Marcelo Marotta
Gracias al trabajo sostenido por colegas psicoanalistas en distintas instituciones que se dedican a tratar los problemas vinculados a la violencia de género podemos constatar, no sólo la incidencia del psicoanálisis en esos ámbitos, sino también la eficacia de su práctica.
Se trata de la incidencia y la eficacia de una práctica sostenida bajo transferencia. Por medio de la transferencia, desarrollamos una estrategia para encarar nuestra acción, mientras la interpretación es la táctica para intentar esclarecer, en alguna medida, el inconsciente del cual es sujeto aquel que se presenta como un caso. Ambas, transferencia e interpretación no son tomadas como un simple recurso técnico, sino como la condición de posibilidad de la puesta en forma de un síntoma.
¿Cómo entendemos la puesta en forma de un síntoma? Muy simple: cuando la queja de un sujeto se transforma en una demanda a otro para que esclarezca el sentido o la causa de su malestar. Ya sea que esa queja se origine por su propio padecimiento o se manifieste como la que recibe de algún estamento social. Hacer un síntoma de esa queja ligada a la violencia es nuestro primer objetivo.
Lo vemos en el caso que presentó (o presentará) María Victoria Lago donde haberle dado un lugar a la palabra de quien es considerada una víctima, promueve “un cierto movimiento que va de sus quejas a una incipiente pregunta sobre su posición en el asunto”.
O en el otro caso, de Gabriela Triveño, en el cual por la intervención del analista el hartazgo de una “invasión” se transforma en el elemento de una secuencia que culmina en el “enojo”, posibilitando un tratamiento del tema que concluye en un verdadero cambio de la modalidad que el sujeto mantenía con su pareja.
La eficacia de la incidencia es posible en la medida que el analista de la orientación lacaniana logra producir un lazo transferencial que le permite abordar adecuadamente cada caso.
Su táctica y su estrategia responden a una política entre cuyos objetivos también figura el de generar una adecuada “transferencia de trabajo” con los otros profesionales que se dedican a este tema y que se manejan con lógicas discursivas diferentes a las analíticas. Es lo que llamamos saber participar de “la gran conversación”.
Quienes trabajan en el área de la justicia se encuentran con un discurso que se basa en la universalización propia de las leyes que regulan los vínculos humanos. La incuestionable pretensión de alcanzar el ideal de que “todos” seamos iguales ante la ley se sostiene de una lógica que tiene sus fundamentos, su aplicación y utilidad en el ámbito que le es propio. Dejemos de lado la relatividad de estas dos últimas características y señalemos que esa universalización cuando se acerca a lo asistencial, aunque más no sea a la llamada “asistencia a la víctima”, suele recurrir al uso del protocolo para intentar encontrar una solución a los problemas que se le presentan.
Al contrario, el analista de la orientación lacaniana sabe que para intentar una salida debe respetar la singularidad del sujeto, aquella que precisamente se expresa en el síntoma que se logró poner en forma.
También debemos mencionar que en el discurso jurídico domina la caracterización que se expresa en el par “víctima/victimario”, algo diferente a la consideración psicoanalítica de tener en cuenta la responsabilidad del sujeto en cada acción y posición que adopte. Por cierto que en nuestro caso se trata del sujeto del inconsciente que no es la perspectiva que adopta el derecho.
Por supuesto que algo similar sucede con otras prácticas asistenciales que, en general, consideramos como “psico-educativas” ya que suelen asesorar al sujeto desde una perspectiva yoica, para que evite la violencia o logre disminuirla en todo lo posible apelando a la razón. Por nuestra parte sabemos que los fenómenos de violencia responden a impulsos agresivos dominados por la pulsión, de tal modo que no hay acallamiento posible por esa vía. Freud nos enseñó que “creer que se puede someter la vida pulsional a la dictadura de la razón resulta una esperanza utópica”.
Hablamos de táctica, estrategia y política, esta última en lo que hace al ámbito profesional. En cuanto a lo asistencial nuestra política apuntará a que el sujeto alcance un cierto saber-hacer con esa pulsión que se expresa en su síntoma.
Para eso el sujeto deberá desprenderse de algunas identificaciones que dirigen su accionar, incluso de las identificaciones que lo ubican como víctima o victimario. Para iniciar este trayecto también será necesario que asuma su implicación en aquello de lo aqueja.
En algunas ocasiones se espera que el analista brinde un diagnóstico, él puede hacerlo desde su propia doctrina. Y si se trata de alguna intervención asistencial, tendrá presente lo que alguna vez planteó Lacan: que “el psicoanálisis no es una terapéutica como las demás”, señalando así la importancia de respetar las particularidades que lo diferencian de otras prácticas para seguir manteniendo su valor terapéutico. Y esto se puede ejercer en cualquier ámbito que sea y respetando los tiempos que cada caso imponga, incluidos los institucionales. Finalmente sabemos que siempre se tratará del psicoanálisis aplicado…a la terapéutica.
Contamos con esa experiencia y con la recopilación de una bibliografía referida a casos donde se demuestran efectos terapéuticos que se obtuvieron rápidamente, con intervenciones que no necesitaron tratamientos muy duraderos ¡Algunos de no más de tres sesiones!
Y si alguna circunstancia dificulta esa tarea al menos, como ya dijimos, intentaremos acompañar a quien se encuentra con nosotros como para que pueda esclarecer el inconsciente del cual él es sujeto.
Es una apuesta que conviene jugar.