[ii]?
[i] Miller, J.-A., Curso de Orientación Lacaniana III, “Un esfuerzo de poesía”, 5 de marzo de 2003, inédito
[ii] Laurent, E.,“Política del pase e identificación desegregativa”, Opción Lacaniana, Revista Internacional Brasileña de Psicoanálisis, N°. 82, abril de 2020, p. 47-57..