EL PLAN DE DIOS

 

“En la evolución de las religiones, hay un espléndido punto perverso que las hace invertirse súbitamente.”

(P. Quignard, Los desarzonados)

Testimonio de C: “Figari tiene como metodología sistemática quebrar al otro, romperlo psicológicamente, y una vez que consigue esa fractura en el interior de la persona, trata de ingresar para robarle una parte de su alma”. (Tomado del libro: “Mitad Monjes/ Mitad Soldados”, Pedro Salinas, con la colaboración de Paola Ugaz).

Testimonio de M: “En ese retiro, Figari desplegó una de sus armas más sugerentes: la hipnosis, (…) le gustaba descolocarte. Había desarrollado esa capacidad que tenemos de joder al otro, detectando sus puntos más débiles.” (Ibidem)

En su libro, La condición Perversa, M. Barros trabaja la estrecha relación que se establece entre el iniciado y el corruptor. Despliega con rigor aquellos aspectos que involucran el acto de dividir produciendo angustia, lo que es propio de los perversos. Dice: “La figura del padre abusador se dibuja aquí. La víctima no percibe que lo es, porque un proceso hipnótico paraliza su juicio (…) puede ser una figura fascinante, incluso adorable (…) De la fauna perversa, los más peligrosos y malvados son los inquisidores y los encargados de hacer entrar en los cuerpos la letra de la ley (…) Es que culpabilizar, condenar, quebrar, corromper, es su goce.”

La faz oscura de Dios encarnada en algunos personajes, somete, pide pruebas, reclama goce, lo proclama y lo absuelve a su antojo y conveniencia. Dios acomodaticio ese que usa bengalas de odio a lo diferente y acusa por diversión. Sus representantes hurgan en la crisis, como si rebuscaran en un basurero los restos de estiércol de la próxima víctima. Aprovechan esa etapa de la vida donde el sujeto se encuentra en el despiste de su sexo, desamparado de las figuras que le sirvieron en el pasado y confundido en relación con la construcción de un mañana.

Con pasos delictivos, esos hombres reclutaron a un puñado de jóvenes usando armas por fuera de cualquier ética y sin consenso alguno. Aunque se amparen en el consentimiento voluntario de sus presas, la condición de juventud no admite lo consensuado, no al menos en esos términos. Sólo a posteriori, aquellos jóvenes podrán extraer de sus actos la responsabilidad que los ha concernido en la aceptación de un régimen vejatorio. Soledad, confusión, ansias de una brújula, etc.

Se ocuparon sigilosamente de espiar en sus zozobras, de abundar en sus carencias, de rastrear sus vacilaciones, para poder operar su estocada de maldad disfrazada del benevolente ejercicio de una educación espiritual. Eligieron a sus modelos como si se tratara de un catálogo de moda, sus rasgos físicos, su posición social, la fortuna familiar y también las voces de los infortunios de esas: sus familias de origen. No lo hicieron sin la asistencia de algunos de sus educadores que pusieron a disposición de los reclutadores las condiciones más íntimas de sus devenires personales, tomando ventaja de la confianza y el respeto que se les había otorgado; oclusión calculada de una libertad responsable. Cancelaron las virtudes de esa fase creativa que la adolescencia ofrece y adosa al destino de los mundos.

Aprendemos de ellos en cada época, porque su vacilación y sus rupturas nos interpretan, nos enseñan la potencia creadora que toda ruptura aporta al desacomodar y, también, al interpelar las rutinas de sentido fijo. Con sus actos, también se cercenan esos saberes en progreso que podrían modificar el lazo social. Es un saldo que conviene observar.

Indagaremos en los métodos de captación, que, por cierto, atraviesan los siglos, sumando a sus agendas maniobras tomadas de aquí y de allí, verdadero sistema de acumulación inquisidora. Esos productos obtenidos del régimen del sacrificio (a Dios), con sus particulares procedimientos, mancillan la verdad al despojarla de la vibración singular y la relegan a la simpe

producción de un modelo de Amo que parece decir: te someto a mí capricho, ¡por tu bien!

Laura Benetti

Adolescencias cautivas. El caso del Sodalicio en el Perú