Mujeres, amores y violencias

 

Observatorio de la FAPOL Mujeres y violencias en América Latina

Biblioteca de la NEL-Bogotá, junio 4 de 2021

Me sirvo de la tríada casa-arte-ciudad para presentar la obra de Ethel Gilmour por el sesgo de esa otra tríada Mujeres, amores y violencias que nos propone la Biblioteca de la NEL-Bogotá. Esta artista plástica norteamericana se radicó en Colombia desde 1971 hasta su muerte en el 2008, fue una de las fundadoras de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional. Realizó múltiples exposiciones, tanto individuales como colectivas en muchos países. La colección permanente de su obra está en el Museo de Antioquia y en Museo de Arte Moderno de Medellín.

La obra de Ethel está entramada en la poética del espacio[1] que ella construyó en su casa, a la cual se entraba como a un cuadro, y a través de ese espacio poético se podía morar la ciudad, porque anuda a la artista con su obra y con su realidad. Alguna vez le pregunté por qué había elegido vivir en el Parque de Bolívar, en pleno corazón de Medellín, y me respondió que desde la ventana de su apartamento podía ver cómo se hacían las citas tanto para el amor como para la muerte. El decir de la artista resuena en el “no se conoce amor sin odio”[2] de Lacan en El Seminario XX y en su neologismo odioamoramiento. Ethel sabía que la violencia está desde siempre en el lazo social y para ella, como para Ítalo Calvino, “Las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de miedos…”.[3] Tal vez por eso Ethel logró extraer de las vísceras de la ciudad un real que estetizó en su obra, en tanto nunca desconoció que vivía en una guerra.

Cuando Jorge Uribe, su marido, hizo su primera exposición como pintor en la Universidad EAFIT, ella, que ya era una artista consagrada, lo acompañó con su obra: redujo sus grandes lienzos a una serie de pequeños cuadros “para no opacar la obra de Jorge”; pero estos se constituyeron en el descubrimiento de un sesgo desconocido de su obra. A veces la no paridad deviene en Witz, otras en la insondable decisión del ser. Ethel se conoció con Jorge cuando ambos estudiaban en París -ella arte y él arquitectura- y se vino tras él. Ella creía entonces que en Latinoamérica se podía hacer lo mismo que en Europa: tomar un tren para ir con facilidad de un país al otro; así, se consiguió un trabajo con una ONG en una etnia indígena en Bolivia, pensando en viajar a Medellín los fines de semana para estar con Jorge. Como con los cuadros de pequeño formato, lo único seguro era el camino de su amor por él. Cuando ambos enfermaron, ella decidió irse primero, del mismo modo que llegó, porque la vida sin Jorge no era una opción para ella.

Este pequeño texto nace del respeto por Ethel Gilmour y su compromiso con el arte como construcción simbólica de una realidad social que cabalga sobre la violencia y el misticismo. Respeto por una artista cuya pintura no hace concesiones a las leyes del mercado, sino que elabora una producción coherente con lo que ella piensa del arte y de su función. Respeto por una obra que no se deja enmarcar en ningún movimiento artístico, aunque reconozca sus influencias. En fin, respeto por una mujer que parecía haber escapado del lienzo de un pintor y tal vez solo pintaba para volver a meterse en él.


[1] Gaston Bachelard

[2] Lacan, J., El Seminario, Libro XX, Aun, Paidós, Buenos Aires, 2001, p. 110.

[3] Calvino, Ítalo, Las ciudades invisibles, Barcelona, Minotauro, 1972, p. 56.