Por Edna Gómez Murillo

La reflexión acerca del lugar de los Observatorios hace consistir una posibilidad: que la disposición a mirar más allá de lo inmediato, aproxime a quienes en ellos se sitúan, a la oportunidad de un acto, es decir, al ejercicio de un esfuerzo de lectura donde la mirada no esté tomada por lo fantasmático, por lo imaginario. Leer los signos de la época desde un Observatorio, es metáfora de una de las formas en que la civilización se planteó crear nuevos espacios con los cuales hacer interlocución. En un Observatorio se hace interlocución con la época, que para Tolomeo se trataba de un punto del tiempo con respecto al cual se definían las posiciones de los astros y se computaban sus movimientos.

El punto de mira y la mirada que operan en un Observatorio, producen una articulación respecto del tiempo; de ella podríamos extraer el futuro como efecto de una mirada lejana, así la mirada que se lanza al horizonte, al firmamento, produce un futuro que no es el del tiempo cronológico sino el de la proyección de los signos de la época. No hacemos futurismo entonces, extraemos las consecuencias lógicas de los signos de la actualidad: a qué está identificada la masa y hacia dónde podría dirigirse esa identificación. Dónde está el real en la actualidad de la civilización y de qué forma podría encarnarse más adelante. Los signos de la época no son más que los signos del goce que en ella se despliega. La mirada psicoanalítica hacia el futuro es la lectura del camino que va marcando el objeto a en la civilización, esto es, cuáles son los goces que se producen ante lo que no está a la disposición como objeto de consumo.

Por otro lado, es factible decir que se provoca el futuro a partir de lo que J-A Miller enunció en su Seminario Política Lacaniana, que al vencer la presión del presente la mayoría de las veces primero hay que hacer las cosas y después despejar los principios.

La relación que el discurso del analista ha establecido con el discurso universal concreto, está determinada por el descubrimiento freudiano y por la enseñanza de Lacan, que en el escrito El psicoanálisis y su enseñanza, deja claro que no hay un para todo x y que es posible fracturar ese discurso concreto, hacerle cortes que permitan extraer de las tradiciones, de los rumores, de las modas, de otros discursos, los nudos de simbólico, imaginario y real que nos anoticien del decurso del goce y del objeto en torno al cual se movilizan los registros.

Lacan, en el Seminario de La carta robada, nos indica que podemos estar muy adiestrados como estamos a retener todo lo que hay de significante sin que por ello sepamos siempre en qué utilizarlo. Los signos están a la vista, pero se requiere de un trabajo para extraerlos y luego saber hacer algo con eso. En ese sentido, el tiempo creado por la mirada lanzada al futuro, es el de las hipótesis psicoanalíticas –muy distintas a las hipótesis científicas. Una hipótesis en la orientación lacaniana es un tiempo de formalización que se establece más a la manera del aserto de certidumbre anticipada, dado que a partir de la lectura podemos encontrar el advenimiento de la posición analítica en la que está jugada una ética, una política y una clínica, esto es, lo más singular y éxtimo de cada uno que desea saber en el Campo Freudiano y en la AMP, y que soporta la mirada para verificar ese futuro.

En consecuencia, se trata también de la generación de un saber advertido que sea puesto a la discusión de la comunidad analítica con el fin de hacerlo eficiente en el acto analítico, en el posicionamiento político y en el sostenimiento de una ética.