Por Diana Paulozky
Como sabemos Cine y Psicoanálisis nacieron juntos, como síntomas, respuestas a un mismo real. Freud ha cambiado los semblantes de su época, marcando un antes y un después del Psicoanálisis. También el mundo fue otro después que un tren irrumpió en una sala de la mano de los hermanos Lumiere en 1885 y poco después, con la magia de Melliés que apostaba a la invención. Tal vez, porque responden a un mismo real, que desde Cuéntame tu vida de Hitchcock en adelante, el psicoanálisis está presente y se entrelaza en sus guiones, del mismo modo que nosotros psicoanalistas, nos servimos del cine en tanto producto cultural que nos llama a pensar la época que transcurre y nos permite avanzar descubriendo en cada escena, los divinos detalles.
Ambos, Cine y Psicoanálisis permiten construir, inventar nuevas perspectivas. Decimos que el cine dice más de lo que muestra, construyéndose a sí mismo como un síntoma del devenir y nosotros en tanto psicoanalistas podemos extraer una escena, un pequeño detalle, para abordar o captar las modalidades sintomáticas de una época. El arte no es sólo un producto estético, puede ser un instrumento de provocación, una vía de cambio en la sociedad.
¿Quién mejor que Almodóvar muestra el devenir social.? Es él, quien pone el proyector en un mundo que tiende a la feminización, con mujeres abismadas, hombres desdibujados, débiles, afectados por la droga y la inseguridad. Almodóvar no sólo enfatiza el empuje al todo, con sujetos camuflados en la mascarada femenina (trans, drag queens, yonquis) sino que las víctimas, como en La mala educación, también pueden ser verdugos. Nos retrata así, un mundo sin referentes, indiferenciado, sin orientación.
En la clínica, muchas veces las escenas de una película, que aparecen en un relato, sirven para
trabajar, como un sueño y permiten el marco y la toma de distancia de lo fantasmático. Finalmente constatamos que cada quien se hace su propia película y el analista sitúa un detalle, una pequeña nada para construir algo.
Como ejemplo de lo dicho hago referencia al film de Román Polanski (2013) La Venus de las pieles para trabajar lo femenino en el cine.
Es increíble cómo un director que ronda sus jóvenes 80 años, adaptó la famosa novela de Sacher Masoch de 1870, de donde proviene, como sabemos, el término de masoquismo y capta (esa es la importancia de su film) lo atemporal de la mujer: su goce.
La película tiene un comienzo fantástico. Llueve. Y desde el único exterior, se abren las puertas a un gran teatro, en el que se jugarán los roles de sólo dos personajes, un hombre y una mujer, que en su intercambio de papeles se harán cuatro, o más…
A poco de empezar nos enteramos que él es el director de una obra: La Venus de las pieles y en busca de una actriz. Ella, que lleva el mismo nombre de la protagonista, no sólo llega tarde al casting, sino que se muestra vulgar, y tan tosca que se gana inmediatamente, su desprecio, el de él.
Cuándo es que ella actúa? al llegar? cuando sube al escenario? Cuándo planifica las escenas? O acaso siempre? Cómo es que cambia insensatamente de personaje, manejando los tiempos de la pasión? Quién es esta mujer que cuando se pone en el papel del personaje, cambia el tono, la voz, la mirada y sorprende porque no sólo lo sabe de memoria, sino que tiene la audacia de interpretar a su autor, que cae subyugado a sus pies.
Entonces todo cambia, en un vertiginoso giro de 180 grados.
Y nos preguntamos también nosotros, ya aturdidos, quién es quién en este teatro de máscaras
intercambiables?
Es que empieza otro teatro. Otro juego, en el que detrás de la piel de cordero, de una aparente
tonta, …aparece una leona que lo manejará todo. Ella, en su aparente y actuada ingenuidad,
sabe lo que él no. Sabe no sólo el texto, sino que sabe sobre qué elementos iluminar. Ella se
convierte en directora de escena, maneja las luces, los tonos, la ropa, critica el texto…y él, ya
subyugado, se deja llevar olvidando la advertencia del propio texto: Y Dios lo castigó poniéndolo en manos de una mujer: Esta frase es la orientadora, tanto de la obra de Masoch como del film, llevado por “una mujer”; Wanda o Vanda, según el papel, a hacerlo realidad.
Pero lo más interesante, para nosotros psicoanalistas, es que el film no sólo nos muestra que la mujer no existe como universal, sino en tanto que una por una, sino que deja claro que la posición de la mujer será sólo un semblante presto a usarlo para quien quiera o pueda habitarlo. Ella lo incrimina, le cuestiona no sólo el texto, sino su falta de compromiso y lo lleva a que él, actúe su parte sin el texto escrito, poniéndole el cuerpo, o sea le exige entrega y pasión.
Entonces, ya sometido a esa pasión, él estará perdido…
Así, le contará un fragmento de su historia, en el que una tía lo castigaba sobre una piel, lo que orientó su condición de goce sexual. Eso es lo que él cree saber, pero lo que no sabe es que ya es preso de otra frase que aunque sus labios pronuncien, no podrá dimensionar, hasta el final, su verdadero alcance: La vida hace de nosotros lo que somos, en un instante imprevisible. Acaso sabe él quién es? Sabe cuál es ese instante imprevisible? No. No lo sabe y se deja subyugar por esa mujer que ya lo tiene en sus manos.
Lo que el film nos enseña es que no se trata del dualismo femenino-masculino, sino del juego de poder amo-esclavo. Y lo que está en juego es la posición de objeto. En la primera parte veremos la astucia de ella para hacerlo entrar en la dialéctica y manejar la escena. Pero poco a poco aparecerá el estrago que es el modo en que se aplana todo juego fálico.
Podemos ver con claridad que cuando Lacan dice que una mujer es un síntoma para el hombre y no a la inversa porque él será su estrago…es una frase fuerte que constatamos, pero
que me permito poner en cuestión.
De hecho el estrago aparece cuando el sujeto toma posición de objeto de goce y este es el caso. Desde aquella formulación hasta hoy han pasado cincuenta años y es indudable que el desorden de lo real, no es sin relación al cambio de los semblantes que la posición que tomado el lugar de la mujer, suscita.
Es ella quien será su estrago haciendo realidad la sentencia primera: Y Dios lo castigó poniéndolo en manos de una mujer. Es el goce superyoico, que acabará con todo atisbo de deseo. Así culmina la última escena: él atado a un elemento fálico de otra época, y ella danzando presa de un goce indecible, a su alrededor.
Es la maestría de Polanski que escenifica el poder de una mujer, que poniéndose en el papel de tonta, hace de él su objeto, atado e inmovilizado a un falo de cartón.
(*) Diana Paulosky es Analista Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Directora de la revista PSIne (www.psine.com)