Por Gabriela Urriolagoitia

Con Freud y Lacan hemos aprendido que por estructura el niño ocupa una posición de objeto. Encarna el objeto de goce de sus padres: para cada uno en su singularidad condensa algo de su propio goce desconocido. Lacan nos enseñó cómo esta posición debe ser velada por lo que causa el deseo del Otro, la posibilidad de vestir y velar ese goce y conferirle al niño un valor fálico. Escribimos esta operación con el matema phi/a.

Así, por estructura el niño es ese objeto de cuidado, de limpieza, de educación, de curación, de evaluación, de amor. El encuentro con un analista permite que el niño se separe de esa posición de objeto y en su advenimiento como sujeto, vaya construyendo las relaciones posibles con sus objetos pulsionales y con el objeto que causa su deseo. Eso no es posible sin un analista que escuche lo que de sujeto hay en ese niño y acompañe esta separación que es una operación que realiza en el inconsciente.

Es desde esta posición de estructura que, en el Observatorio de Infancias en la NEL, nos proponemos abordar el sintagma “el niño invisibilizado”. Ocurre cada vez que, desde el discurso jurídico, educativo o médico, se toma al niño como objeto, invisibilizando su singularidad, su sufrimiento, su solución y excluyendo del abordaje que realizan, su palabra.

Son situaciones en las que, en nombre de sus derechos, el discurso jurídico toma al niño como objeto de defensa, de pugna entre los padres, de declaraciones para determinar su posición de víctima, pero no escucha lo que, como sujeto, tiene para decir, ni cómo se implica en la situación que lo aqueja.

Por el lado de la educación, se hace un tratamiento de lo pulsional que habita el cuerpo del niño, por la vía de la evaluación, la sobre educación y la medicación, borrando sus soluciones singulares, con la responsabilidad subjetiva que ellas implican.

Sabemos que lo hacen con las mejores intenciones, las de preservar sus derechos o las de garantizar la eficacia de su educación y así validar la del sistema educativo.

Sin embargo, el psicoanálisis introduce -en aquella hiancia por donde se filtra lo que no anda, lo que irrumpe por no funcionar en estos discursos- una advertencia: nuestra ética no es la de las buenas intenciones, ya lo dice el refrán: “De buenas intenciones, está empedrado el camino al infierno”. Operamos desde una ética de las consecuencias, en la medida en que en el lugar de “la causa y lo que ella afecta, está siempre lo que cojea”[1], es decir el inconsciente.

Se trata de hacer lugar a ese sujeto del inconsciente que hay en el niño. Esclarecer las consecuencias subjetivas cada vez que es objeto de la invisibilidad a la que es sometido y establecer allí, en esa hiancia de lo que no funciona, una apuesta por ser interlocutores de la civilización y que el discurso analítico se constituya en un referente que tiene algo para decir sobre cómo abordar cada vez que una situación incumba a un niño.


NOTAS

  1. Lacan, J. “Seminario 11, Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis”, Ed. Paidós, Bs. As. 2013, Pg. 30